14.9.14

Luis Barbieri


La puerta
Duermo mirándonos
el árbol de la noche
su cisura en el rostro
la puerta contenida
con papeles de ojos quebrados.
No
no temo a los abismos
esa floración oscura en lo alto.
Amo las copas
saciadas de cielo
sobre los árboles
no habita la muerte.
No sobrevive.
Duerme en un antiguo ángel
que viene a mirar mi hálito
cómo mí enemigo huye por debajo del barro.
de la noche.
delante
veredas de aguas
las casas al fondo
la señales detrás del espejo
te ven venir extendida.
cómo se exhala en la flauta
batida al sol
perennes de viajes
la roca al viento
escurren manantiales dormidos
debajo de la puerta
entre los maléolos
un rio
que estila noches en la luz.
Y a ti
el soplo
escondido detrás del tiempo
delante de imágenes blancas
en un sueños mirando la puerta.



Telégrafo de hojalata

A: León Renatto y 
Abigaíl Catalina 



La memoria que amo es un silbido a medio desierto 
asume esa forma de lluvia de tu cuerpo. 
Se anuda en la media luz del muro
en papeles entintados de piedras. 
Cruza a través del ángel 
que pasa silbando por mi calle.
Ilumina veladuras en contra de la noche 
de voces deste niño que reaparece 
por la esquina de mi telégrafo 
debajo de un hilo secreto deste valle. 


Esto que ahora nos viaja
es un sueño que nos ve por un espejo 
mientras yo ocurro por aquí de sol
se forma de vida el patio perdido.


La lluvia tuya dice misterios 
un vaho de objetos 
que están en otro lugar conmigo 


He visto abrir sueños de viaje 
de los ojos del árbol.
Hacia afuera 
hacia la espera 
se mueven las sombras en la carretera.
Vino una partida intima de luces 
la noche a sentarse junto al camino 
contra la imagen difusa de la ventana. 
Trae su curva eterna y elíptica del fuego.


Deste cielo se descuelgan tus ojos.
Sale la frontera de un mundo detenido 
todo por aquí va encalma herido de sal.


Me adiestré al viaje 
echado a fondo 
a mi peligro
a oír despoblado de montes 
a orinar las luces 
el arco de la noche 
la leche derramada en soledad.
El destello al norte 
la boca de piedra arriba. 
Al largo
su hocico al sol desperdigado 
reflota la punta de sal y arena del icebergs 
con mantos de cueros resecos de palabras.


El sol abre su boca al río 
huele la quietud del chañar.


Traduzco huellas de caminos 
se abren a sí mismo en los ojos.
El borde de arena que mira
el agua que pasa 
un viejo automóvil 
el pies de los niños 
transparentes el frío
la junta de ríos
en el maizal 
veo pasar 
inmutable la muerte.
La madera de hojas abiertas 
en vetas inhóspita del sur
un temporal de tierra en los sueños
surgen del árbol: sillas, mesa 
la cama en el filo del acero.
Llevan mordeduras en los brazos 
señales terrosas en la boca de sol.


Sin sombras
su ojo seco sobre la puerta se agita 
en un pozo de estrellas insondables y sin nombres. 
Creo descender de un diminuto sueño 
que camina desnudo sobre su ojo


Mi pueblado es una manchita tibia del día
hecha callejón con banderitas de papel 
sobre el vientre coloreado de tu arcilla.
Viene recortada a imagen de tu cintura 
tatuada su carne de montes con mi voz.
Vicuña se aparece morena deste cielo 
baja cerros con la forma de tu pezón 
abre su lienzo húmedo y primitivo 
del agua transversal que cae a nuestro mar.


No sé qué me duele 
cuando extiendes las sabanas 
sobre el suave silencio donde deshaces tú trenza.


Hay unos cielos de piedras vacías de lluvias.
verdes telaraña en el piemonte de Elqui. 
Se edifican anónimas plazas 
Iluminan con ruegos a esperma Virgen. 
Con dioses de tambor se hacen 
así mismo inmigrante sin poder ni sexo. 
En el surtidor de sus muros 
los barros se cubren con ojos de botellas 
imágenes secas en altares estirados al sol.


