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4.1.12

Hacedor de estrellas/Olaf Stapledon


Nota preliminar
Soy un chapucero congénito, protegido (¿o estropeado?) por el sistema capitalista. Sólo ahora al cabo de medio siglo de esfuerzo, he empezado a aprender a desempeñarme. Mi niñez duró unos veinticinco años; la moldearon el canal de Suez, el pueblito de Abbotsholme y la Universidad de Oxford. Ensayé diversas carreras y periódicamente hube de huir ante el inminente desastre. Maestro de escuela, aprendí de memoria capítulos enteros de la Escritura, la víspera de la lección de historia sagrada. En una oficina, de Liverpool eché a perder listas de cargas: en Port Said, candorosamente permití que los capitanes llevaran más carbón que el estipulado. Me propuse educar al pueblo: peones de minas y obreros ferroviarios me enseñaron más cosas de las que aprendieron de mí. La guerra de 1914 me encontró muy pacífico. En el frente francés manejé una ambulancia de la Cruz Roja. Después: un casamiento romántico, hijos, el hábito y la pasión del hogar. Me desperté como adolescente casado a los treinta y cinco años. Penosamente pasé del estado larval a una madurez informe atrasada. Me dominaron dos experiencias: la filosofía y el trágico desorden de la colmena humana... Ahora, ya con un pie sobre el umbral de la adultez mental, advierto con una sonrisa que el otro pisa la sepultura.


*

Pero, irracionalmente, sentí en mí una rara reverencia, no hacia el astro, un simple fuego que la distancia santificaba falsamente, sino hacia otra cosa, algo que mi corazón descubría en aquel terrible contraste entre la estrella y nosotros. Sin embargo, ¿qué podía ser eso? La inteligencia, mirando más allá del astro, no descubría ningún Hacedor de Estrellas, sólo oscuridad; ningún Amor, ningún Poder siquiera, sólo nada. Y sin embargo, el corazón parecía cantar una alabanza.

*

La admiración y el asombro borraban toda ansiedad personal; la pura belleza de nuestro planeta me sorprendía. Era una perla enorme, montada en ébano estrellado. Era nácar, era ópalo. No, era algo más hermoso que ninguna joya, de dibujados colores, sutiles, etéreos. Tenía la delicadeza, y el brillo, la complejidad y la armonía de una cosa viva. Era raro que yo sintiese desde tan lejos, como nunca había sentido antes, la presencia vital de la Tierra; una criatura viva, pero dormida, que anhelaba oscuramente despertar.

*

La música, tal como la conocemos nosotros, nunca se desarrolló en ese mundo.

En compensación, el olfato y el gusto se habían desarrollado de un modo asombroso. Estas criaturas gustaban las cosas no solo con la boca, sino también con las húmedas manos negras y con los pies. Tenían así una experiencia del planeta extraordinariamente rica e íntima. El gusto de los metales y las maderas, de las tierras dulces o amargas, de las piedras, los innumerables sabores suaves o fuertes de las plantas que aplastaban los pies desnudos formaban en su totalidad un mundo desconocido para el hombre terrestre.
Los genitales estaban también equipados con órganos del gusto. Había distintas sustancias químicas en hombres y mujeres, todas poderosamente atractivas para el sexo opuesto. Eran saboreadas débilmente con el contacto de los pies o las manos en cualquier parte del cuerpo, y con exquisita intensidad en la copulación.

Esta sorprendente riqueza de la experiencia gustativa me hizo muy difícil entrar totalmente en los pensamientos de los Otros Hombres. El gusto desempeñaba una parte tan importante en sus imágenes y conceptos como la vista entre nosotros. Muchas ideas que los terrestres habían alcanzado gracias a la vista, y que aún en su forma más abstracta conservan huellas de su origen visual, eran concebidas por los Otros Hombres en términos de gusto. Por ejemplo, nuestro "brillante", que aplicamos a personas o ideas, era para ellos una palabra con el significado literal de "sabroso".


*

Era una experiencia muy rara encontrarse en las profundidades del espacio, rodeado solo por la oscuridad y las estrellas, y sin embargo en estrecho contacto personal con un compañero invisible. Mientras las deslumbrantes lámparas del cielo pasaban a nuestro lado, podíamos hablarnos de nuestras experiencias, o discutir nuestros planes, o compartir los recuerdos de nuestros planetas. A veces usábamos mi lenguaje, a veces el suyo. A veces no necesitábamos palabras, y nos bastaba compartir esas imágenes que fluían en nuestras dos mentes.

*

En verdad, en algún sentido que no puedo describir con precisión, nuestra unión mental resultó en la aparición de una tercera mente, intermitente aún, pero de una conciencia mucho más sutil que la de cualquiera de los dos en estado normal. Cada uno de nosotros, o mejor dicho los dos juntos, "despertábamos" de cuando en cuando para ser este espíritu superior. Todas las experiencias de uno adquirían un nuevo significado a la luz del otro; y nuestras dos mentes eran una mente nueva, más penetrante, más consciente. En este estado de elevada lucidez nosotros (es decir, el nuevo yo) empezamos a explorar deliberadamente las posibilidades psicológicas de otros tipos de mundos y seres inteligentes.

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Amar es querer la realización personal del bien amado, y descubrir, en la misma actividad de amar, un acrecentamiento del yo, incidental, pero vitalizador. Por otra parte, ser fiel a uno mismo, hasta la total potencialidad del yo, implica el acto de amar. Exige la disciplina del ser privado, en beneficio del ser mayor que abarca la comunidad entera y la realización del espíritu de la raza.

*


A pesar de la posibilidad de mutua ayuda, las dos razas lucharon por el total exterminio de la otra, y casi tuvieron éxito. Luego de una época de ciega y mutua carnicería, algunas de las menos belicosas y más flexibles variedades de las dos especies descubrieron gradualmente los beneficios de la fraternización con el enemigo. Este fue el principio de una relación muy notable. Pronto los aracnoides aprendieron a cabalgar en los lomos de los rápidos ictioideos, y pudieron llegar así a más remotos campos de caza.

 Pasaron las edades y las dos especies se moldearon mutuamente para formar una bien integrada unión. El pequeño aracnoide, no mayor que un chimpancé, se instaló en un cómodo hueco detrás del cráneo del "pez", y su espalda se acomodó aerodinámicamente a los contornos de la criatura mayor. Los tentáculos del ictioideo se habían especializado en trabajos rudos, los del aracnoide en tareas minuciosas. Las dos criaturas desarrollaron asimismo una interdependencia bioquímica. A través de una membrana del lomo del ictioideo se producía un intercambio de productos endocrinos. Este mecanismo permitía al aracnoide transformarse en un animal totalmente acuático. Mientras estuviese en contacto con su huésped podía permanecer bajo el agua el tiempo que quisiese y descender a cualquier profundidad. Había también entre las dos especies una asombrosa adaptación mental. Los ictioideos se hicieron en general más introvertidos, los aracnoides más extravertidos.

