29.12.10

Juan raro/Olaf Stapledon


La guerra reveló al siglo XIX como un siglo idiota. ¿Qué ocurrió entonces? Algunos hombres inteligentes (inteligentes, recuérdalo) volvieron a las Iglesias. Otros opinaron que debemos luchar por el progreso de la humanidad o la felicidad de las generaciones venideras. Otros, sintiendo que la humanidad no tenía salvación, adoptaron una actitud de exquisito desamparo, basada ya en el desprecio y el odio por sus semejantes, ya en una compasión que en el fondo era lástima de sí mismos. Otros, aficionados al arte y la literatura, decidieron gozar todo lo posible en este mundo agonizante. Buscaron el placer a cualquier precio, pero un placer refinado. Por ejemplo aunque querían suprimir todas las barreras, los placeres sexuales debían ser escogidos y conscientes. Gustaban de las ideas por su sabor y olor. Eran las moscas de una civilización podrida. ¡Pobres desaventurados! En el fondo debían odiarse a sí mismos. Había buena pasta en ellos, pero se echaron a perder.

(…)

¿Sabes?, son realmente maestros de ideas, por lo menos de las ideas de moda. Lo que piensan y sienten hoy, será lo que pensarán y sentirán los demás el año que viene. Algunos son, de acuerdo con las normas del Homo sapiens, pensadores de primera línea, o lo hubiesen sido en otras circunstancias. Atraen a los seres más sensibles y más inteligentes del país, y estas pobres moscas caen en una tela de araña, una sutil tela de convenciones (tan sutil que la mayoría nos e da cuenta) y aletean y aletean imaginando que vuelan a grandes alturas. Tienen la reputación de ser la gente menos convencional del mundo, pero los maestros les imponen la convención de lo no convencional. Son audaces, pero dentro de ciertos límites. La similitud de gustos, morales e intelectuales, los hace fundamentalmente idénticos, a pesar de algunas diferencias superficiales y pintorescas. Y las convenciones no sin ni siquiera convenciones sólidas. Consisten en ser “brillante” y “original” y tener “experiencias”. Algunos son brillantes y originales de acuerdo con los cánones de la especie, y otros saben escoger sus experiencias. Pero, atrapados en esa tela de araña, todo se reduce a una mera agitación. No hay vuelos verdaderos.

