6.12.11

Brujas/Arturo Marban


“El Cajón de nuestro vehículo; la tierra en nuestros huesos”

Despierto en aquella bóveda del tiempo; ahora se que no fue así; está iluminada aunque no encuentro de donde proviene la fuente de luz, ahora lo sé. Las paredes, totalmente blancas; una ventana, que no conduce a ningún sitio. Ella está de espaldas, mientras dormía esperando el día salir, un rayo de luz incide por la ventana hacia su cuerpo; admiro su cabello rojizo; su espalda, un mapa perfecto que ningún mortal pudo haber trazado; es un milagro el observar su alas, la seda fina de color vino cubre un cuarto de ella. Despierta, voltea hacia mi, admiro el contorno de su cuerpo desnudo; su piel es tan blanca como la nieve, casi transparente; sus senos perfectos, las areolas rosadas de sus pezones pueden hacer renacer la vida en todo el universo, al menos, el mío.

Mis ojos buscan su rostro, sedientos, quieren mirar y ser correspondidos; no importa si aquel rostro pueda cegarlos para siempre; veo su cuello, mi mirada detiene su velocidad, tal vez por miedo, tal vez para seguir admirando su largo y delicado cuello. Veo su rostro, por fin lo veo, lo contemplo, quiero congelar la divina imagen de su cara mirándome; y lo hice; comienzo a sentirme cobarde; no soy digno de ella. Me sonríe; trato de grabar en mi mente sus finos labios y delgados, esos dientes perfectos… aquella sonrisa; sus ojos, aun no defino su tonalidad, solo sé que son muy profundos, tanto, que lo poco que me queda de alma se pierde en ellos; me grabo para siempre su rostro, lo hago por que nada dura para siempre, sé que en cualquier  momento me alejaré de ella.

No se su nombre, pero sé que la amo, sé que no soy digno de ella pero de alguna u otra forma soy  correspondido.

De pronto, todo se distorsiona, su cuerpo y emociones, el color blanco de las paredes y el ambiente; ella comienza a llorar, su rostro perfecto se rompe en lagrimas, yo estoy muy asustado, no entiendo lo que pasa; ahora lo sé; es mi fin, tengo que apartarme de ella; no cruzamos palabras pero nuestros ojos manejan el mismo lenguaje; me toma del brazo y comienzan a alejarme de ella; le grito que regresare por ella, que jamás la olvidare que un día volveré.

Avientan mi desnudo cuerpo sobre una superficie metálica, está frio; este cuerpo ya no es mío; siento unas manos frías que exploran mi cuerpo, lo abren, ven al interior; esas manos se hunden profundo y extraen mis entrañas, por último, abren mi cráneo y se llevan mis ideas; me cierran, soy golpeado por agua fría a presión; están lavando lo que un día fue un vehículo y nada mas; mi cuerpo; no me quiero desprender de el, es mío y de nadie mas; me maquillan de forma exagerada; nunca había usado un traje tan bonito; me acomodan en una caja, la cierran, me guardan. Todo está muy oscuro, no puedo respirar, tengo miedo; aunque no veo nada, mis ojos permanecen abiertos; los cierro y comienzo a viajar.

Abro los ojos, veo un campo perfecto, el pasto es verde con pequeñas tonalidades amarillas; a lo lejos admiro el bosque; los arboles son majestuosos, me enseñan lo pequeño que soy; alzo mi rostro al cielo, pero no lo encuentro.

Decido caminar, adentrarme al bosque, el cual es oscuro; no tengo miedo; estoy caminando, veo mis manos y me detengo; ¿qué ha pasado conmigo?; observo mi cuerpo, estoy desnudo, mi sexo es muy pequeño y no tengo vello púbico; mis pies son pequeños al igual que mis brazos y manos; tengo diez años.

-¡David, David!- escucho a gritos; supongo es mi nombre, no lo sé, no lo recuerdo; pero voy al llamado.

Observo una cabaña que ya ha visto pasar sus mejores años de vida, la puerta se abre; una vieja señora va hacia mi, creo que es mi abuela, no confió en ella, sus ojos no tienen color, son totalmente opacos; su rostro esta carcomido, no tiene mucho cabello en la cabeza, pero lo poco que tiene es color gris, como las cenizas que se van formando en mi corazón; sus brazos, a primera vista parecen dos troncos de acacia negra; los veo de nuevo; son dos brazos débiles, llenos de arrugas y huelen a putrefacción; viste de negro; bajo la vista, quiero ver sus piernas, no logro verlas, algo me lo impide, necesito verlas, no puedo, no aún; no hay vida en ella .

Comienza a acariciar mis cabellos, raspa mi rostro con la palma de sus manos; transgrede mi cuello al pasar sus uñas por encima de el; baja por mi pecho, se detiene un momento en mi corazón; avanza de nuevo, llega a mi sexo, lo toma con la mano y lo acaricia bruscamente; ahí termina su recorrido, me siento profanado; me introduce a su vieja cabaña; es ahí donde el miedo carcome mi corazón.