Los jóvenes de ambas especies vivían libremente hasta la pubertad, pero cuando empezaban a desarrollar su organización simbiótica buscaban un compañero de la otra especie. La unión duraba toda la vida, y era interrumpida solo por breves relaciones sexuales. La simbiosis misma era una especie de sexualidad contrapuntística, pero una sexualidad de orden puramente mental, ya que, por supuesto, para la copulación o la reproducción cada individuo debía buscar a un compañero o compañera de su propia especie. Descubrimos sin embargo que aun en esta relación simbiótica la pareja estaba formada invariablemente por un macho de una especie y una hembra de la otra; y el macho, cualquiera fuese su especie, demostraba una devoción paternal por los hijos de su simbiótica compañera.

No tengo espacio para describir la extraordinaria reciprocidad mental de estas raras parejas. Solo puedo decir que aunque las dos especies eran muy diferentes en equipos sensorios y temperamento, y aunque en algunos casos anormales se producían conflictos trágicos, comúnmente la relación simbiótica era más íntima que la del matrimonio humano y abría a la vez horizontes más amplios al individuo que cualquier amistad entre miembros de las distintas razas humanas.

*

Y con una pasión irracional buscábamos constantemente en cada menudo acontecimiento particular del cosmos la forma verdadera de esa infinitud que a falta de un nombre más exacto llamábamos el Hacedor de Estrellas. Pero, por más que buscáramos, no encontrábamos nada. Aunque en la totalidad de las cosas, y en cada cosa en particular, nos enfrentáramos con la temida presencia, su misma infinitud nos impedía que le asignáramos una forma cualquiera.

A veces nos inclinábamos a concebirlo como puro Poder, y le atribuíamos la imagen de las miríadas de divinidades del poder que habíamos conocido en tantos mundos. A veces lo concebíamos como pura Razón, y pensábamos que el cosmos era solo el ejercicio de un divino matemático. A veces nos parecía que su esencia era el Amor, y lo imaginábamos con las formas de todos los Cristos de todos los mundos, los Cristos humanos, los Cristos equinodermos y nautiloides, el Cristo dual de los simbióticos, el Cristo enjambre de los insectoideos. Pero también se nos revelaba como Creatividad irracional, a la vez ciega y sutil, tierna y cruel, con el solo cuidado de producir una infinita variedad de seres, concibiendo aquí y allí entre mil inanidades una frágil maravilla. Cuidaba a ésta durante un tiempo con maternal solicitud, hasta que al fin repentinamente celoso ante la excelencia de su propia creación, destruía su obra.

Pero sabíamos muy bien que todas estas ficciones eran falsas. La sentida presencia del Hacedor de Estrellas seguía siendo inteligible, aunque iluminaba cada vez más el cosmos, como el esplendor de un sol invisible a la hora del alba.


*

"Antes que empiece la vida -decían-, debe haber toda una vida de infancia."

*

La gran mayoría de los mundos de la Liga, atrapados, y aparentemente sin esperanzas de escapar, llegaron a la desesperada creencia de que el espíritu que ellos habían concebido como divino, el espíritu que anhela comunidad verdadera y despertar verdadero, no estaba al fin y al cabo destinado a triunfar, y no era por lo tanto el espíritu esencial del cosmos. El ciego azar, se dijo, gobernaba todas las cosas; o quizá una inteligencia diabólica. Algunos llegaron a imaginar que el Hacedor de Estrellas había creado para satisfacer el placer de destruir.

*

La existencia de los ictioideos era en verdad extraña, pues vivían a la vez prisioneros y libres. Un ictioideo nunca dejaba su océano nativo, pero mantenía relación telepática con la totalidad de la raza simbiótica de la subgalaxia. Además, la única forma de actividad práctica que llevaban a cabo los ictioideos era la astronomía. Inmediatamente debajo de la vítrea corteza colgaban observatorios donde los astrónomos nadadores estudiaban la constitución de las estrellas y la distribución de las galaxias.

Los mundos "pecera" fueron de transición. Poco ante de la época de los imperios enloquecidos los simbióticos iniciaron nuevas investigaciones tratando de producir un mundo que fuese un organismo físico. Luego de edades de experimentos crearon un mundo "pecera" donde todo el océano estaba cruzado por una red fija de ictioideos en mutua y directa conexión neural.

*

Nos costó entender la fuente de esta rara ecuanimidad. Tanto espectadores como víctimas estaban tan absorbidos en investigaciones cosmológicas, eran tan conscientes de la riqueza y potencialidad del cosmos, y estaban tan poseídos sobre todo por la contemplación espiritual, que la perspectiva de la destrucción era juzgada, aun por las mismas víctimas, desde un punto de vista que los hombres llamarían divino. Aquella alegre exaltación y aquella aparente frivolidad tenían sus raíces en el hecho de que para ellos la vida personal y aun la vida y la muerte de mundos individuales eran temas vitales que contribuían a la vida del cosmos. Desde el punto de vista cósmico, el desastre no era, al fin y al cabo, más que un asunto muy pequeño, aunque amargo. Además, si por el sacrificio de otro grupo de mundos, aun de mundos espléndidamente despiertos, se alcanzaba una mas alta comprensión de la demencia de los imperios enloquecidos, el sacrificio valía la pena.

(…)

Nuestro grupo, distribuido por toda la galaxia durante tantos eones, había mantenido dificultosamente la unidad de su mente comunitaria. En todo tiempo "nosotros", a pesar de nuestra pluralidad, habíamos sido en verdad "yo", el simple observador de muchos mundos; pero el mantenimiento de esta identidad se estaba convirtiendo ella misma en un duro trabajo. El "yo" estaba abrumado por la falta de sueño; el múltiple "nosotros" anhelaba los pequeños mundos natales, las madrigueras, y ese embotamiento animal que nos había separado de todas las inmensidades.

(…)


En todos los mundos encontramos una convicción muy profunda: la de la pequeñez e impotencia de los seres finitos, cualquiera fuese su nivel. En cierto mundo había una criatura que podríamos llamar un poeta. Le hablamos de nuestra concepción de la meta cósmica, y él nos dijo: "Cuando el cosmos despierte, si despierta, descubrirá que no es la criatura amada de su creador, sino una mera burbuja que flota a la deriva en el ilimitado e insondable océano del ser".

