He querido escribir, más que nada vivir intensamente…
estar en el aroma, en la médula de las cosas.
He querido romper el miedo y vivir…
Ahora pierde el cansado nombre de sumisa.
Llámate flor, llámate fruta, hija de ti misma
amor predilecto de la sabia señora soledad
viste túnicas y collares de semillas o corales
y ciñe su cinta ancha a tu cabeza
deja que tu pie camine familiar en su sandalia
y que tu soleado ojo conozca el desierto intenso
de las lluvias que amanecen.
30.3.12
27.3.12
Ubuntu
Un antropólogo que estudiaba los hábitos y costumbres de una tribu en África, y porque él siempre estaba rodeado de niños de la tribu, decidió hacer algo divertido entre ellos; consiguieron una buena cantidad de caramelos en la ciudad y los pusieron a todos en una canasta decorada con cinta y otros adornos, y luego dejaron la canasta debajo de un árbol.
Luego llamó a los niños y propuso un juego: que cuando él dijese "ahora", ellos deberían correr hasta aquel árbol y el primero que llegase a la canasta sería el ganador, y tendría derecho a comerse todos los caramelos él solo.
Los niños fueron colocados en fila, esperando la señal acordada. Cuando dijo "¡Ahora!" Inmediatamente todos los niños se tomaron de las manos y salieron corriendo juntos hacia la canasta. Llegaron juntos, y comenzaron a dividir los caramelos, y sentados en el suelo, los comieron felices.
El antropólogo fue a su encuentro y les preguntó indignado por qué habían ido todos juntos, si sólo uno pudo haber tenido toda la canasta. Entonces, los niños respondieron:
–¡¡¡UBUNTU*!!! ¿Cómo uno de nosotros podría ser feliz si todos los otros estuviesen tristes?
*UBUNTU significa "Yo soy porque nosotros somos!"
Luego llamó a los niños y propuso un juego: que cuando él dijese "ahora", ellos deberían correr hasta aquel árbol y el primero que llegase a la canasta sería el ganador, y tendría derecho a comerse todos los caramelos él solo.
Los niños fueron colocados en fila, esperando la señal acordada. Cuando dijo "¡Ahora!" Inmediatamente todos los niños se tomaron de las manos y salieron corriendo juntos hacia la canasta. Llegaron juntos, y comenzaron a dividir los caramelos, y sentados en el suelo, los comieron felices.
El antropólogo fue a su encuentro y les preguntó indignado por qué habían ido todos juntos, si sólo uno pudo haber tenido toda la canasta. Entonces, los niños respondieron:
–¡¡¡UBUNTU*!!! ¿Cómo uno de nosotros podría ser feliz si todos los otros estuviesen tristes?
*UBUNTU significa "Yo soy porque nosotros somos!"
El tiempo/Luis Limon
Siento el movimiento que tengo con el cosmos... siento como el desplazamiento de mi vida es parte de la inextinguible, hasta ahora, explosión del big bang,... el movimiento es el tiempo...... el tiempo es una avalancha... una ola que arrasa con todo...que desgasta nuestra insignificante existencia...y que paulatinamente se desvanecerá en la nada...siendo este el choque que pondrá fin al universo...y navegaremos en la nada hasta escuchar un nuevo estruendo...y sera la señal que nos diga... que podemos vivir...que ha retornado el tiempo.
... el movimiento es el tiempo...
... el tiempo es una avalancha... una ola que arrasa con todo...
que desgasta nuestra insignificante existencia...
y que paulatinamente se desvanecerá en la nada...
siendo este el choque que pondrá fin al universo...
y navegaremos en la nada hasta escuchar un nuevo estruendo...
y sera la señal que nos diga... que podemos vivir...
que ha retornado el tiempo.
26.3.12
El Espíritu de los árboles/Tatanka Hunkesi (Pequeño búfalo) indio lakota-sioux
Me hice uno con los árboles del bosque . . .
Estaba orando y tuve una visión que me gustaría compartir contigo. El Espíritu de los árboles, arbustos y plantas estaba en mí y supe cosas desde su propia visión. Fue un sentimiento lleno de paz pero también muy excitante…
Como árbol, pude sentir la energía de la Madre Tierra, entrando por mis raíces y fluyendo a través de mí hasta la misma punta de mis ramas y hojas. Se vertió sobre las aves que anidaban en mí y las ardillas que trepaban por mis ramas. Sus mensajes, junto con la energía de la Tierra, fluyeron a través de mí hacia el cielo y hacia el Gran Espíritu.
Estuve así durante un largo rato. Durante ese tiempo, se me recordó del poder de los Árboles. Los árboles son las líneas de vida entre la Tierra y el Cielo.
