12.8.11

Los paisajes de la guerra/Raymundo Mier

El sentido de la guerra es indiferente a los muertos, los excede; el sentido de esas imágenes es ajeno al silencio que emerge en la contemplación de los cadáveres, del espacio súbito que se abre entre ellos y los vivos, de la serenidad inerte que se propaga a la geografía y a la mirada. La guerra no se agota en la acumulación de muerte o destrucción. Es mucho más abstracta. Busca construir un sentido de supremacía ahí donde la distancia entre dos hombres se ha vuelto amenazante. Los cuerpos mutilados carecen de sentido, las abrumadoras masas de cuerpos captados en el instante en que se lanzan al ataque permanecen incomprensibles en sí mismas, la espera espectral de los amaneceres de la resistencia, el ensombrecimiento de los momentos de reposo, deja adivinar sólo un significado mutilado: un sobresalto, un adjetivo, un valor, un espasmo. La imagen que se contempla es sólo un residuo, apenas recuperable.

Nada en las imágenes de guerra excede el sentido fragmentario. Pasolini había ya advertido que sólo la muerte de un hombre es capaz de ordenar, de delimitar, el sentido de las imágenes que dan testimonio de su vida. Sólo una vez concluída la vida podemos reconocer la relevancia y el sentido específico de la memoria de los actos. Morir no es la guerra: las imágenes de muerte son ajenas a ella. También lo son las de un asesinato. La visibilidad de la muerte no dice su sentido. La guerra transforma la fisonomía de los muertos. Les confiere sentido. Invierte, modifica, trastoca el sentido de los cuerpos inertes y mutilados, de los hombres moviéndose hacia la masacre, los rictus de miedo, la parafernalia mecánica, los afanes de purificación. El sentido de las imágene no emerge de las formas, de las luces, de los objetos fotografiados, sino de una narración que los engloba, la memoria y la invención narrativa de la guerra. Es el destino, el desenlace mítico de la guerra, el que confiere su entorno final a las imágenes.

El destino de la guerra ha sido esencialmente la invención de una supremacía. No obstante, en la mayor parte de las guerras modernas esa supremacía se confunde con el exterminio o la amenaza de exterminio. La guerra posterga el sentido de los actos, los somete al destino final del desafío.

(…)


La fotografía de la guerra expresa la mirada fija de un sobreviviente, una mirada como vestigio; el desdén de la guerra por el testimonio de la barbarie fotográfica del acto de guerra es una mirada desde los márgenes de la muerte. Privadas de su aureola heroica, las imágenes de la guerra no son más que la experiencia pura del horror; el horror de una mirada sin muerte, sin la muerte impregnada. La mirada fotográfica aparece como instrumento de un testimonio, distante, de la barbarie, un testimonio de nuestra capacidad para la contemplación sublime de la devastación. Pero esas imágenes hacen posible también el horror puro, tajante, irreductible, inadmisible.

 Cosecha de muertos, por Timothy H. O'Sullivan
Guerra civil norteamericana, 1863