*

El espíritu meditaba. Aunque infinito y eterno, se había limitado a sí mismo dándose un ser, finito y temporal, y meditaba en un pasado que no le satisfacía. Estaba descontento de alguna creación pasada, oculta para mí; y estaba descontento asimismo de su propia naturaleza pasajera. El descontento impulso el espíritu a una nueva creación.

*

Vi en mi imaginación, por encima de nuestra colina, las otras colinas más lejanas e invisibles. Vi las llanuras y los bosques y todos los campos con sus miríadas de briznas. Vi la tierra que se curvaba en el horizonte, como el hombro del planeta. Una red de caminos, cañerías de acero y alambres zumbantes unían las villas: gotas de niebla en una telaraña. Aquí y allí una ciudad se abría en una expansión de luz, una nublada luminosidad, rociada de estrellas.

Mas allá de las llanuras, Londres, con sus luces de neón, era una platina de microscopio sacada de unas aguas putrefactas y poblada de ruidosos animálculos. ¡Animálculos! Desde una perspectiva estelar, estas criaturas no eran realmente sino sabandijas minúsculas, y sin embargo para ellas mismas, y a veces para sus semejantes, eran mas reales que todas las estrellas.

Mirando mas allá de Londres, mi imaginación vislumbró la pálida extensión del Canal, y luego la totalidad de Europa, una tela emparchada de campos de labranza y somnoliento industrialismo. Mas allá de los álamos de Normandía se extendía Paris, con las torres de Notre-Dame ligeramente inclinadas a causa de la curvatura de la Tierra. Mas allá aún, la noche española ardía con el asesinato de las ciudades. A la izquierda se extendía Alemania, con fábricas y bosques, y música, y cascos de acero. Me pareció ver en las plazas de las catedrales a miles de jóvenes alineados, exaltados, poseídos, saludando al Führer bañado por los reflectores. En Italia también, tierra de recuerdos e ilusiones, el ídolo de las multitudes subyugaba a los jóvenes.

Otra vez a la izquierda, Rusia, un segmento apreciablemente convexo del globo, de una palidez nívea en la oscuridad, extendido bajo las estrellas y los caminos de las nubes. Vi las torres del Kremlin, en la plaza Roja. Allí descansaba Lenin, victorioso. Mas lejos, al pie de los Urales, la imaginación descubrió los plumajes rojos y el palio de humo de las ciudades industriales. Luego los montes, donde asomaba el alba, pues el día, en mi medianoche, estaba ya vertiéndose hacia el oeste a lo largo de Asia, adelantándose con su frente de oro y rosa a la diminuta oruga humeante del expreso transiberiano. En el norte, el Ártico, duro como el hierro, oprimía a sus exiliados. Al sur se extendían los valles y llanuras que en otro tiempo habían acunado a nuestra especie. Pero ahora unas vías de ferrocarril cruzaban la nieve. En todas las aldeas unos niños asiáticos despertaban a otro día de escuela, y a la leyenda de Lenin. En el sur otra vez, los Himalayas, cubiertos de nieve desde la cintura a la cresta. Miré las multitudes de las estribaciones y me interne entre las multitudes de la India. Vi las plantas de algodón que bailaban al viento, y el trigo, y el río sagrado que llevaba las aguas del Kamet entre los arrozales y por los remansos infestados de cocodrilos, y cruzaba Calcuta, con sus naves y oficinas, hacia el mar. Desde mi medianoche mire China. El sol de la mañana se reflejaba en los campos inundados y doraba las tumbas ancestrales. El Yang Tse, un río brillante y retorcido, corría por su desfiladero. Mas allá de los montes de Corea, del otro lado del mar, se alzaba el Fujiyama, extinto y formal. Alrededor una población volcánica se apretaba en las tierras estrechas como lava en un cráter. Ya se derramaba por el Asia una inundación de ejércitos y mercaderes.

Mi imaginación retrocedió y se volvió hacia el África. Vi el canal de agua fabricado por las manos del hombre que unía Oriente y Occidente. Luego los minaretes, las pirámides, la Esfinge que esperaba siempre. En la antigua Menfis se oía un eco de rumores industriales. Hacia el sur, unos hombres negros dormían a orillas de grandes lagos. Tropas de elefantes aplastaban las cosechas. Mas lejos aún, donde los holandeses y los ingleses aprovechaban los esfuerzos de millones de negros, unos vagos sueños de libertad agitaban a las multitudes.

Mirando por encima del continente, mas allá de las mesetas coronadas de nubes, vi los mares del sur, ennegrecidos por las tormentas, y luego los acantilados de hielo con sus focas y pingüinos y los altos campos de nieve del continente despoblado. Mi imaginación enfrentó el sol de medianoche, cruzó el polo y dejó atrás el monte Erebus que vomitaba lava sobre su armiño. Fue hacia el norte, por el mar de verano, pasó sobre Nueva Zelanda, esa Bretaña más libre pero menos consciente, y sobre Australia donde unos jinetes de ojos claros arriaban sus ganados.

Aún mirando al este desde mi colina, vi el Pacífico, sembrado de islas, y luego las Américas, donde en otro tiempo los descendientes de Europa habían dominado a los descendientes de Asia mediante la prioridad en el empleo de los fusiles y la arrogancia que dan las armas de fuego. A lo largo del otro océano, hacia el norte y hacia el sur, se extendía el Nuevo Mundo, el Río de la Plata, y Río de Janeiro, las ciudades de Nueva Inglaterra, centros radiantes del nuevo estilo de vida y pensamiento. Nueva York se alzaba oscuramente en el cielo de la tarde: un enjambre de altos cristales, una acumulación de megalitos modernos. Alrededor, como peces que mordisquean a los pies de los cargueros, se apretaban los grandes transatlánticos. Los vi también en allá mar, y los barcos de carga marchaban en el crepúsculo con los ojos de buey y las ventanillas iluminadas. Los fogoneros sudaban delante de los hornos, los vigías se estremecían en los mástiles, la música de baile era arrastrada por el viento.

Vi todo el planeta, el grano de arena, con sus atareados enjambres, como un circo donde los antagonistas cósmicos, dos espíritus, estaban preparándose ya para una lucha crítica, asumiendo disfraces terrestres y locales, enfrentándose en nuestras mentes despiertas a medias. En una ciudad tras otra, en un pueblo tras otro, y en innumerables granjas solitarias, quintas, cabañas, chozas, en todos los agujeros donde las criaturas humanas se preocupaban por sus comodidades, escapatorias y triunfos pequeños, fermentaba la gran lucha de nuestra época.

