26.12.11

Nueve Aquitania/Jordi Soler





Finalmente salió la piedra, era de calcio según los análisis del laboratorio.

Llegué a la antesala del urólogo con la piedra y los resultados, listo para someterme a la prohibición perpetua de lácteos que iba a recomendarme. En el sillón de enfrente había una señora que me había confiado, motivada por la solidaridad espontánea que une a los pacientes en el trance de meterse a solas con el médico, que a ella le habían dolido menos los hijos que la piedra del riñón. Le respondí que tener un niño o una piedra era, desde cierto ángulo, básicamente lo mismo, se trataba de ocupar la abertura que más placer nos da, en el proceso que más dolor puede proporcionarnos.

También pensaba, pero esto no se lo dije porque en sus ojos de confidente solidaria ya empezaba a brillar la opacidad de la indiscreta arrepentida, que ese periodo de alta mineralizad en el organismo me hacía como nunca parte del planeta, y a la vez del universo entero, en el entendido de que por todo el cosmos, mal que bien, se encuentran los mismos elementos. Producir una piedra es, en rigor, producir un poco de mundo.

Luego añadí esta frase que, lo reconozco, no venía mucho al cuento: “soy un laboratorio de alquimia, en mi interior trabajan los alambiques, las camas de fuego lento, los niveles de decantación, y en alguna parte traigo la media calavera donde se mezclan las sustancias”.

−Con permiso− dijo la mujer arrepentida−, porque había llegado el turno de pasar a que el médico la revisara o porque ya no soportaba mi monólogo. Me quedé solo en la sala, alumbrado por los tubos de neón que hacían ruido. Saqué la piedra que había expulsado, con más sorpresa que dolor esa mañana. Me había parado frente al retrete con la coladera en posición, y antes de darme cuenta que las vías de alivio estaban parcialmente obstruidas, precedida por una punzada de parto, había salido la piedra que fue a estrellarse con violencia en la retícula, seguida por un chorro salpicón de orines.
Lo mínimo que trae consigo la fabricación de una parte del mundo, es un dolor de la talla de los cataclismos del mundo, pensé ahí mismo debajo del neón ruidoso y me fui sin pasar a mi cita con el médico.


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Nota aparecida en el diario español El ángel de Extremadura, dentro del suplemento dominical Gente

Miranda del Rocío. Como resultado de la medida aplicada por el Ministro de Seguridad Pública, cientos de yanquis invaden las calles de la capital del país, con el propósito de conseguir unos gramos de droga. Hace casi un mes el ministro anunció que la policía había asestado un golpe fatal a los jefes del narco, no calculó que días más tarde, la capacidad de las caa (Clínicas de Atención al Adicto), sería ampliamente rebasada por la sobredemanda de remedios contra el mono. Desde entonces, grupos de yonkis en pleno síndrome de abstinencia, buscan heroína en cualquier lugar y a cualquier precio.

“El yonki no tendría necesidad de asaltar a navaja o de incomodar a la ciudadanía, si el Estado asumiera que se trata de un enfermo que necesita ayuda médica en la fase crítica del mono, y además se la proporcionara”; declaró Ángeles Ramos, directora del cnca (Centro Nacional Contra las Adicciones).

Algunos yonkis más desesperados han ido más allá de los límites de la ciudad. El primer brote en el exterior fue detectado el martes pasado. Un grupo de catorce individuos entorpeció durante varias horas el tráfico de la autopista que va a Pozuelos, caminaban en formación escopeta sobre el carril derecho, con la culata protegida por una patrulla de la policía. Unas horas antes dos yonkis sin grupo habían sido atropellados por un autobús en las inmediaciones de Toledo. El grupo de Pozuelos pretendía, según declararon los agentes de la culata, conseguir heroína en aquella población, pero el distribuidor había  huido minutos antes de que llegaran sus clientes; había visto un noticiario de televisión que transmitía en directo la llegada de la banda de yonkis a las cercanías de su casa y había escapado antes de convertirse en la noticia del día.

A partir del caso de “los yonkis de Toledo” (nombre que se le ha dado a la desgracia de los dos adolescentes atropellados en la carretera cerca de aquella entidad) se han multiplicado los accidentes. En un programa de televisión transmitido en Europa y América Latina por Antena 3 Internacional, varios automovilistas expresaron ese temor novedoso de ir manejando tranquilamente por la carretera, y en el momento menos pensado, al salir de una curva, encontrarse con una peregrinación de yonkis. Basta un comentario, insinuación o presentimiento de que en tal o cual sitio sobrevive un camello, para que los adictos se lancen en grupo tras la posibilidad de una dosis.
Un analista del periódico inglés The Guardian, ha calificado el fenómeno como la otra cruzada de los yonkis, haciendo obvia referencia a la obra La cruzada de los niños, del escritor francés Marcel Schwob.

Ayer, cerca del mediodía, una cuarteta de yonkis arribó a esta población que se encuentra a 210 kilómetros de Madrid. Los vecinos notificaron a la policía la presencia de cuatro extraños que dormitaban en el kiosco de la plaza. Luego de un breve interrogatorio, el comandante Torrijos dedujo que se trataba de una parte de La cruzada de los yonkis y además observó que, a juzgar por el estado de placidez que traían los cuatro individuos, su jurisdicción debía contar con los servicios de un camello. Los visitantes fueron trasladados  a la comisaría, el comandante pretendía averiguar las señas particulares del camello y la forma en que esos individuos habían recorrido los 210 kilómetros, porque la policía local tenía noticia de que en la madrugada dos turistas franceses habían sido despojados de su automóvil, y ola asociación del cuarteto de sospechosos con los turistas desfalcados no parecía tan descabellada.
Las averiguaciones del comandante se vieron frustradas por la intervención del Leproso, el habitante más ilustre de Miranda del Rocío, un mendigo que hizo fortuna efímera y fama sólida en  1961, cuando apareció en el papel  de él mismo, en la película Viridiana, de Luis Buñuel.

Anualmente, cada septiembre, Miranda ofrece un homenaje a su habitante ilustre: el alcalde pronuncia unas palabras, el Leproso las agradece y a continuación se proyecta la película que lo volvió célebre. El comandante Torrijos, para ilustrar la influencia que tiene el personaje sobre la vida de esta comunidad, comentó: “durante la proyección anual de Viridiana, el público aplaude a rabiar cada vez que aparecen las escenas del Leproso”.

El mendigo ilustre, que subsiste gracias a una pensión que le dispensa el alcalde en turno, pasaba por la comisaría cuando uno de los yonkis reconoció su estampa cinematográfica y le preguntó si él era el Leproso de Viridiana. El actor, influyente y agradecido en extremo, no descansó hasta que el comandante dejó ir, libres de cualquier cargo, a los cuatro huéspedes que lo habían reconocido.

Hasta el momento se desconoce el paradero de los yonkis y del Leproso. La policía de Miranda del Rocío espera que en las próximas horas llegarán más visitantes y pronostica que entonces podrán dar con la guarida del camello.


Alfaguara, 1999: Ciudad de México