Los hombres van ajenos 
mientras giran el valle
en sus diminutos patios de tierra sin puertas 


Mi padre perdido 
se nos aparece en estos días sin rostro.
Él se instruye la memoria. 
A secarse de siempre
la raíz de los ojos 
desatar sus nudos 
en un cuarto oscuro de años. 


No sé porque salta 
hacia el callejón secreto que nos imaginó la lluvia 
en la boca sur de la niñez.
Un quiltro se viene hasta mí
porta en la frente un olvido en un ojo 
de su pequeña infancia en la nuestra.
Retraído inverna sus miradas en la hornilla
manchado de noches echa su sueño 
en un corazón de los niños .


Un hualle al frío desarma su cuerpo 
se crepita contra las manos con diminutos fuegos.


Reconozco a quienes revolotean 
palmeras en la rivera de la noche. 
Al otro lado el espejo de la memoria
sonidos desaguado en el vaso
se echan sobre los ojos lejanos
menudos días recubiertos de azul. 


Aún están los ojos del árbol
ocultos entre las hojas 
esperan el silbido secreto de la infancia. 
La divisamos y no nos reconoce
ni sabe que aquí vamos pisando la muerte 
que van niños corazón de hilo
a través del tinte torcido del valle. 


Silenciosamente de arena 
es la época con cercos de sol 


A su hora 
me abriga 
como a muerto en la arenisca.
Su dedo dibuja un pez 
en otra vida
me sumerge 
en un trozo de agua 
para vivir 
entreteje 
la palabra en el vino.
Indestructible sustituye caminos 
cubre ese mar que nos hablar 
que viene extendido en los sueños. 


El día se rehízo de su fuego 
alrededor del árbol 
la siesta con la madera apilada 
la cabra al sol mordisca la voz
en la puertas calaminada
que ahora cruza por el frente 
entristecen con el perro
con este desierto 
que posee otro desierto
escondido bajo el sol.


Nuestros animales vienen de paso 
viajan zigzagueando ladridos 
dibujados sobre la arena. 


Detrás de un trozo de esos días 
reina hasta aquí el patio de voces 
en las cajitas de piedras el pacto
de los hijos en la madera.
En los reflejos de un mar escondido 
camina la garza en el fondo de un pozo.


Después encontré sus manos 
sobre la calamina de la puerta 
sobre el mismo óxido 
de pequeñas palabras que hicimos en las tardes 
detrás de un N° de piedras empañadas 


Debajo del matorral vive un retazo de la Cruz del Sur
la abuela las bisabuelas mis nonas 
el pan manso con ojos de esperanza. 
Oí una canción de aquellas a la puerta 
comen un evangelio amanecido de lluvias 
visten hacia abajo manos de carbón
y escobas en brotes de mimbres. 
Con viejas varillas señalan círculos en la tierra
con marcas de óleo 
sobre mi entrada 
y a luz del brasero nos cantan
solitarias descascaran del patio perdido
marcas de aguas cicatrizadas
tejas marginadas bajo el parrón. 


Ellas mueven mi puerta 
la mariposa que cruza la tarde
el manojo reseco de la yerba agridulce
un Rio Viejo ladra sinuoso al sol.
Las iletradas en procesión aún vienen
vestidas a diario con el percal
con sus mismos ojos a oscuras de chonchón 
por la cinta resonante de luz en la hojalata. 