Una voluntad se alzaba como un desafío en nombre de un mundo nuevo, anhelado, razonable y gozoso, en el que todo hombre y toda mujer tendrían la posibilidad de vivir plenamente, y de vivir al servicio de la humanidad. La otra parecía ser esencialmente el miedo o lo desconocido, ¿o era algo más misterioso? ¿Podría ser una voluntad de dominio que fomentaba para sus propios fines la pasión de la tribu, arcaica, vengadora y enemiga de la razón?

¿Cómo enfrentar una época semejante? ¿Cómo alimentar el coraje cuando solo se es capaz de virtudes domésticas? ¿Cómo preservar a la vez la integridad de la mente, y no permitir nunca que la lucha destruya en el propio corazón lo que se quiere realizar en el mundo, la integridad del espíritu?

Dos luces como guías. La primera, nuestro átomo, resplandeciente de comunidad, con todo lo que esto significa. La segunda, la luz fría de las estrellas; símbolo de la realidad hipercósmica, con sus éxtasis cristalino. Curiosamente, en esta luz, en la que el amor mas alto es tasado fríamente, y en la que aun la posible derrota de nuestro mundo despierto a medias es contemplada sin remisión de alabanza, la crisis humana alcanza mayor significado. Es raro que parezca más urgente, y no menos, participar en esta lucha, este breve esfuerzo de criaturas microscópicas que tratan de ganar para su raza algún acrecentamiento de lucidez, antes de la oscuridad última.






Una nota sobre magnitudes

La inmensidad no es en sí misma algo bueno. Un hombre vivo vale más que una galaxia sin vida. Pero la inmensidad tiene una importancia indirecta en tanto facilita la riqueza mental y la diversidad. Por supuesto, las cosas son grandes o pequeñas en relación con alguna otra. Decir que un cosmos es grande equivale a decir que comparado con él alguno de sus componentes es pequeño. Decir que su carrera es larga equivale a decir que contiene muchos acontecimientos en su interior. Pero aunque la inmensidad temporal y espacial de un cosmos no tenga mérito intrínseco, es el terreno donde puede crecer lo psíquico, para todos nosotros un valor. La inmensidad física abre la posibilidad de una vasta complejidad física, y esto permite a su vez la aparición de organismos de mente compleja. Esto es cierto por lo menos en un cosmos como el nuestro, donde la mente está condicionada por lo físico.




Minotauro, 1997.

26.12.11

Nueve Aquitania/Jordi Soler





Finalmente salió la piedra, era de calcio según los análisis del laboratorio.

Llegué a la antesala del urólogo con la piedra y los resultados, listo para someterme a la prohibición perpetua de lácteos que iba a recomendarme. En el sillón de enfrente había una señora que me había confiado, motivada por la solidaridad espontánea que une a los pacientes en el trance de meterse a solas con el médico, que a ella le habían dolido menos los hijos que la piedra del riñón. Le respondí que tener un niño o una piedra era, desde cierto ángulo, básicamente lo mismo, se trataba de ocupar la abertura que más placer nos da, en el proceso que más dolor puede proporcionarnos.

También pensaba, pero esto no se lo dije porque en sus ojos de confidente solidaria ya empezaba a brillar la opacidad de la indiscreta arrepentida, que ese periodo de alta mineralizad en el organismo me hacía como nunca parte del planeta, y a la vez del universo entero, en el entendido de que por todo el cosmos, mal que bien, se encuentran los mismos elementos. Producir una piedra es, en rigor, producir un poco de mundo.

Luego añadí esta frase que, lo reconozco, no venía mucho al cuento: “soy un laboratorio de alquimia, en mi interior trabajan los alambiques, las camas de fuego lento, los niveles de decantación, y en alguna parte traigo la media calavera donde se mezclan las sustancias”.

−Con permiso− dijo la mujer arrepentida−, porque había llegado el turno de pasar a que el médico la revisara o porque ya no soportaba mi monólogo. Me quedé solo en la sala, alumbrado por los tubos de neón que hacían ruido. Saqué la piedra que había expulsado, con más sorpresa que dolor esa mañana. Me había parado frente al retrete con la coladera en posición, y antes de darme cuenta que las vías de alivio estaban parcialmente obstruidas, precedida por una punzada de parto, había salido la piedra que fue a estrellarse con violencia en la retícula, seguida por un chorro salpicón de orines.
Lo mínimo que trae consigo la fabricación de una parte del mundo, es un dolor de la talla de los cataclismos del mundo, pensé ahí mismo debajo del neón ruidoso y me fui sin pasar a mi cita con el médico.


*

Nota aparecida en el diario español El ángel de Extremadura, dentro del suplemento dominical Gente

Miranda del Rocío. Como resultado de la medida aplicada por el Ministro de Seguridad Pública, cientos de yanquis invaden las calles de la capital del país, con el propósito de conseguir unos gramos de droga. Hace casi un mes el ministro anunció que la policía había asestado un golpe fatal a los jefes del narco, no calculó que días más tarde, la capacidad de las caa (Clínicas de Atención al Adicto), sería ampliamente rebasada por la sobredemanda de remedios contra el mono. Desde entonces, grupos de yonkis en pleno síndrome de abstinencia, buscan heroína en cualquier lugar y a cualquier precio.

“El yonki no tendría necesidad de asaltar a navaja o de incomodar a la ciudadanía, si el Estado asumiera que se trata de un enfermo que necesita ayuda médica en la fase crítica del mono, y además se la proporcionara”; declaró Ángeles Ramos, directora del cnca (Centro Nacional Contra las Adicciones).

Algunos yonkis más desesperados han ido más allá de los límites de la ciudad. El primer brote en el exterior fue detectado el martes pasado. Un grupo de catorce individuos entorpeció durante varias horas el tráfico de la autopista que va a Pozuelos, caminaban en formación escopeta sobre el carril derecho, con la culata protegida por una patrulla de la policía. Unas horas antes dos yonkis sin grupo habían sido atropellados por un autobús en las inmediaciones de Toledo. El grupo de Pozuelos pretendía, según declararon los agentes de la culata, conseguir heroína en aquella población, pero el distribuidor había  huido minutos antes de que llegaran sus clientes; había visto un noticiario de televisión que transmitía en directo la llegada de la banda de yonkis a las cercanías de su casa y había escapado antes de convertirse en la noticia del día.

A partir del caso de “los yonkis de Toledo” (nombre que se le ha dado a la desgracia de los dos adolescentes atropellados en la carretera cerca de aquella entidad) se han multiplicado los accidentes. En un programa de televisión transmitido en Europa y América Latina por Antena 3 Internacional, varios automovilistas expresaron ese temor novedoso de ir manejando tranquilamente por la carretera, y en el momento menos pensado, al salir de una curva, encontrarse con una peregrinación de yonkis. Basta un comentario, insinuación o presentimiento de que en tal o cual sitio sobrevive un camello, para que los adictos se lancen en grupo tras la posibilidad de una dosis.
Un analista del periódico inglés The Guardian, ha calificado el fenómeno como la otra cruzada de los yonkis, haciendo obvia referencia a la obra La cruzada de los niños, del escritor francés Marcel Schwob.