Los árboles anclan a quienes viven en ellos y debajo de ellos, con el Gran Espíritu. Aún como un árbol, era consciente de mi ser. Era consciente de mi vida.
Me imaginaba creciendo fuerte y alto. Sentía mi tronco firme y duro. Sentí mi conexión tanto con la Tierra como con el Cielo y cómo yo era el enlace entre ellos.
Un águila aterrizó en mis ramas. Yo le dije:
- Hermana Águila, tú llevas las palabras del hombre sencillo hasta los oídos del Gran Espíritu. Tú traes de regreso las palabras del Gran Espíritu a aquellos que tienen oídos para oír.
¿ Qué tienes que decirme hoy ?
La Hermana Águila respondió:
- ¿Qué puede un árbol decirle a la gente del mundo?
Ellos no te escuchan.
Ellos no oyen tus palabras.
Ellos no saben que tienes voz.
Le dije al Águila que algunos sabían. Ella dijo:
- Yo y mis hermanas hemos hablado a los árboles desde tiempo infinito, trayendo las palabras del Gran Espíritu.
¿Alguno las ha escuchado?
¿Alguno ha pedido a los árboles que hablen?
Con esas palabras, voló alejándose.
En seguida una lechuza aterrizó en mis ramas. Le dije:
- Hermana Lechuza, tú traes los misterios de la noche a la gente del mundo. Tus ojos son astutos y pueden ver a través de la oscuridad. Díme, por favor, ¿qué ves a través de la oscuridad que te rodea?
La Hermana Lechuza dijo:
- Aún en la oscuridad el Gran Espíritu está observando y se preocupa por sus niños. El les envía mensajes para que puedan aprender y crecer en felicidad y prosperidad. Yo le traigo esos mensajes a los árboles, ellos se los llevan a aquellos que viven debajo de ellos. ¿Alguien los ha escuchado ?
La Lechuza se alejó volando.
Mi espíritu cambió de forma y ya no era más un árbol. De nuevo fui yo mismo.
Levanté la mirada y estaba sentado debajo de un árbol.
”Hermano Árbol” -le dije- “Enséñame. Quiero escuchar tus palabras.”
Las ramas del árbol sobre mi cabeza ondularon en la brisa y una nuez cayó del árbol. Aterrizó cerca de mí. La recogí y agradecí al árbol.
Entonces tuve otra visión….
Vi una tierra con los enormes árboles-gente.
Parecían como árboles pero caminaban y caminaban y tenían familias.
Yo era un coyote, que corría entre ellos.
Un árbol se inclinó sobre mí y me llevó hacia arriba. Acarició la parte trasera de mis orejas de animal y dijo:
• Nosotros los árboles, somos como las puntadas de una tela, mantenemos unidas las partes de la tela que viste a la Tierra.
Si quitan demasia-das puntadas, la tela se rasgará y se desunirá.
El movió mi cuerpo y me convertí en una babosa. Me puso sobre su corteza y me movía lenta pero constante. Me sentía feliz siendo una babosa sobre este gran Espíritu-Árbol.
• “Cada árbol tiene un mensaje.
Para escuchar ese mensaje, párate entre nosotros y abre tu corazón.
Estamos esperando para contártelo.“
Mi visión terminó.
Cuando desperté, pensé: “Conozco el mensaje de los árboles. ¿Por qué habré tenido esa visión?”
Entonces salí y me senté bajo los árboles cerca de mi casa. Pude sentir su espíritu en torno mío. Me llenó y comprendí algo que no sabía antes…
Hay incontables mensajes en los árboles…
Ningún hombre puede conocerlos todos…
Siempre tenemos espacio para aprender de ellos.
Ansié ser esa humilde babosa de nuevo. Para trepar por la corteza de un árbol, lenta pero constante y no tener preocupaciones.
22.3.12
21.3.12
El mundo hecho polvo/Triptonik
A golpe de ruina y no de pasado, nacen los fantasmas. Mis ojos con filo los traspasan y los seducen y en un instante de flama, les recorren calosfríos.
Me persigo
no sé de mi más que en el acecho
en el instante en que me muerdo presa, me persigo predador
a golpe de ruina no queda de mí
más que el fantasma en el espejo.
http://www.discotecaonline.net/web/?p=16249
Me persigo
no sé de mi más que en el acecho
en el instante en que me muerdo presa, me persigo predador
a golpe de ruina no queda de mí
más que el fantasma en el espejo.
http://www.discotecaonline.net/web/?p=16249
Greg Sand
Argentina Mendoza
El peligro está en percibir al amor como un objeto perdido y no como un espíritu que surge dulcemente.