Y tú en el ojo
Vi tocar la piedra


Entre las ruinas de mi inteligencia, por Juan Forn

Jaime Gil de Biedma

La Compañía General de Tabacos de las Filipinas fue la última gran empresa colonial hispánica y la primera multinacional española. Su secretario, entre 1950 y 1990, fue un homosexual alcohólico, sifilítico y fugazmente comunista que, además, fue el mejor poeta de su época. Se llamaba Jaime Gil de Biedma. Sólo escribió 87 poemas en toda su vida y en breve voy a contarles cómo los escribió. Pero no fue por esos poemas que nunca lo echaron de la Compañía, sino porque cada mañana de esos cuarenta años se presentó en la oficina a trabajar impecable como un señorito inglés, aunque viniera de encanallarse toda la noche por los bajos fondos de Manila, Barcelona, Hong Kong, Nueva York o Moscú.
Cuando Jaime Gil de Biedma nació le pusieron el nombre del hermanito mayor, que acababa de morir. Cuando le confesó a su profesor preferido en la secundaria que estaba enamorado de un muchacho de su curso, el profesor le recomendó escribir versos para purgarse (“Empieza por los sonetos, que son los más jodidos”). Cuando intentó ingresar en una célula comunista clandestina de Barcelona, fundamentó así su ideología: “Nuestra obligación contra el régimen y contra esta España opresiva y gris es la felicidad”. Logró sortear el suicidio, a los treinta años, escribiendo un poema titulado “Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma”, donde habla póstumamente de sí mismo (“De los dos eras tú quien mejor escribía. / Aunque acaso fui yo quien te enseñó / a vengarte de mis sueños / por cobardía, corrompiéndolos”) y después dejó de escribir, aunque vivió otros treinta años, fiel hasta el final a su personaje: lo único que le importaba, cuando estaba agonizando de sida en 1990, era no morirse antes que su madre, para que ella no se enterara por los diarios de que su hijo era homosexual. La anciana dama de noventa años era la única que no lo sabía en toda Barcelona.
Era, también, la única que no se sabía de memoria alguno de sus poemas, porque ése fue el raro privilegio que tuvo Gil de Biedma, cuando ya no escribía más: ver cómo sus versos se colaban en el habla cotidiana de su tiempo. El lo tomaba como una consecuencia natural, decía que todo lo que suena bien se fija en algún lugar de nuestra memoria, que la poesía es esencialmente oído, aunque parezca asunto de emoción o inteligencia. “El poema es un organismo acústico. Hay que leerlo de corrido, no deteniéndose línea por línea. Y, en lo posible, en voz alta. Hasta que se inventó la imprenta, la sensibilidad literaria era auditiva: uno entendía mejor si leía en voz alta que si leía en silencio. Y en poesía sigue siendo así. Cuando lees un poema, lo que importa no es entenderlo; lo que importa es que te guste. Si te gusta, ya entenderás cada cosa que haya que comprender en él. En un buen poema no se puede distinguir entre emoción e inteligencia”.
Su manera de escribir era fiel a esta convicción: componía sus versos mentalmente; cuando creía haber redondeado una estrofa se sentaba a escribirla de un tirón; después tiraba el papel y durante días iba recomponiendo la estrofa en su cabeza, “contando con que el olvido me ayude a eliminar lo que sobra”, hasta que se sentaba a escribir lo que conservaba su memoria. Y así estrofa por estrofa, todas las veces que fuesen necesarias. Ese proceso mental de pulido del poema tenía lugar mientras él se dedicaba a “las tareas mundanas normales” como afeitarse, manejar el auto, trabajar, pasar por el supermercado a reponer la provisión de vodka o ir y venir en avión a las Filipinas (cuarenta y siete horas, en los buenos tiempos: Barcelona-Roma-Tel Aviv-Teherán-Calcuta-Karachi-Saigón-Bangkok-Manila). Gil de Biedma sostuvo siempre que la poesía es una actividad eminentemente gratuita (“Nadie te lo paga, nadie te lo pide, nadie te lo cobra. Tu única obligación es evitar que el lector te haga la terrible pregunta: ¿Para qué coño has escrito esto?”), que el poeta no tiene más sensibilidad que el resto de los mortales, sólo aprende a tenerla disponible, y que escribir y leer un poema son dos actividades que nada tienen que ver una con otra (“Poesía es lo que el lector experimenta leyendo el poema, no lo que le ocurre al poeta mientras escribe. Todo lo que hay en la lectura de un poema no existe al escribirlo”).
Todas estas cosas las dijo en conversaciones, cuando ya no escribía y no sabía en dónde acomodar su mente brillante, y por suerte alguien tuvo la idea de reunir todas esas conversaciones en libro, un libro no muy grueso, que por esas casualidades de la vida tiene la misma cantidad de páginas que su obra poética completa, como si fuera su reflejo, su hermano gemelo. Cuando le preguntan, en ese libro, por qué no escribe más (y se lo preguntaron infinidad de veces en sus últimos veinte años de vida), contesta que la poesía lo había salvado del suicidio, pero no sirvió para salvarlo de la temida mediana edad, de la madurez. “Cuando uno es joven y empieza a escribir poesía, se pone cachondo con las palabras y está convencido de que lo que le está pasando no le pasa a nadie más en el mundo. Lo que sucede en realidad es que de joven te interesa lo que te parece único en ti, lo que te diferencia. En cambio, con el tiempo cada vez te vas interesando más en lo que tienes de genérico, en lo que tienes de común con los demás. Con el tiempo descubres que lo que te ha pasado a ti es lo que le ha pasado a todo el mundo. Y te preguntas: ¿por qué escribir? Si lo normal es leer”.
En ese libro dice que, si hubiera venido al mundo con los mismos defectos pero con menos cualidades, habría funcionado mucho mejor. En ese libro cuenta que el hombre al que más amó lo dejó por una mujer y que la única mujer que pudo amar lo dejó por un hombre. En ese libro dice que le gustaría ser recordado como el último poeta que montó regularmente a caballo y cuenta que cuando, ya cuarentón, le confesó a su padre que era homosexual, éste contestó: “Me haces desgraciado”. ¿Por ser maricón?, preguntó el hijo. “No, porque yo he dicho siempre la verdad y desde ahora estaré obligado a mentir por ti”, contestó el padre, y eso hizo, durante los veinte años siguientes, cada vez que su esposa se preguntaba en voz alta cuándo sentaría cabeza su Jaimito y se casara de una vez.
El niño Jaime logró sobrevivir unos días a la muerte de su madre y así ahorrarle un último disgusto. Aunque yo creo que a la anciana dama le habría gustado ver ese contingente de monjitas filipinas que se presentó espontáneamente al entierro de su hijo. Todo secretario de la Compañía de Tabacos era, a la vez, cónsul honorario de ese país en Barcelona; las monjitas cumplían un mero papel protocolar en el cementerio y se retiraron en silencio luego de que se leyera un poema del difunto que fue la única oración fúnebre de la ceremonia y su perfecto epitafio: “En un viejo país ineficiente, / algo así como España entre dos guerras, / en un pueblo junto al mar, / poseer una casa y poca hacienda / y memoria ninguna. / Y no leer, / no sufrir, no escribir, / no pagar cuentas, / vivir como un noble arruinado / entre las ruinas de mi inteligencia”.

