La soledad, querido amigo, a veces se calla,
tiene pequeños silencios, pequeñas pausas,
un cigarrillo que se consume silencioso.
La soledad, lo creas o no, a veces se calla,
genera y crea estelas y formas hermosas:
unicornios, quimeras y cosas que no sabría describir.
Formas que suben al techo de este local
de New York, una ciudad que ni siquiera conozco.
Formas que a la fuerza bajan y se meten
en nuestros pulmones, corazones, dientes
y uñas;
dejando piedras negras, mugre del alma.
La soledad a veces se calla y une a dos,
quién sabe, a veces más personas,
en una simbiosis orgásmica, casi mística.
¡Qué tiempo más perdido y desorientado!
quizá esté atrapado irremediablemente
mendigándole a la rutina una limosna
en las mismas calles para siempre.
Quizá las prisas se motoricen y el humo
se convierta con el pasar de los años
en nubes de sueños subyugados a la oficina,
en una suave lluvia de asco y conformismo.
Quizá los titánicos rascacielos aguantarán
la bóveda celeste como un humano castigo.
Quiza la ciudad esté triste y sólo le queden
suspiros de asfalto y lágrimas de neón.