Ayer, cerca del mediodía, una cuarteta de yonkis arribó a esta población que se encuentra a 210 kilómetros de Madrid. Los vecinos notificaron a la policía la presencia de cuatro extraños que dormitaban en el kiosco de la plaza. Luego de un breve interrogatorio, el comandante Torrijos dedujo que se trataba de una parte de La cruzada de los yonkis y además observó que, a juzgar por el estado de placidez que traían los cuatro individuos, su jurisdicción debía contar con los servicios de un camello. Los visitantes fueron trasladados  a la comisaría, el comandante pretendía averiguar las señas particulares del camello y la forma en que esos individuos habían recorrido los 210 kilómetros, porque la policía local tenía noticia de que en la madrugada dos turistas franceses habían sido despojados de su automóvil, y ola asociación del cuarteto de sospechosos con los turistas desfalcados no parecía tan descabellada.
Las averiguaciones del comandante se vieron frustradas por la intervención del Leproso, el habitante más ilustre de Miranda del Rocío, un mendigo que hizo fortuna efímera y fama sólida en  1961, cuando apareció en el papel  de él mismo, en la película Viridiana, de Luis Buñuel.

Anualmente, cada septiembre, Miranda ofrece un homenaje a su habitante ilustre: el alcalde pronuncia unas palabras, el Leproso las agradece y a continuación se proyecta la película que lo volvió célebre. El comandante Torrijos, para ilustrar la influencia que tiene el personaje sobre la vida de esta comunidad, comentó: “durante la proyección anual de Viridiana, el público aplaude a rabiar cada vez que aparecen las escenas del Leproso”.

El mendigo ilustre, que subsiste gracias a una pensión que le dispensa el alcalde en turno, pasaba por la comisaría cuando uno de los yonkis reconoció su estampa cinematográfica y le preguntó si él era el Leproso de Viridiana. El actor, influyente y agradecido en extremo, no descansó hasta que el comandante dejó ir, libres de cualquier cargo, a los cuatro huéspedes que lo habían reconocido.

Hasta el momento se desconoce el paradero de los yonkis y del Leproso. La policía de Miranda del Rocío espera que en las próximas horas llegarán más visitantes y pronostica que entonces podrán dar con la guarida del camello.


Alfaguara, 1999: Ciudad de México

12.8.11

Océano Mar/Alessandro Baricco




Y es algo impresionante, tendríais que imaginaros, débil, un gasto insignificante, de repente todo el mar sufre una descarga, todo el mar, hasta el último horizonte tiembla, se agita, se disuelve, circula por sus venas la miel de una bendición que hechiza cada ola, y todos los barcos del mundo, las borrascas, los abismos más profundos, las aguas más oscuras, los hombres y los animales, los que en él están muriendo, los que le tienen miedo, los que lo están mirando, hechizados, aterrorizados, con amor, felices, mareados, cuando de repente, por un instante, inclina la cabeza, el inmenso mar, y ya no hay enigma, no hay enemigo, ya no hay silencio, sino hermano, y marzo regio, y espectáculo para hombres salvados. La mano de un viejo. Una señal en el agua. Miras el mar y ya no da miedo. Fin.

Anagrama, 2007: Barcelona.

21.6.11

Ampliación de campo de batalla/Michel Houellebecq



Algunos seres experimentan ensegida una aterradora imposibilidad de vivir por sus propios medios; en el fondo no soportan ver su vida cara a cara, y verla entera, sin zonas de sombra, sin segundos planos. Estoy de acuerdo en que su existencia es una excepción a las leyes de la naturaleza, no sólo porque esta fractura de inadaptación fundamental se produce aparte de cualquier finalidad genética, sino también a causa de excesiva lucidez que se presupone, lucidez que trasciende claramente los esquemas perceptivos de la existencia ordinaria. A veces basta con colocarles otro ser delante, a condición de suponerlo tan puro y transparente como ellos mismos, para que esta insoportable fractura se convierta en una aspiración luminosa, tensa y permanente hacia lo absolutamente inaccesible. así pues, como un espejo que devuelve día tras día la misma imagen desesperante, dos espejos paralelos elaboran y construyen una red límpida y densa que arrastra al ojo humano a una trayectoria infinita, sin límites, infinita en su pureza geométrica, más allá del sufrimiento y del mundo.

 Compactos ANAGRAMA, 2008: Barcelona

Las historias prohibidas del pulgarcito/Roque Dalton



REFRÁN

El miedo es hombre.

*

No se trata tan sólo de preferir el verbo a la acción: 
se trata de establecer una palabra que con su brillo 
o con el brillo de soluciones fantásticas 
oculte el sonido profundo de la realidad, su verdad 
      última.

*

Todos juntos
tenemos más muerte que aquellos
pero todos juntos 
tenemos más vida que ellos.

La todopoderosa unión de nuestras medias vidas
de las medias vidas de todos los que nacimos medio
    muertos
en 1932.

*

En el centro de la mar
suspira una ballena
y en el suspiro decía:
amor con hambre no llena.

*

Ya me voy porque estoy viejo
y ya la muerte me llama.
En el testamento digo
que me entierren en tu cama.
*


En toda Centroamérica reinaba el caos y la anarquía.
En toda Centroamérica peleaban liberales contra conservadores.

(...)

Los liberales creían que del caos podría surgir la
libertad, a través de la lucha.
Los conservadores creían que la libertad era el caos, el peor caos.
Inglaterra, por su parte, disputaba a Estados Unidos
el derecho de construir en Nicaragua el canal
interoceánico.

(...)

Qué cosas: en Estados Unidos los norteamericanos se dividían
en esclavistas y antiesclavistas. En Centroamérica
un esclavista representaba a todos los norteamericanos.
Para Centroamérica todos los norteamericanos eran esclavistas,
hasta el amigo Lincoln.

Cuando los liberales se dieron cuenta de ello
fueron unidos en nombre de toda Centroamérica a la
guerra.