Aquella cabaña, huele a muerte, trato de observar a mi alrededor pero no me es posible hacerlo, no puedo moverme, no puedo gritar, no puedo defenderme; solo puedo observar a aquella vieja señora; hay gallinas en el suelo, están muertas; huelo algo con vida, claro, son las hierbas que se encuentran humeando en algún anafre; me encuentro postrado en una silla, la vieja señora se pone en frente y comienza a desnudarse  violentamente mientras baila; arranca su blusa, me enseña sus pechos, aquellos pechos marchitos, donde no existe la vida; están caídos; la piel de su abdomen esta trazada de cicatrices y quemaduras, tiene manchas en todas partes; se arranca las enaguas de color negro; veo su vello, es abundante y negro como su alma; trato de ver su piernas; maldita sea, no puedo hacerlo, no estoy permitido a hacerlo; no ahora.

Se voltea, me enseña sus carcomidos glúteos mapeados de estrías; se retira un momento, regresa con las hierbas ya humeadas; me azota con ellas, especialmente en mi sexo; se inca, toma una gallina muerta y me acaricia con ella; aun siento la sangre cálida del animal; comienza a frotarme.

- Formulae ueteres exorsismorum et excommunicationum Strigas et fictos lupos credere - Repite una y otra vez mientras comienza a frotar su cuerpo de forma sexual.

Se acerca a mi, huelo su asqueroso aliento; se acerca a mi oído y me dice algo que no puedo descifrar; ha profanado de nuevo mi cuerpo y alma.

Comienza a tocar su cabeza; mientras recorre su cabello, este se a cayendo al suelo, su piel se ve aun mas extraña; en un acto descontrolado, bajo la mirada; sus piernas; necesito verlas; entonces las veo… tiene dos patas de guajolote donde tendrían que haber dos piernas al menos humanas, dos asquerosas piernas; me da la espalda, entonces comprendo; se arranca la piel y la quema en el anafre; es ahora un animal; un vigilante de la oscuridad; sale de la cabaña, abre sus alas, vuela, la pierdo de vista.

Al fin puedo moverme, salgo de la cabaña; me siento ultrajado y comienzo a caminar sin rumbo; tres cuervos negros vuelan sobre mi, no les presto importancia; camino, camino; mis pies arden pero no hay tiempo para sobarlos; alzo la cabeza y los cuervos siguen dando vueltas sobre mi; no se quieren ir.

Comencé a correr, iba por las piedras buscando un lugar donde parar, de pronto los cuervos se habían ido; eso pensé; en la orilla del río me detuve a descansar; una joven se encuentra desnuda lavando sus ropas, olía la sangre en mi desnudo cuerpo pero ella no reparó en decir algo.

Creo que la amo, podría vivir el resto de mi vida con ella, podría si tuviera vida; me acerco a ella, pero mi trayecto es interrumpido por los cuervos. -sumérgete un rato, quédate debajo del agua, así ellos se irán- me dice sonriendo, yo le hago caso sin pensar.

De pronto la corriente me arrastra, quiere ahogarme; subo a la superficie, grito pidiendo ayuda, ella ya no está mas.

Me encuentro nadando contra la corriente, en el mismo lugar; algo rasga mi pierna, una garra, hay un monstruo debajo de este río, quiere tragarme; en un momento de valentía sumerjo mi cuerpo, no encuentro ningún monstruo pero descubro que en lugar de piernas, tengo patas de gayo; quiero despertar; decido dejar de luchar contra la corriente, dejo que ahogue mi cuerpo y con el, mi vida.

Abro los ojos, otra vez en este oscuro y reducido lugar; luz, encuentro luz; veo gente, pasan a verme, uno por uno, reconozco a todos los que me observan, no entiendo por que no me sacan de aquí; ahora lo sé; se despiden de mi, algunos llorando, otros indiferentes; Padre, veo a mi padre, se despide de mi con lagrimas en los ojos, ¿por qué no me sacas de aquí papá?, no puede oírme, nadie en este plano puede hacerlo; comienzo a llorar dentro de mi; mi padre ve directo a mis ojos y me da un beso en la frente; no me ve llorar pero
yo si logro verlo derrumbarse en el suelo, la gente lo ayuda a ponerse de pie; mi padre se aleja, quiero que sepa que siempre lo he amado y aun lo hago; me siento impotente; mi alma está llorando.

Cierran la caja, tapan mis ojos aunque yo no quiera; escucho pasos alrededor; la caja se está moviendo; se que estoy descendiendo; siento la lluvia impactando mi cajón, pongo atención, solo es la tierra; me están cubriendo; no lo hagan, araño el cajón y grito; nadie me escucha.

Relato esto en presente o pasado, no tiene importancia; acá abajo no está del todo mal, cuando la tierra se seca y el sol pega en ella convirtiéndola en polvo, escucho la historia de los demás, sus lamentos y penas; solo así puedo encontrar la vida en la muerte.

Cierro los ojos; regreso a la bóveda del tiempo como la llamo, de paredes blancas y una ventana; aún admiro a esa mujer, es mi madre; siempre ha sido ella; me concentro y duermo con ella, me abraza y protege para siempre; soy mas que un marido, hijo o hermano; somos uno solo.