Érebo
Más allá de la voraz lejanía y de los límites del horizonte se eleva imponente una gran columna de piedra, grabados de mármol y oro sirven de voz a la historia, hace ya tantos eones que nadie la escucha que su voz ha muerto, el idioma que habla no es más el nuestro, es el idioma del tiempo.
Más allá de la voraz lejanía y de los límites del horizonte se eleva imponente una gran columna de piedra, grabados de mármol y oro sirven de voz a la historia, hace ya tantos eones que nadie la escucha que su voz ha muerto, el idioma que habla no es más el nuestro, es el idioma del tiempo.
Toda conciencia descansa en la cima del megalítico monumento, allí se aprecian sucesos diminutos, allí todo es calma y multitud disforme; las estrellas más ocultas hablan en voz baja del futuro mientras el polvo dibuja el presente en sus rostros iridiscentes. A su lado, indiferente, la pálida luna otorga vida a los jardines que flotan sobre el océano celeste.
Hacia un dolmen imponente cabalgan los Dioses ocultos en las nubes, ignorando el mundo que los venera, al parecer es tan distante que no les importa ya, se limitan a sus danzas y paseos ultracelestes. Cada uno de ellos es tan extenso como el cielo y tan poderoso como el relámpago, sus rostros muestran la más grande de las tristezas conocidas, un solo destello de su magia fulminaría el corazón más puro. Les fue prohibido mostrar su rostro desde tiempos inmemoriales, obligados a usar mascaras han transcurrido los evos, uno tras otro, se han olvidado, han entregado su cuerpo a la eternidad y su forma al pensamiento.