El brillo es sólo lustre; la originalidad, perversión y las experiencias, experiencias crudas. No me refiero con esto a las experiencias sexuales, aunque su afán de romper con la tradición y escapar al sentimentalismo los hizo caer en una extravagancia vulgar y estéril. Me refiero a la crudeza de… bueno, de espíritu. Aunque a menudo son muy inteligentes, para su especie, se entiende, no han logrado captar los aspectos más finos de la experiencia… y esto se debe en parte, me parece, a una total carencia de disciplina espiritual, y en parte a un miedo oscuro y casi inconsciente. Son todos muy sensibles al placer y al dolor; pero cuando tropezaron por primera vez con una experiencia fundamental les pareció aterradora. Evitaron desde entonces esas experiencias, y compensaron esa perpetua huida lanzándose a toda suerte de juegos menores y superficiales, aunque sensacionales, sin dejar de hablar solemnemente de la Experiencia con E mayúscula.
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Hay verdaderos conductores, como el joven X, cuyas ideas revolucionarias van a afectar enormemente el pensamiento social. X es hombre inteligente, y de carácter. Pero nadie, ni él mismo, conoce sus verdaderos motivos. Pasó miserias hace algún tiempo, y ahora desea vengarse. Dejémosle, y ojalá tenga suerte. Pero piensa en lo que es tener esa meta, aun inconscientemente. Le ha permitido trabajar con eficacia, pero también lo ha estropeado, pobre hombre. O toma el el caso del filósofo W, que tanto ha hecho por destruir la confianza simplista de la vieja escuela en las palabras. Su problema es similar al de X. Lo conozco muy bien a ese bicharraco. La raíz de todos sus esfuerzos es la idea que tiene de sí mismo: hombre que no se inclina ante otros hombres ni ante Dios, exento de prejuicios y sentimentalismos, fiel a la razón, pero no su ciego esclavo. Todo esto que podría ser admirable, lo obsesiona de tal modo que pierde la cabeza. No se puede ser un verdadero filósofo si se tiene una obsesión. ¿Y V? Los electrones o las galaxias carecen de secretos para él, y ha tenido ciertas experiencias de tipo espiritual. Y bien, ¿cómo funciona esta vez el mecanismo? Es una criatura amable y simpática, le gusta pensar que el universo es irreprochable, desde el punto de vista humano. De ahí sus investigaciones y especulaciones. Por otra parte su experiencia espiritual le indica que la ciencia es insuficiente. Muy bien, otra vez; pero como su experiencia espiritual no es muy profunda y se mezcla con su bondad, ésta le hace decir cosas acerca del universo que son meras invenciones.
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Si me encarcase del Homo sapiens no podría hacer mi verdadero trabajo. No sé todavía en qué consiste. Pero tiene su raíz en mi interior. Por supuesto, no se trata de salvar mi alma. Yo, como individuo, puedo condenarme sin que el universo se entere. En realidad, mi condenación podrían contribuir a la belleza del mundo. no me preocupo por mí mismo, pero pienso que puedo hacer algo importante. Esto lo sé. Sé que debo empezar… bueno, por el descubrimiento interior de una realidad exterior, objetiva.
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He conocido a muchos hombres grandes y pequeños y veo claramente que, en asuntos importantes, el Homo sapiens es una especie difícil de educar. No ha aprendido la lección de la última guerra. No muestra más inteligencia práctica que una mariposa que se acerca una y otra vez a la llama de una vela, hasta quemarse las alas. Mucha gente ve el peligro. Pero son los que no actúan. Con esta nueva religión del nacionalismo y los adelantos de la técnica, el desastre es casi inevitable. A menos que se produzca un milagro; lo que por supuesto, puede ocurrir. Un salto hacia adelante, hacia una mentalidad más humana; una revolución social y religiosa que abarcara el mundo entero. Debo luchar por mí mismo, y, si es posible, evitar que el desastre próximo me aplaste.
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Fue para Juan una sorprendente revelación comprender que los seres humanos normales son incapaces de desinteresarse de sus surfrimientos personales, o de prestarles verdadera atención. Por primera vez vio, claramente, las torturas que aguardan en todo momento a seres más sensitivos y conscientes que las bestias, aunque no bastente sensitivos ni enteramente conscientes. La imagen de un mundo semihumano, agobiado por pesadillas, lo oprimió hasta la desesperación.
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Podía ahora retroceder, y estudiar y apreciar al Homo sapiens, y veía ahora que, aunque no divina, esa criatura era, después de todo, una bestia noble y hasta seductora, en verdad la más noble y seductora de todas. Admitía que el ser humano era superior a los animales, pero afirmaba, a la vez, que estaba condenado a ser siempre infiel a lo mejor de sí mismo.

Juan comprendió todo esto, y comprendió, también, por vez primera, que el Homo sapiens era incapaz de aceptar con ecuanimidad sus dolores y sufrimientos. Sintió piedad entonces, una pasión que no había experimentado antes, salvo algunas raras veces. Durante muchos días, Juan se entregó a esos nuevos problemas: el carácter absoluto del mal; el hecho de que los hombres insensatos o miserables, pudiesen ser dignos de piedad y, a su modo, criaturas hermosas. No buscaba una solución intelectual, sino una verdad viva.

-Quiero ver mi propio destino, y la triste situación de la especie normal, como he visto siempre, en mi infancia, los golpes, las quemaduras, los desengaños. Me deleitaban sus formas definidas, y su relación con el resto de las cosas, y la forma en que, cómo decirlo, profundizaban y vivificaban el universo. Profundizan y vivifican el universo. Esos es lo principal. Pero no se trata de comprender, sino de ver y sentir.
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Una vez, mientras hablaba de finanzas, se interrumpió para decir:

-Esa muchacha se está riendo de mí, a pesar de su cara solemne. Nunca se ríe, pero sólo en apariencia. Ahora dime, Lo ¿qué te divierte?

Lo respondió:

-Querido e importante Juan, eres tú quien se ríe. Te ríes de tu propia imagen, tal como yo la reflejo.
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Creí entender que entre el amor de estos isleños y el de las personas normales había diferencias sutiles. Los colonos poseían una mayor conciencia del yo y del prójimo, un mayor desinterés. Lo primero creaba, como es natural, una corriente de comprensión, tolerancia y simpatía mutuas. El amor alcanzaba así una gran intensidad. De vez en cuando emociones primitivas alcanzaban esta comprensión. El desinterés impedía entonces el desastre. La comprensión y la generosidad transformaban los conflictos en un estímulo mental.