El Salvador, 2010: UCA Editores


25.4.11

100 Best First Lines from Novels/American book review

100 Best First Lines from Novels



1. Call me Ishmael. —Herman Melville, Moby-Dick (1851)
2. It is a truth universally acknowledged, that a single man in possession of a good fortune, must be in want of a wife. —Jane Austen, Pride and Prejudice(1813)
3. A screaming comes across the sky. —Thomas Pynchon, Gravity's Rainbow(1973)
4. Many years later, as he faced the firing squad, Colonel Aureliano Buendía was to remember that distant afternoon when his father took him to discover ice. —Gabriel García Márquez, One Hundred Years of Solitude (1967; trans. Gregory Rabassa)
5. Lolita, light of my life, fire of my loins. —Vladimir Nabokov, Lolita (1955)
6. Happy families are all alike; every unhappy family is unhappy in its own way. —Leo Tolstoy, Anna Karenina (1877; trans. Constance Garnett)
7. riverrun, past Eve and Adam's, from swerve of shore to bend of bay, brings us by a commodius vicus of recirculation back to Howth Castle and Environs. —James Joyce, Finnegans Wake (1939)
8. It was a bright cold day in April, and the clocks were striking thirteen. —George Orwell, 1984 (1949)
9. It was the best of times, it was the worst of times, it was the age of wisdom, it was the age of foolishness, it was the epoch of belief, it was the epoch of incredulity, it was the season of Light, it was the season of Darkness, it was the spring of hope, it was the winter of despair. —Charles Dickens, A Tale of Two Cities (1859)
10. I am an invisible man. —Ralph Ellison, Invisible Man (1952)
11. The Miss Lonelyhearts of the New York Post-Dispatch (Are you in trouble?—Do-you-need-advice?—Write-to-Miss-Lonelyhearts-and-she-will-help-you) sat at his desk and stared at a piece of white cardboard. —Nathanael West, Miss Lonelyhearts (1933)
12. You don't know about me without you have read a book by the name of The Adventures of Tom Sawyer; but that ain't no matter. —Mark Twain, Adventures of Huckleberry Finn (1885)
13. Someone must have slandered Josef K., for one morning, without having done anything truly wrong, he was arrested. —Franz Kafka, The Trial (1925; trans. Breon Mitchell)
14. You are about to begin reading Italo Calvino's new novel, If on a winter's night a traveler. —Italo Calvino, If on a winter's night a traveler (1979; trans. William Weaver)
15. The sun shone, having no alternative, on the nothing new. —Samuel Beckett,Murphy (1938)
16. If you really want to hear about it, the first thing you'll probably want to know is where I was born, and what my lousy childhood was like, and how my parents were occupied and all before they had me, and all that David Copperfield kind of crap, but I don't feel like going into it, if you want to know the truth. —J. D. Salinger, The Catcher in the Rye (1951)
17. Once upon a time and a very good time it was there was a moocow coming down along the road and this moocow that was coming down along the road met a nicens little boy named baby tuckoo. —James Joyce, A Portrait of the Artist as a Young Man (1916)
18. This is the saddest story I have ever heard. —Ford Madox Ford, The Good Soldier (1915)
19. I wish either my father or my mother, or indeed both of them, as they were in duty both equally bound to it, had minded what they were about when they begot me; had they duly considered how much depended upon what they were then doing;—that not only the production of a rational Being was concerned in it, but that possibly the happy formation and temperature of his body, perhaps his genius and the very cast of his mind;—and, for aught they knew to the contrary, even the fortunes of his whole house might take their turn from the humours and dispositions which were then uppermost:—Had they duly weighed and considered all this, and proceeded accordingly,—I am verily persuaded I should have made a quite different figure in the world, from that, in which the reader is likely to see me. —Laurence Sterne, Tristram Shandy (1759–1767)
20. Whether I shall turn out to be the hero of my own life, or whether that station will be held by anybody else, these pages must show. —Charles Dickens,David Copperfield (1850)
21. Stately, plump Buck Mulligan came from the stairhead, bearing a bowl of lather on which a mirror and a razor lay crossed. —James Joyce, Ulysses(1922)
22. It was a dark and stormy night; the rain fell in torrents, except at occasional intervals, when it was checked by a violent gust of wind which swept up the streets (for it is in London that our scene lies), rattling along the house-tops, and fiercely agitating the scanty flame of the lamps that struggled against the darkness. —Edward George Bulwer-Lytton, Paul Clifford (1830)
23. One summer afternoon Mrs. Oedipa Maas came home from a Tupperware party whose hostess had put perhaps too much kirsch in the fondue to find that she, Oedipa, had been named executor, or she supposed executrix, of the estate of one Pierce Inverarity, a California real estate mogul who had once lost two million dollars in his spare time but still had assets numerous and tangled enough to make the job of sorting it all out more than honorary. —Thomas Pynchon, The Crying of Lot 49 (1966)
