3.8.11

La mirada de Medusa/Karla Vicencio

LOS ORÍGENES


Si nos remontamos a su origen africano, veremos que Medusa es uno de los muchos aspectos de la diosa Atenea de Libia. Sus imágenes la muestran como una mujer de largo pelo y rizos anchos como tubos, mismos que evidenciaban su origen africano y que, sin duda, fueron interpretados posteriormente como serpientes. Esta diosa libia tenía un aspecto oculto y peligroso: las inscripciones detallaban que nadie podía levantar su velo y que mirarla directamente al rostro le permitía sondear el porvenir del desafortunado curioso y revelarle su propia muerte.


Aunque a Medusa se le ha visto arquetípicamente como un ser furioso y desgradable, su origen la revela como una figura mucho más profunda y compleja. En su forma de “diosa triple” adopta múltiples significados: representa la sabiduríaa femenina, sus misterios y todas las fuerzas de la gran diosa primordial, como son los ciclos del tiempo –pasado, presente y futuro- y los ciclos de la naturaleza –vida, muerte y renacimiento. En ella encuentran forma la creatividad y la destrucción universales en eterna transformación. Es la guardiana de los umbrales y la mediatriz entre los reinos del Cielo, la Tierra y el Inframundo; es el ama de las bestias, la conexión con la tierra, la energía latente y activa; la madre que destruye a fin de crear balance, fertilidad y vida.


Las imágenes de Medusa en la antigua Europa surgieron varios miles de años antes de su reinvención en la mitología griega clásica. En el alto paleolítico, su poder es representado con laberintos, vaginas, úteros y otras formas femeninas. A través del neolítico, sus fuerzas fueron simbolizadas como una mujer en posturas y gestos santos de poderío, principalmente la posición conocida como menstrual/de nacimiento/erótica. Cas siempre se muestra acompañada por dos animales sumamente simbólicos: las aves y las serpientes enredadas en sus brazos, piernas o trenzados en su pelo, que susurran en su oído la sabiduría milenaria de la tierra.



La serpiente se consideraba entonces un puente de conexión con la tierra fértil y el inframundo. Era el tótem de los círculos de la naturaleza y las estaciones y se representaba con el Uroboros, serpiente que se muerde su propia cola. Esta relación con la eternidad y la inmortalidad se le adjudicó gracias a su costumbre de mudar de piel, característica que, al menos, imaginariamente, le confería el poder de vivir por siempre. Su figura se vincula estrechamente con la mujer debido a las propiedades inmortales adjudicadas a la sangre menstrual, que se consideraba fuente tanto de vida como de muerte. El folklore primitivo creía que la mirada de una mujer menstruante podía convertir a un hombre en piedra, alimentando el temor religioso que esto ocasionaba en los hombres y reforzado por el hecho de que la mujer podía sangrar sin dolor ni fallecimiento y en sincronía con los ciclos de las mareas lunares.


EL ESTIGMA


Alrededor del siglo VII a.C. , con la introducción del gobierno patriarcal en Grecia –cuya cosmovisión dictó que el mundo no nacía de una deidad femenina, sino de un supremo padre- se denigró a la mujer y se satanizó cualquier aspecto relacionado con ella. En la nueva filosofía, la tierra y el cielo quedaron divididos eternamente. En el mito, héroes y dioses son creados para dominar y subyugar a la mujer y las manifestaciones naturales, personificadas comúnmente como monstruos y serpientes gigantes. Fue así que se encasilló a la serpiente como representante de la perversión y el mal absolutos, como un animal asqueroso y abominable, inductor de la muerte y el pecado; no sólo se le adjudicó el papel de bestia infame, sino que, debido a su relación con la figura de Medusa, quedó conectada para siempre con la mujer.


Pronto, la imagen sagrada de Medusa, como símbolo de poder y sabiduría femeninos, se convirtió en algo totalmente inaceptable. Para el siglo VI a.C., sus ritos fueron interrumpidos, sus sacerdotisas violadas, sus santuarios invadidos y sus bosques sagrados extintos. Su sabiduría femenina, las fuerzas naturales y los poderes de la creatividad, la destrucción y la regeneración fueron prohibidos y declarados malvados.