13.9.14

"¿ASÍ QUE QUIERES SER ESCRITOR?" de Charles Bukowski





Si no te sale ardiendo de dentro,

a pesar de todo,
no lo hagas.
A no ser que salga espontáneamente de tu corazón
y de tu mente y de tu boca
y de tus tripas,
no lo hagas.
Si tienes que sentarte durante horas
con la mirada fija en la pantalla del ordenador
ó clavado en tu máquina de escribir
buscando las palabras,
no lo hagas.
Si lo haces por dinero o fama,
no lo hagas.
Si lo haces porque quieres mujeres en tu cama,
no lo hagas.
Si tienes que sentarte
y reescribirlo una y otra vez,
no lo hagas.
Si te cansa sólo pensar en hacerlo,
no lo hagas.
Si estás intentando escribir
como cualquier otro, olvídalo.

Si tienes que esperar a que salga rugiendo de ti,
espera pacientemente.
Si nunca sale rugiendo de ti, haz otra cosa.

Si primero tienes que leerlo a tu esposa
ó a tu novia ó a tu novio
ó a tus padres ó a cualquiera,
no estás preparado.

No seas como tantos escritores,
no seas como tantos miles de
personas que se llaman a sí mismos escritores,
no seas soso y aburrido y pretencioso,
no te consumas en tu amor propio.
Las bibliotecas del mundo
bostezan hasta dormirse
con esa gente.
No seas uno de ellos.
No lo hagas.
A no ser que salga de tu alma
como un cohete,
a no ser que quedarte quieto
pudiera llevarte a la locura,
al suicidio o al asesinato,
no lo hagas.
A no ser que el sol dentro de ti
esté quemando tus tripas, no lo hagas.
Cuando sea verdaderamente el momento,
y si has sido elegido,
sucederá por sí solo y
seguirá sucediendo hasta que mueras
ó hasta que muera en ti.
No hay otro camino.
Y nunca lo hubo.