24. It was a wrong number that started it, the telephone ringing three times in the dead of night, and the voice on the other end asking for someone he was not. —Paul Auster, City of Glass (1985)
25. Through the fence, between the curling flower spaces, I could see them hitting. —William Faulkner, The Sound and the Fury (1929)
26. 124 was spiteful. —Toni Morrison, Beloved (1987)
27. Somewhere in la Mancha, in a place whose name I do not care to remember, a gentleman lived not long ago, one of those who has a lance and ancient shield on a shelf and keeps a skinny nag and a greyhound for racing. —Miguel de Cervantes, Don Quixote (1605; trans. Edith Grossman)
28. Mother died today. —Albert Camus, The Stranger (1942; trans. Stuart Gilbert)
29. Every summer Lin Kong returned to Goose Village to divorce his wife, Shuyu. —Ha Jin, Waiting (1999)
30. The sky above the port was the color of television, tuned to a dead channel. —William Gibson, Neuromancer (1984)
31. I am a sick man . . . I am a spiteful man. —Fyodor Dostoyevsky, Notes from Underground (1864; trans. Michael R. Katz)
32. Where now? Who now? When now? —Samuel Beckett, The Unnamable(1953; trans. Patrick Bowles)
33. Once an angry man dragged his father along the ground through his own orchard. "Stop!" cried the groaning old man at last, "Stop! I did not drag my father beyond this tree." —Gertrude Stein, The Making of Americans (1925)
34. In a sense, I am Jacob Horner. —John Barth, The End of the Road (1958)
35. It was like so, but wasn't. —Richard Powers, Galatea 2.2 (1995)
36. —Money . . . in a voice that rustled. —William Gaddis, J R (1975)
37. Mrs. Dalloway said she would buy the flowers herself. —Virginia Woolf, Mrs. Dalloway (1925)
38. All this happened, more or less. —Kurt Vonnegut, Slaughterhouse-Five(1969)
39. They shoot the white girl first. —Toni Morrison, Paradise (1998)
40. For a long time, I went to bed early. —Marcel Proust, Swann's Way (1913; trans. Lydia Davis)
41. The moment one learns English, complications set in. —Felipe Alfau, Chromos (1990)
42. Dr. Weiss, at forty, knew that her life had been ruined by literature. —Anita Brookner, The Debut (1981)
43. I was the shadow of the waxwing slain / By the false azure in the windowpane; —Vladimir Nabokov, Pale Fire (1962)
44. Ships at a distance have every man's wish on board. —Zora Neale Hurston,Their Eyes Were Watching God (1937)
45. I had the story, bit by bit, from various people, and, as generally happens in such cases, each time it was a different story. —Edith Wharton, Ethan Frome(1911)
46. Ages ago, Alex, Allen and Alva arrived at Antibes, and Alva allowing all, allowing anyone, against Alex's admonition, against Allen's angry assertion: another African amusement . . . anyhow, as all argued, an awesome African army assembled and arduously advanced against an African anthill, assiduously annihilating ant after ant, and afterward, Alex astonishingly accuses Albert as also accepting Africa's antipodal ant annexation.  —Walter Abish, Alphabetical Africa (1974)
47. There was a boy called Eustace Clarence Scrubb, and he almost deserved it. —C. S. Lewis, The Voyage of the Dawn Treader (1952)
48. He was an old man who fished alone in a skiff in the Gulf Stream and he had gone eighty-four days now without taking a fish. —Ernest Hemingway, The Old Man and the Sea (1952)
49. It was the day my grandmother exploded. —Iain M. Banks, The Crow Road(1992)
50. I was born twice: first, as a baby girl, on a remarkably smogless Detroit day in January of 1960; and then again, as a teenage boy, in an emergency room near Petoskey, Michigan, in August of 1974. —Jeffrey Eugenides, Middlesex(2002)
51. Elmer Gantry was drunk. —Sinclair Lewis, Elmer Gantry (1927)
52. We started dying before the snow, and like the snow, we continued to fall. —Louise Erdrich, Tracks (1988)
53. It was a pleasure to burn. —Ray Bradbury, Fahrenheit 451 (1953)
54. A story has no beginning or end; arbitrarily one chooses that moment of experience from which to look back or from which to look ahead. —Graham Greene, The End of the Affair (1951)
55. Having placed in my mouth sufficient bread for three minutes' chewing, I withdrew my powers of sensual perception and retired into the privacy of my mind, my eyes and face assuming a vacant and preoccupied expression. —Flann O'Brien, At Swim-Two-Birds (1939)
56. I was born in the Year 1632, in the City of York, of a good Family, tho' not of that Country, my Father being a Foreigner of Bremen, who settled first at Hull; He got a good Estate by Merchandise, and leaving off his Trade, lived afterward at York, from whence he had married my Mother, whose Relations were named Robinson, a very good Family in that Country, and from whom I was called Robinson Kreutznaer; but by the usual Corruption of Words in England, we are now called, nay we call our selves, and write our Name Crusoe, and so my Companions always call'd me. —Daniel Defoe, Robinson Crusoe (1719)
57. In the beginning, sometimes I left messages in the street. —David Markson,Wittgenstein's Mistress (1988)
58. Miss Brooke had that kind of beauty which seems to be thrown into relief by poor dress. 
—George Eliot, Middlemarch (1872)

