La historia alimentaria humana no está marcada por la penuria  permanente, sino por la fluctuación cualitativa y cuantitativa de los  recursos, es decir, por la alternancia entre periodos “grasos” y  “magros.” Frente a estas milenarias variaciones, el organismo se adaptó  mejor para responder a la escasez de calorías y no a la abundancia de  ellas.
El exceso de glucosa adquirido por los alimentos permanece  en la sangre y el ajuste metabólico conocido como diabetes, permite que  dicho exceso se deposite en las células adiposas del cuerpo a través de  la resistencia a la insulina.
Almacenar reservas de energía le  permitió al homo sapiens sobrevivir a los periodos de escasez de  alimentos para volver a engordar fácilmente en cuanto tuviera acceso a  ellos. La grasa es precisamente la forma más eficiente y económica de  almacenar energía, pues empaqueta el doble de ella que los azúcares o  las proteínas por unidad de peso. Desde esa perspectiva, los obesos se  consideran ahorradores de energía porque acumulan calorías en lugar de  quemarlas, y los delgados  despilfarradores energéticos por no  almacenarlas.
La resistencia a la insulina sirve para la  supervivencia del feto durante el embarazo: todas las embarazadas  incrementan esta resistencia y algunas llegan a padecer una diabetes  transitoria “gestacional.” De no haber presentado este ajuste metabólico  en el pasado, la madre no habría podido responder a las demandas de la  reproducción y ésta hubiera sido imposible. Ante las dietas ancestrales,  las mujeres capaces de desarrollar insulinorresistencia fueron las  beneficiadas.
Por lo tanto, la diabetes, expresada a través del  gen coloquialmente llamado “ahorrador,” es un mecanismo útil para  afrontar condiciones ambientales extremas (glaciaciones, abundancia,  escasez, sequías), pero resulta poco beneficioso ante la forma de vida y  la alimentación contemporánea.
Los cereales fueron una  adquisición reciente en nuestra evolución; con la aparición de la  agricultura hace 10,000 años, la alimentación descansó cada vez más en  hidratos de carbono rápidos, de donde proviene actualmente nuestra  energía. Además de ésta, el homo sapiens requiere 20 aminoácidos para  fabricar proteínas y sobrevivir. El humano no puede sintetizar los  aminoácidos por sí mismo y requiere obtenerlos a través de los  alimentos; con base en este criterio, la verdadera desnutrición consiste  en un déficit de calorías de proteína.
Los carbohidratos más  baratos vienen de los cereales y las grasas, mientras que las proteínas  más baratas vienen de las semillas. La proteína de la carne es más cara  que el carbohidrato del cereal y aporta un menor número de calorías que  éste. Por esta razón, para cierta cantidad calórica de proteína se  necesita mucho más dinero que el que se necesita para cubrir ese mismo  número sólo con hidratos de carbono.
La revolución industrial  produjo un cambio en la “calidad” de los carbohidratos pues la molienda  fina de los cereales y la retirada de la fibra aumentó la velocidad de  digestión y absorción de la glucosa. Además se desarrollaron todo tipo  de dulces elaborados con azúcar extraída de la caña posteriormente  refinada, conformando poco a poco la alimentación de nuestros tiempos.  La consecuencia más evidente del cambio es el saldo excedentario de  energía: absorbemos más calorías de las que quemamos.
La leptina (de leptos,  delgado en griego) es una de las responsables de la saciedad. Algunas  personas pueden ser resistentes a la acción de la leptina como un  componente más del genotipo ahorrador. Esto hubiera sido benéfico en el  pasado, pues ante provisiones abundantes de alimentos, la persona  hubiera podido atracarse durante días sin que la leptina ejerciera un  freno; al almacenar más energía, las probabilidades de sobrevivir,  reproducirse y transmitir esa resistencia a su descendencia hubieran  sido mayores.
Ni la resistencia a la insulina ni la resistencia a la leptina son el problema per se.  Si acompañaron a las poblaciones hambrientas en la historia evolutiva y  les permitieron su supervivencia, es la exposición actual a una  alimentación basada en carbohidratos rápidos y grasas lo que las ha  convertido en un inconveniente. 
Ante la ausencia del mecanismo de  saciedad y en donde por el contrario, la “insaciedad” es promovida  tanto por los productos mismos y su configuración química sin regulación  (explicado en la nota anterior), como por la publicidad que se hace de  ellos (también sin regulación), la diabetes resulta ahora la causa de  muerte de más de 77,699 personas al año en México.
Mientras el  proyecto del estado se rija por los intereses del mercado y se  reproduzcan los contextos sociales en donde las opciones de alimentación  estén diseñadas para llenar, dar energía y estimular  a bajo costo, el  cuadro será más crítico (tomando en cuenta que además somos el país con  el primer lugar en obesidad infantil).
Eso si... si las  circunstancias ambientales, sociales y políticas se tornaran  completamente adversas en los próximos tiempos, algunos sistemas  ecopolíticos colapsarían por su propia insostenibilidad… y al final  quienes sobrevivirían, tal y como antes lo hicieron, serían los  insulinoresistentes… Vamos a ver si las cosas caen, literalmente por su  propio peso.