7.9.14

Marlon Brando / That Unfinished Oscar Speech


BEVERLY HILLS, Calif., March the 27th, 1932.

For 200 years we have said to the Indian people who are fighting for their land, their life, their families and their right to be free: ''Lay down your arms, my friends, and then we will remain together. Only if you lay down your arms, my friends, can we then talk of peace and come to an agreement which will be good for you.''

When they laid down their arms, we murdered them. We lied to them. We cheated them out of their lands. We starved them into signing fraudulent agreements that we called treaties which we never kept. We turned them into beggars on a continent that gave life for as long as life can remember. And by any interpretation of history, however twisted, we did not do right. We were not lawful nor were we just in what we did. For them, we do not have to restore these people, we do not have to live up to some agreements, because it is given to us by virtue of our power to attack the rights of others, to take their property, to take their lives when they are trying to defend their land and liberty, and to make their virtues a crime and our own vices virtues.

But there is one thing which is beyond the reach of this perversity and that is the tremendous verdict of history. And history will surely judge us. But do we care? What kind of moral schizophrenia is it that allows us to shout at the top of our national voice for all the world to hear that we live up to our commitment when every page of history and when all the thirsty, starving, humiliating days and nights of the last 100 years in the lives of the American Indian contradict that voice?

It would seem that the respect for principle and the love of one's neighbor have become dysfunctional in this country of ours, and that all we have done, all that we have succeeded in accomplishing with our power is simply annihilating the hopes of the newborn countries in this world, as well as friends and enemies alike, that we're not humane, and that we do not live up to our agreements.

Perhaps at this moment you are saying to yourself what the hell has all this got to do with the Academy Awards? Why is this woman standing up here, ruining our evening, invading our lives with things that don't concern us, and that we don't care about? Wasting our time and money and intruding in our homes.

I think the answer to those unspoken questions is that the motion picture community has been as responsible as any for degrading the Indian and making a mockery of his character, describing his as savage, hostile and evil. It's hard enough for children to grow up in this world. When Indian children watch television, and they watch films, and when they see their race depicted as they are in films, their minds become injured in ways we can never know.

Recently there have been a few faltering steps to correct this situation, but too faltering and too few, so I, as a member in this profession, do not feel that I can as a citizen of the United States accept an award here tonight. I think awards in this country at this time are inappropriate to be received or given until the condition of the American Indian is drastically altered. If we are not our brother's keeper, at least let us not be his executioner.

I would have been here tonight to speak to you directly, but I felt that perhaps I could be of better use if I went to Wounded Knee to help forestall in whatever way I can the establishment of a peace which would be dishonorable as long as the rivers shall run and the grass shall grow.

I would hope that those who are listening would not look upon this as a rude intrusion, but as an earnest effort to focus attention on an issue that might very well determine whether or not this country has the right to say from this point forward we believe in the inalienable rights of all people to remain free and independent on lands that have supported their life beyond living memory.
Thank you for your kindness and your courtesy to Miss Littlefeather. Thank you and good night.

This statement was written by Marlon Brando for delivery at the Academy Awards ceremony where Mr. Brando refused an Oscar. The speaker, who read only a part of it, was Shasheen Littlefeather.

Pauline Parker on Juliet Hulme

We spent a hectic night going through he Saints. It was wonderful! Heavenly! Beautiful! And ours! We felt satisfied indeed. We have now learned the peace of the thing called bliss; the joy of the thing called sin.