LA MITOLOGÍA



En la mitología clásica, los griegos separaron las antiguas raíces de la diosa africana en dos aspectos: su lado luminoso o positivo, representado por Atenea, y su lado oscuro o negativo, representado por Medusa o Metis. Aunque antiguamente estos nombres se usaban alternadamente como sinónimos, al separar a Atenea de Metis y Medusa, estas últimas quedaron superpuestas, de manera que Metis se convirtió en su madre y Metis en su enemiga.


Se decía que Metis era la madre original, así como la más grande y sabia de las diosas. Tenía el poder de cambiar de forma y, de acuerdo con los atenienses, fue seducida y devorada por Zeus. Éste absorbió entonces su poder de mutar a voluntad y su inmensa sabiduría, misma que Metis usó para preñar la cabeza de Zeus al momento de su muerte. De aquí nació Atenea. Sin embargo, al saberse parida sin la aparente intervención de una madre, la nueva diosa le da la espalda a su linaje y se convierte en la fiel defensora de los intereses de su padre y servidora incondicional del ego masculino-solar. A las mujeres les ofrece un papel nuevo y sagrado, donde la única retribución posible se logra por medio de la virginidad, el matrimonio y la maternidad.


LA LEYENDA


Medusa se conoce como la más odiada rival de Atenea no sólo por su poder, sino por su incomparable belleza. La envidia que provoca en la hija de Zeus era tal que ella misma se encargó de convertirla en el monstruo mitológico que conocemos. De acuerdo con La Metamorfosis de Ovidio, cuando Medusa era virgen fue tomada por Poseidón en el templo de Atenea; ésta, misógina e inflexible, culpó a Medusa por su acto sacrílego y la castigó deformando su adorable rostro y transformando sus cabellos en serpientes. A pesar de la severidad del agravio, Medusa no se amedrentó y, a partir de entonces, usaría por siempre su poderosa mirada para convertir a sus enemigos en piedra.


Sin embargo, Atenea no quedó conforme: consciente del tremendo poder de Medusa, convoca  a Perseo y lo envía en busca de su cabeza. Para ello le obsequió unas sandalias mágicas, un casco y un morral que el dios Hermes hizo especialmente. Guiado por la diosa, Perseo sobrevuela el océano y, al llegar al  palacio de Medusa, encuentra a las Gorgonas, las hermanas mayores e inmortales de Medusa –Stheino y Euryale-, dormidas, así que, mientras _Atenea sostiene su escudo como espejo para evitar la mirada directa de Medusa, Perseo decapita a la criatura con su espada de media luna. Esto interrumpe el sueño de las Gorgonas, que de inmediato se lanzan tras el perpetrador para cobrar venganza. Sin embargo, Perseo logra escapar con éxito –y con la cabeza de su víctima- gracias a su casco, que lo volvía invisible. Visto desde esta perspectiva, el héroe pierde cierto brillo, pues es evidente que no hubiera sido capaz de cruzar el océano siquiera de no ser por los obsequios de los dioses y la constante ayuda de la soberbia Atenea.


Después de la decapitación, Perseo usó la cabeza de Medusa como arma letal en varias batallas, pues se dice que conservaba sus poderes aún después de separada del cuerpo. Pero, cuando la mayoría de los enemigos fueron sosegados, muertos o petrificados y no quedó mayor entretenimiento que dar vueltas en el Olimpo sobre Pegaso, su corcel alado –que, como dato curioso, nació de la sangre de Medusa-, la cabeza de la Gorgona se quedó en algún pasaje olvidado, entre el mito y la realidad, entre el ayer y el hoy, entre el brío de la amazona que fue originalmente y la ignominiosa máscara que se le obligó a portar. A fin de cuentas, fue en su forma de monstruo terrible y silueta reptante que se ganó un lugar en la historia, y es así que provoca esa mezcla de temor y fascinación en los ojos de quienes, a pesar de las advertencias, se atreven a mirarla fijamente.



 Revista Algarabía Número 22 Año VII