VI
Cierta vez entre las rosas,
estaba yo, cierta vez;
y trenzando una guirnalda
al Amor yo me encontré.
Lo atrapé por las alas
y en mi vino lo arrojé.
Luego levanté mi copa
y así al Amor me tragué.
Con sus alas cosquillea,
ahora, dentro de mi piel.
XXI
Bebe la tierra negra,
los árboles la beben;
torrentes bebe el mar
y el sol al mar; Selene
bebe a su vez al sol:
¿Por qué, amigos, no quieren
que beba también yo,
que beba y me serene?
XXVII
En las ancas los caballos
tienen de fuego una marca;
y uno, a los varones partos,
reconoce por las tiaras.
Yo descubro a los amantes
al punto con la mirada:
pues llevan siempre una fina
marca muy dentro del alma.*
*A los caballos se les suele marcar con un hierro a fuego blanco, con el signo del dueño o ganadero en alguna de las ancas traseras; los partos fueron un pueblo de Asia y las tiaras eran una especie de turbante cónico, tocado típico de los persas.
XXXII
Sobre las plantas de loto
y sobre los tiernos mirtos,
habiéndome recostado,
quiero disfrutar mi vino.
Y que amarrándose el manto
con un hilo de papiro,
quiero que el Amor me sirva
la bebida de Dionisio,
pues, como rueda de carro
corre la vida el camino.
Yaceremos como polvo
como polvo escaso y fino,
y nuestros huesos jamás
volverán a estar unidos.
¿Por qué perfumar las piedras?
¿Por qué alterar el destino?
Mejor con suaves esencias
perfúmame, mientras vivo,
y cíñeme la cabeza
con rosas, vides y lirios.
Llama después a mi amante
porque sólo así consigo
antes de ir a los infiernos,
Amor, estarme tranquilo.
XXXIV
Te nombramos, cigarra,
la bienaventurada;
tras beber el rocío
como una reina cantas.
Es tuya toda cosa
que se ve en las montañas;
es tuyo el campo, el bosque
si llega a tu mirada.
Amor de campesinos
pues no les dañas nada,
profeta del verano,
por los hombres amada.
Te aman las Musas, Febo
la voz te otorgó clara,
la vejez no te angustia
a ti nada te daña.
Sabia, hija de la tierra
todos los himnos amas;
en tus carnes no hay sangre:
casi por diosa pasas.
XXXIX
Amo al joven que danza,
amo al viejo agradable;
pero, si el viejo baila,
es viejo por las canas
y joven por el alma.
XL
Para caminar la senda
de la vida, fui creado
mortal; así he conocido el tiempo que ya he pasado,
pero aquel que aún me falta
seguirá siendo ignorado.
¡Déjenme, preocupaciones,
entre nos, nada ha pasado!
Antes de que al fin yo muera
reiré y jugaré bailando,
y siempre junto a Lieo,
siempre junto al bello Baco.
LI
No huyas de mí porque ves
mis canas, querida niña,
ni rechaces mis amores
por tu juventud sin ruina.
Observa cómo también
las guirnaldas se combinan
trenzadas con lirios blancos,
con rosas y con espinas.
LX (b)
¿Por qué enloqueces,
alma mía enloquecida
con la mejor locura?
Tu dardo poderoso
mejor al blanco guía.
El arco de Afrodita
depón, tal arco tira,
el arco de Afrodita
que a los dioses vencía:
al celebrado aedo
a Anacreonte imita.
Así, por los muchachos,
alza tu copa y brinda
tu copa de palabras;
y ya por la bebida
alcanzado el consuelo
¡huye al sol que calcina!
Textofilia ediciones/UANL, 2010: Ciudad de México.