2.9.14

Los indios de Palestina, por Gilles Deleuze y Elias SanbarPaquidermo

Fragmento de una conversación entre el filósofo francés Gilles Deleuze y el historiador palestino (y traductor de Mahmud Darwix al francés) Elias Sanbar. Se publicó en el diario Libération el 8-9 de mayo de 1982.
Gilles Deleuze. [...] Los palestinos no están en la situación de otros pueblos colonizados, sino que han sido evacuados, desterrados. Tú insistes, en el libro que estás preparando [Palestine 1948, l’expulsion], en la comparación con los pieles rojas. En el capitalismo se dan dos movimientos muy diferentes. A veces se trata de mantener a un pueblo en su territorio, hacerle trabajar, explotarlo para acumular un excedente: lo que suele llamarse una colonia; otras veces se trata de lo contrario, de vaciar un territorio de su pueblo para dar un salto adelante, aunque tenga que importarse mano de obra del extranjero. La historia del sionismo y de Israel, como la de América, tiene que ver con esto último: ¿cómo crear un vacío, cómo evacuar a un pueblo? [...]
Elias Sanbar. Somos unos expulsados peculiares porque no nos han desplazado a tierra extranjera sino hacia la prolongación de nuestro hogar. Se nos ha desplazado a tierra árabe, donde no solamente nadie piensa en que nos disolvamos sino que esta mera idea les parece una aberración. Me refiero, en este punto, a la inmensa hipocresía de algunas afirmaciones de Israel que reprochan al resto de los árabes el no habernos “integrado”, cosa que en el lenguaje israelí significa “hecho desaparecer”… Quienes nos han expulsado han comenzado súbitamente a preocuparse por cierto racismo árabe contra nosotros. ¿Significa esto que no debemos afrontar las contradicciones de ciertos países árabes? Desde luego que no, pero estos enfrentamientos no procedían en absoluto del hecho de que fuéramos árabes, eran casi inevitables porque éramos y somos una revolución armada. Somos algo así como los pieles rojas de los colonos judíos de Palestina. A sus ojos, nuestra única función consistiría en desaparecer. En este sentido, es cierto que la historia del establecimiento de Israel es una repetición del proceso que dio lugar al nacimiento de los Estados Unidos de América. [...]
El movimiento sionista no movilizó a la comunidad judía de Palestina en torno a la idea de que los palestinos iban a marcharse en algún momento, sino en torno a la idea de que el país estaba “vacío”. Desde luego, hubo algunos que, al llegar, constataron lo contrario y así lo escribieron. Pero el grueso de esta comunidad funcionaba teniendo en frente a unas personas a quienes frecuentaba a diario físicamente, pero como si no estuviesen allí. Esta ceguera no era física, nadie podía engañarse en primera instancia, todo el mundo sabía que aquel pueblo allí presente estaba “en trance de desaparición”, todo el mundo se daba cuenta también de que, para que esa desaparición pudiera llevarse a cabo, hacía falta funcionar desde el principio como si ya hubiese ocurrido, es decir, “no viendo” nunca la existencia de los otros, que sin embargo estaban más que presentes. Para tener éxito, el vaciamiento del territorio debía partir de una aniquilación “del otro” en la propia mente de los colonos.
Para alcanzar ese resultado, el movimiento sionista apostó fuerte a una visión racista que hacía del judaísmo la base misma de la expulsión, del rechazo del otro. Recibió una ayuda decisiva de las persecuciones europeas que, emprendidas por otros racistas, le permitían encontrar una confirmación de su propio enfoque.
Creemos, además, que el sionismo ha aprisionado a los judíos y los mantiene cautivos de esta visión que acabo de describir. Digo intencionadamente que les mantiene cautivos y no que les ha mantenido cautivos en cierto momento. Digo esto porque, pasado el holocausto, su punto de vista ha evolucionado y se ha convertido en un seudoprincipio “eterno” que exige que los judíos sean en todo lugar y en todo tiempo el Otro de las sociedades en que viven.
Ahora bien, no hay ningún pueblo, ninguna comunidad que pueda aspirar ―afortunadamente para ellos― a ocupar inmutablemente esta posición del “Otro” rechazado y maldito.
Hoy día, el Otro del Oriente Próximo es el árabe, el palestino. Y es a este Otro constantemente amenazado con desaparecer al que las potencias occidentales, derrochando hipocresía y cinismo, piden garantías. Por el contrario, somos nosotros quienes necesitamos garantías contra la locura de las autoridades militares israelíes. [...]
—————
Gilles Deleuze, Dos regímenes de locos. Textos y entrevistas (1975-1995), traducción de José Luis Pardo, Valencia, Pre-Textos, 2007.



http://www.revistapaquidermo.com/archives/10755