4.1.12

Cartas a un joven poeta/Rainer Maria Rilke



Una obra de arte es buena cuando nace de la necesidad. Es la naturaleza de su origen quien la juzga. Así, estimado señor, no tengo para usted otro consejo que éste: intérnese en usted, sondeé las profundidades donde su vida tiene su origen. Es ahí donde encontrará la respuesta a la pregunta: ¿debe usted crear? De esta respuesta recoja el sonido sin forzar significado. El creador debe ser todo un universo para sí mismo, hallar todo en sí y en el fragmento de la Naturaleza a la que él está unido.

Quiero que sepa de antemano que sus cartas me son siempre placenteras. Solamente le suplico sea indulgente para esperar las respuestas. Ella le dejarán con las manos vacías con mucha frecuencia, porque en el fondo y precisamente por lo esencial estamos inexpresablemente solos. Para aconsejarse, para ayudarse unos a otros, son necesarios encuentros y desenlaces. Toda una constelación de acontecimientos es necesaria para un solo hallazgo.

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Las obras de arte son de una soledad infinita; nada es peor para abordarlas que la crítica. Solamente el amor puede tomarlas, guardarlas, ser justo con ellas. (…) El tiempo aquí no es una medida. Un año no cuenta; diez años son nada. Ser artista es no contar, es crecer como el árbol que no apresura su savia, que resiste, confiado, a los grandes vientos de la primavera sin preocuparse por la llegada del verano –angustiado porque nunca llegará-. Porque el estío vendrá. Pero sólo llega para aquellos que saben esperarlo, tan tranquilos y abiertos como si tuvieran ante ellos la eternidad. Lo aprendo todos los días y me cuesta muchos sufrimientos que bendigo: paciencia es todo.

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Convendría que este misterio del que la tierra está llena hasta en sus mínimas cosas, lo reciba el hombre con la mayor humildad; que lo lleve, que lo soporte con la mayor gravedad. En vez de tomarlo a la ligera, que sienta cómo es pesado, que tenga el culto de su fecundidad. Que sea de la carne o del espíritu. La fecundidad es “una”, porque la obra del espíritu procede de la obra de la carne y comparte su naturaleza. Ella no es más que la reproducción –de algún modo más misteriosa, más llena de éxtasis, más “eterna” – de la obra de la carne. “El sentimiento de ser creador, el sentimiento de que se puede engendrar, dar forma” no es nada sin esta confirmación perpetua y universal del mundo, sin la aprobación mil veces repetida de las cosas y de los animales. El gozo de un poder semejante es indeciblemente bello y absoluto cuando lo ha enriquecido la herencia de concepciones y nacimiento de millones de seres. En un solo pensamiento creador reviven mil noches de amor olvidadas que las engrandecen y subliman. Los que se unen a lo largo de las noches, quienes se enlazan en una voluptuosidad arrullada, cumplen una obra grave.

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Querido señor, ame su soledad, sopórtela en su dolor. Y que la planta que crezca sea bella. Usted afirma que sus prójimos le son lejanos, que se hace un espacio alrededor de usted. Si todo aquello que está próximo le parece lejano, es que este espacio toca las estrellas, que todavía es muy amplio. Alégrese de su camino hacia delante; nadie puede seguirle. Sea bueno con los que van quedando atrás, seguro de usted y tranquilo ante ellos.

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Le damos principio en todo aquello que hacemos solos, sin ayuda, sin el apoyo de otros. No lo conocemos en nuestra existencia más que quienes nos antecedieron pudieran conocernos en la de ellos. Y por tanto, esos seres del pasado viven en nosotros, en el fondo de nuestras inclinaciones, en el batir de nuestra sangre. Pesan sobre nuestro destino: son ese gestor que remonta así de lo más profundo del tiempo.

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La tristeza también es una ola. Lo desconocido se nos une, llega hasta nuestro corazón, hasta sus más secretos repliegues; tanto, que no está ya en nuestro corazón, sino mezclado con nuestra sangre, e ignoramos qué ocurre. Se nos hará creer sin dificultad que nada ha ocurrido. Y –por lo tanto– henos transformados como una vivienda por la presencia de un huésped. No podemos decir quién es el recién llegado, quizá no lo sepamos nunca. Pero múltiples señales nos indican que es lo porvenir quien entra en nosotros de esa manera para transformarse en nuestra substancia, mucho antes de tomar ella misma su forma.

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Lo porvenir está fijo, querido señor Kappus, somos nosotros quienes estamos en movimiento eternamente en el espacio infinito.

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¿Cómo no había de ser difícil nuestra condición? Y si volvemos hacia la soledad, nos parece cada vez más claro que no es una cosa que podamos escoger o dejar de aceptar. Somos soledad.

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En el fondo, la única valentía exigida es enfrentar lo extraño, lo maravilloso, lo inexplicable que encontremos. Que los hombres hayan sido allí apáticos, mucho le ha costado a la vida. (…) El temor a lo inexplicable no sólo ha empobrecido la experiencia de los individuos, sino también las relaciones entre los hombres; los ha sustraído de la corriente de infinitas posibilidades para abrigarlas en algún lugar de la ribera. (…) No tenemos ninguna razón para temer al mundo, porque no nos es contrario. Si hay espantos, son los nuestros, si hay abismos, son nuestros abismos. Si hay peligros, debemos esforzarnos por amarlos. Si bajo este principio conocemos nuestra vida, con el de ir siempre hacia lo más difícil, entonces todo lo que hoy nos parece extraño se convertirá en familiar y fiel. (…) Todas las cosas sin socorro no son posiblemente sino cosas sin socorro que esperan ser socorridas por nosotros.

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Su duda puede convertirse en algo bueno a condición de educarla: debe transformarse en instrumento de conocimiento y de selección. Pregúntele cada vez que sienta la necesidad de abismar una cosa.

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El arte, también, sólo es un modo de vida. Puede prepararse sin saberlo para él, viviendo de un modo o de otro. En todo aquello que responde a lo real se está más cerca de él que en esos trabajos que nada tienen que ver con la vida, oficios nominados artísticos que bajo la bandera del arte le remedan, niegan y ofenden. Así sucede con el periodismo y con casi toda la crítica; con una tercera parte de aquello que llaman o quisieran llamar literatura. En una palabra que haya usted evitado tales caminos y sea solitario y valiente en la dura realidad.

Ediciones Coyoacán, 2006: Ciudad de México.