59. It was love at first sight. —Joseph Heller, Catch-22 (1961)
60. What if this young woman, who writes such bad poems, in competition with her husband, whose poems are equally bad, should stretch her remarkably long and well-made legs out before you, so that her skirt slips up to the tops of her stockings? —Gilbert Sorrentino, Imaginative Qualities of Actual Things (1971)
61. I have never begun a novel with more misgiving. —W. Somerset Maugham,The Razor's Edge (1944)
62. Once upon a time, there was a woman who discovered she had turned into the wrong person. —Anne Tyler, Back When We Were Grownups (2001)
63. The human race, to which so many of my readers belong, has been playing at children's games from the beginning, and will probably do it till the end, which is a nuisance for the few people who grow up. —G. K. Chesterton, The Napoleon of Notting Hill (1904)
64. In my younger and more vulnerable years my father gave me some advice that I've been turning over in my mind ever since. —F. Scott Fitzgerald, The Great Gatsby (1925)
65. You better not never tell nobody but God. —Alice Walker, The Color Purple(1982)
66. "To be born again," sang Gibreel Farishta tumbling from the heavens, "first you have to die." —Salman Rushdie, The Satanic Verses (1988)
67. It was a queer, sultry summer, the summer they electrocuted the Rosenbergs, and I didn't know what I was doing in New York. —Sylvia Plath,The Bell Jar (1963)
68. Most really pretty girls have pretty ugly feet, and so does Mindy Metalman, Lenore notices, all of a sudden. —David Foster Wallace, The Broom of the System (1987)
69. If I am out of my mind, it's all right with me, thought Moses Herzog. —Saul Bellow, Herzog (1964)
70. Francis Marion Tarwater's uncle had been dead for only half a day when the boy got too drunk to finish digging his grave and a Negro named Buford Munson, who had come to get a jug filled, had to finish it and drag the body from the breakfast table where it was still sitting and bury it in a decent and Christian way, with the sign of its Saviour at the head of the grave and enough dirt on top to keep the dogs from digging it up. —Flannery O'Connor, The Violent Bear it Away (1960)
71. Granted: I am an inmate of a mental hospital; my keeper is watching me, he never lets me out of his sight; there's a peephole in the door, and my keeper's eye is the shade of brown that can never see through a blue-eyed type like me. —GŸnter Grass, The Tin Drum (1959; trans. Ralph Manheim)
72. When Dick Gibson was a little boy he was not Dick Gibson. —Stanley Elkin,The Dick Gibson Show (1971)
73. Hiram Clegg, together with his wife Emma and four friends of the faith from Randolph Junction, were summoned by the Spirit and Mrs. Clara Collins, widow of the beloved Nazarene preacher Ely Collins, to West Condon on the weekend of the eighteenth and nineteenth of April, there to await the End of the World. —Robert Coover, The Origin of the Brunists (1966)
74. She waited, Kate Croy, for her father to come in, but he kept her unconscionably, and there were moments at which she showed herself, in the glass over the mantel, a face positively pale with the irritation that had brought her to the point of going away without sight of him. —Henry James, The Wings of the Dove (1902)
75. In the late summer of that year we lived in a house in a village that looked across the river and the plain to the mountains. —Ernest Hemingway, A Farewell to Arms (1929)
76. "Take my camel, dear," said my Aunt Dot, as she climbed down from this animal on her return from High Mass. —Rose Macaulay, The Towers of Trebizond (1956)
77. He was an inch, perhaps two, under six feet, powerfully built, and he advanced straight at you with a slight stoop of the shoulders, head forward, and a fixed from-under stare which made you think of a charging bull.  —Joseph Conrad, Lord Jim (1900)
78. The past is a foreign country; they do things differently there.  —L. P. Hartley,The Go-Between (1953)
79. On my naming day when I come 12 I gone front spear and kilt a wyld boar he parbly ben the las wyld pig on the Bundel Downs any how there hadnt ben none for a long time befor him nor I aint looking to see none agen. —Russell Hoban,Riddley Walker (1980)
80. Justice?—You get justice in the next world, in this world you have the law. —William Gaddis, A Frolic of His Own (1994)
81. Vaughan died yesterday in his last car-crash. —J. G. Ballard, Crash (1973)
82. I write this sitting in the kitchen sink. —Dodie Smith, I Capture the Castle(1948)
83. "When your mama was the geek, my dreamlets," Papa would say, "she made the nipping off of noggins such a crystal mystery that the hens themselves yearned toward her, waltzing around her, hypnotized with longing." —Katherine Dunn, Geek Love (1983)
84. In the last years of the Seventeenth Century there was to be found among the fops and fools of the London coffee-houses one rangy, gangling flitch called Ebenezer Cooke, more ambitious than talented, and yet more talented than prudent, who, like his friends-in-folly, all of whom were supposed to be educating at Oxford or Cambridge, had found the sound of Mother English more fun to game with than her sense to labor over, and so rather than applying himself to the pains of scholarship, had learned the knack of versifying, and ground out quires of couplets after the fashion of the day, afroth with Joves and Jupiters, aclang with jarring rhymes, and string-taut with similes stretched to the snapping-point. —John Barth, The Sot-Weed Factor (1960)
85. When I finally caught up with Abraham Trahearne, he was drinking beer with an alcoholic bulldog named Fireball Roberts in a ramshackle joint just outside of Sonoma, California, drinking the heart right out of a fine spring afternoon.  —James Crumley, The Last Good Kiss (1978)
86. It was just noon that Sunday morning when the sheriff reached the jail with Lucas Beauchamp though the whole town (the whole county too for that matter) had known since the night before that Lucas had killed a white man. —William Faulkner, Intruder in the Dust (1948)
87. I, Tiberius Claudius Drusus Nero Germanicus This-that-and-the-other (for I shall not trouble you yet with all my titles) who was once, and not so long ago either, known to my friends and relatives and associates as "Claudius the Idiot," or "That Claudius," or "Claudius the Stammerer," or "Clau-Clau-Claudius" or at best as "Poor Uncle Claudius," am now about to write this strange history of my life; starting from my earliest childhood and continuing year by year until I reach the fateful point of change where, some eight years ago, at the age of fifty-one, I suddenly found myself caught in what I may call the "golden predicament" from which I have never since become disentangled. —Robert Graves, I, Claudius(1934)
88. Of all the things that drive men to sea, the most common disaster, I've come to learn, is women. —Charles Johnson, Middle Passage (1990)
89. I am an American, Chicago born—Chicago, that somber city—and go at things as I have taught myself, free-style, and will make the record in my own way: first to knock, first admitted; sometimes an innocent knock, sometimes a not so innocent. —Saul Bellow, The Adventures of Augie March (1953)
90. The towers of Zenith aspired above the morning mist; austere towers of steel and cement and limestone, sturdy as cliffs and delicate as silver rods. —Sinclair Lewis, Babbitt (1922)
91. I will tell you in a few words who I am: lover of the hummingbird that darts to the flower beyond the rotted sill where my feet are propped; lover of bright needlepoint and the bright stitching fingers of humorless old ladies bent to their sweet and infamous designs; lover of parasols made from the same puffy stuff as a young girl's underdrawers; still lover of that small naval boat which somehow survived the distressing years of my life between her decks or in her pilothouse; and also lover of poor dear black Sonny, my mess boy, fellow victim and confidant, and of my wife and child. But most of all, lover of my harmless and sanguine self. —John Hawkes, Second Skin (1964)
92. He was born with a gift of laughter and a sense that the world was mad. —Raphael Sabatini, Scaramouche (1921)
93. Psychics can see the color of time it's blue. —Ronald Sukenick, Blown Away(1986)
94. In the town, there were two mutes and they were always together. —Carson McCullers, The Heart is a Lonely Hunter (1940)
95. Once upon a time two or three weeks ago, a rather stubborn and determined middle-aged man decided to record for posterity, exactly as it happened, word by word and step by step, the story of another man for indeed what is great in man is that he is a bridge and not a goal, a somewhat paranoiac fellow unmarried, unattached, and quite irresponsible, who had decided to lock himself in a room a furnished room with a private bath, cooking facilities, a bed, a table, and at least one chair, in New York City, for a year 365 days to be precise, to write the story of another person—a shy young man about of 19 years old—who, after the war the Second World War, had come to America the land of opportunities from France under the sponsorship of his uncle—a journalist, fluent in five languages—who himself had come to America from Europe Poland it seems, though this was not clearly established sometime during the war after a series of rather gruesome adventures, and who, at the end of the war, wrote to the father his cousin by marriage of the young man whom he considered as a nephew, curious to know if he the father and his family had survived the German occupation, and indeed was deeply saddened to learn, in a letter from the young man—a long and touching letter written in English, not by the young man, however, who did not know a damn word of English, but by a good friend of his who had studied English in school—that his parents both his father and mother and his two sisters one older and the other younger than he had been deported they were Jewish to a German concentration camp Auschwitz probably and never returned, no doubt having been exterminated deliberately X * X * X * X, and that, therefore, the young man who was now an orphan, a displaced person, who, during the war, had managed to escape deportation by working very hard on a farm in Southern France, would be happy and grateful to be given the opportunity to come to America that great country he had heard so much about and yet knew so little about to start a new life, possibly go to school, learn a trade, and become a good, loyal citizen. —Raymond Federman, Double or Nothing (1971)
96. Time is not a line but a dimension, like the dimensions of space. —Margaret Atwood, Cat's Eye (1988)
97. He—for there could be no doubt of his sex, though the fashion of the time did something to disguise it—was in the act of slicing at the head of a Moor which swung from the rafters. —Virginia WoolfOrlando (1928)
98. High, high above the North Pole, on the first day of 1969, two professors of English Literature approached each other at a combined velocity of 1200 miles per hour. —David Lodge, Changing Places (1975)
99. They say when trouble comes close ranks, and so the white people did. —Jean Rhys, Wide Sargasso Sea (1966)
100. The cold passed reluctantly from the earth, and the retiring fogs revealed an army stretched out on the hills, resting. —Stephen Crane, The Red Badge of Courage (1895)