Los labios del agua/Alberto Ruy Sánchez
Débiles de la carne, férreos de la voluntad y la obsesión: pésima mezcla para llevar una vida tranquila.
20.3.12
Daniela Camacho
POSTAL VIII [a mi eterno habitante de la nieve]
(Imagen: DCJ, Invierno, Yoyogi Kooen)Hay una serenidad propia del invierno. Se hace de ciertas sombras, de la fiebre en el cuerpo de los pájaros. Y todo ocurre en las escalas de una música cuyo origen no se sabe. Escucha. En las ramas de los árboles se han puesto a madurar frutos de hielo, son espejos para el sol y la melancolía. Muy pronto huirán del pensamiento con su río adentro y yo iré hacia ti ardiendo en mi vestido de cristales.
*
POSTAL VII [o el impulso sexual de los corales tiñe las aguas]
Escribir es un futuro inalcanzable [Rosmarie Waldrop].
(Imagen: Kamakura, 2011. DCJ)
Digo que el mar también es un lenguaje. Todo cuerpo es un lenguaje. Que la escritura se aparta del lugar donde, cruelmente, intento decir los vocablos que se apagan. Pero hay un movimiento que habla en el silencio, un tropel de niños enterrando barcas. Sus ojos, demasiado hechizados para comprenderse, han venido a destruir mi única palabra. Esto que escuchas es mi cuerpo, mi animal recién nacido, mi lengua suspendida de una música terrible.
19.3.12
Las lenguas y la globalización/Miquel Siguan
Una serie de factores relacionados con el progreso técnico hacen que en la actualidad el tránsito de la información a cualquier lugar del mundo pueda ser casi instantáneo y que sea fácil y rápido el transporte tanto de mercaderías como de personas entre cualquier punto del globo. Así se produce una globalización de la economía al mismo tiempo que los contactos culturales son cada vez más abundantes y profundos y los desplazamientos de población cada vez más frecuentes todo lo cual puede englobarse con la denominación de globalización. Este proceso iniciado hace tiempo pero progresivamente acelerado en nuestros días tiene consecuencias de muchos tipos pero aquí me ocuparé concretamente de su repercusión sobre las lenguas.
Lenguas de comunicación internacional.
Una consecuencia muy clara del proceso de globalización es que pone en contacto a muchas personas que hablan lenguas distintas. Para que la comunicación sea posible es necesario que una de las personas interlocutoras además de su primera lengua sea capaz de hablar la lengua de la otra o bien que ambas conozcan una segunda lengua que sirva así de medio de comunicación. Y si son muchas las personas que se encuentran en parecida situación hará falta un acuerdo implícito para decidir cuáles son las lenguas que se utilizarán como medio de comunicación.
En la Edad Media los europeos, y para ser mas exactos los europeos cultos que vivían en el ámbito de influencia de la Iglesia de Roma, de Irlanda hasta Polonia y del Mediterráneo al Ártico, tenían una lengua común que era el latín. En la época de la ilustración el francés se convirtió en la primera lengua de comunicación internacional.
En el siglo XIX se le unieron el alemán y el inglés. A mediados del siglo XX, y coincidiendo con el final de la gran guerra, el inglés se convirtió decididamente en la primera lengua de comunicación internacional. Consiguientemente, una proporción importante de la población mundial lo adquirió como segunda lengua. Dicha proporción sigue aumentando.
Lo acontecido no ha ocurrido por casualidad. Estados Unidos y el conjunto de países de lengua inglesa constituyen la mayor concentración de poder económico en el mundo. En esos países, y muy especialmente en Estados Unidos, se producen la mayoría de innovaciones científicas y técnicas que hacen posible la globalización. Todo ello tiene consecuencias lingüísticas, ya que todas esas novedades científicas y técnicas, sus aplicaciones y sus efectos tienen que ser nombrados y ello implica la aparición continua de nuevas palabras y de nuevas alianzas de palabras. Ello a su vez está facilitado por el hecho de que el inglés es una lengua muy flexible, que admite con facilidad las innovaciones a lo que puede añadirse que no tiene una Academia que la encorsete de modo que es sólo el uso el que sanciona el uso de las nuevas palabras.
Y como la característica principal de la globalización es que las nuevas iniciativas se extiendan por todo el mundo las palabras que las significan en inglés tienden a ser adoptadas por todas las demás lenguas que se llenan así de anglicismos. Es cierto que en algunas lenguas, especialmente en el caso del francés, se llevan a cabo esfuerzos por contener esta avalancha buscando sustitutos en las posibilidades del propio vocabulario
aunque los resultados son más bien moderados mientras en otras lenguas siquiera se intenta.
