3.12.11

Febrero/Simón Betarte

Febrero, 
en algún lugar de Sudamérica; 
quisiera ver la escena, 
sorberla hasta quedar beodo, 
hilarante, riéndome del acontecimiento, 
creyendo que las chicharras 
batían las alas por mí, 
un pequeño niño en brazos de una mujer 
desprendiéndose del fruto, 
sin dejar un adiós atrás; 
quisiera ver el cuadro, 
la piedad que construiría 
la simiente de este hombre de hoy, 
de perder una, 
a un ejército de madres, 
un sudario de vidas, 
escultoras de la estatua que era 
ese aprendiz de poeta 
en alguna parte 
de todos los mundos inventados, 
listo para ser diferente, 
como el gusano dentro del capullo, 
era un paisaje surrealista, 
el amor que pudo vencer la batalla, 
la bondad de mi nueva madre, 
la única, la jefa de ese batallón, 
la musa que movió los días 
y los cuadernos que me compraba 
para que dibujara lazos cual si fueran letras, 
sus manos sobre la masa del pan, 
aquellos pasos míos que se resistieron a ser dados, 
aquellas historias que solía inventarme 
como si un cachorro pudiera, 
tan pequeño, ser utópico, 
un obstinado por descubrir que el mundo 
siempre puede ser diferente, 
y aquel momento, trillado 
visto muchas veces 
en ciento de novelas 
y sagas de viejas culturas extintas 
sólo es una tierna parte de mi vida 
que empezó un día de febrero 
con cigarras en una dulce sinfonía.



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