El tiempo del Ser no tiene ni principio ni fin. Es por eso que el nacimiento, la duración y la desaparición de los mundos no se detienen nunca. Después de la destrucción ya no existe ni día ni noche, ni espacio, ni tierra, ni oscuridad, ni luz, ni nada que no sea el Ser más allá de las percepciones de los sentidos o el pensamiento.