El hecho de que el inglés se haya convertido en la primera lengua de comunicación internacional tiene consecuencias para el propio inglés. De las comunicaciones verbales que en cada momento se establecen en inglés buena parte de las mismas se producen entre personas para las que el inglés no es su primera lengua y por tanto que en muchos casos utilizan un inglés simple o deficiente. Es cierto que el uso del inglés por parte de quienes empezaron a hablar en otra lengua puede tener a veces consecuencias positivas y así es sabido que hay una generación de escritores nacidos en la India o en el Caribe para los que el inglés no es su lengua nativa y que están contribuyendo poderosamente a la renovación de la literatura inglesa. Pero en conjunto los hablantes del inglés como segunda lengua utilizan un inglés más pobre y menos correcto que los que lo hablan
desde la primera infancia.
En otros tiempos cuando una lengua hegemónica se extendía mucho en el espacio y entraba en contacto con otras, la lengua principal empezaba a mostrar diferencias dialectales según los lugares y así fue como el latín dio origen a las lenguas neolatinas.
No parece que vaya a ocurrir esto con el inglés. Gracias al progreso técnico las conversaciones en inglés pueden mantenerse entre interlocutores que tienen otras lenguas como primeras lenguas pero que están situados en lugares muy alejados del globo por lo que la diferenciación en el interior de la lengua inglesa ya no se está produciendo por razones geográficas sino por especializaciones temáticas (el inglés de los hombres de negocios y de los financieros, el inglés de los científicos y de los técnicos, el de los informáticos, el del espectáculo y los entretenimientos, el de los deportistas…).
Presión sobre las lenguas menores. Amenazas de desaparición y condiciones de
supervivencia
A lo largo de los siglos las distintas lenguas habladas por los seres humanos han evolucionado. Unas han desaparecido al mismo tiempo que surgían otras. La introducción de la escritura dio mayor estabilidad a las lenguas que la adoptaron pero no eliminó su temporalidad. En la actualidad la globalización está provocando la desaparición de lenguas menores en un proceso que se acelera con el paso del tiempo y que desde hace un tiempo ha sido denunciado como una pérdida similar a la que representa la desaparición de especies vivas, animales o vegetales. Aunque se trata de lenguas con muy pocos hablantes e intelectualmente muy alejados de nosotros, la realidad es que todas las lenguas del mundo, mayores y menores, tienen una complejidad similar y que cada una de ellas es reflejo de una cultura especifica.
Pero, ¿es posible salvar una lengua en peligro de extinción? En principio es perfectamente posible. Incluso es posible resucitar una lengua.
El córnico es una lengua celta, como el galés o el irlandés, que se hablaba en la región de Cornualles (Reino Unido) y cuyo último hablante parece que murió en 1777 y solo algunos eruditos guardaban su recuerdo. A mediados del siglo XX algunos nostálgicos de la lengua decidieron iniciar su aprendizaje. Su ejemplo tuvo imitadores y al cabo de un tiempo había un grupo de personas capaces de hablar la lengua entre sí. El paso siguiente se dio con una pareja que había aprendido el córnico y que decidió no solo hablarlo habitualmente entre ellos sino también con los hijos que tuvieran. El ejemplo ha tenido imitadores y hoy existe un cierto número de personas, algo más de 200, que han tenido el córnico como primera lengua aunque hablen también el inglés que sigue siendo la única lengua de la mayoría de la población de Cornualles.
Más espectacular es el caso del hebreo. En tiempos de Jesucristo había dejado de ser la lengua usada por la población judía y había quedado reservada para los usos litúrgicos. A medidos del siglo XIX fue literalmente resucitado y se ha convertido en la lengua oficial del estado de Israel y cuenta hoy con millones de hablantes. Pero se trata de casos excepcionales y que poco tienen que ver con la mayoría de las lenguas que hoy se
encuentran amenazadas.
Se calcula que en el mundo existen alrededor de seis mil lenguas de las cuales más de la mitad tiene menos de 10.000 hablantes y de las cuales la mayoría se encuentra en la cuenca del Amazonas, en las estepas rusas, en Nueva Guinea y en ciertas regiones africanas. Se trata, en la mayoría de los casos, de lenguas habladas por poblaciones que han vivido en pleno aislamiento, es el caso por ejemplo de tribus indígenas que han vivido en la selva amazónica, aislamiento roto ahora por la creciente deforestación que convierte los árboles en pasta de papel e introduce en las tierras deforestadas el cultivo del café. En este nuevo contexto los hablantes de la lengua indígena se ven obligados a aprender, aunque sólo sean los rudimentos de las lenguas de sus nuevos vecinos, pues no hay ninguna esperanza de que los recién llegados se interesen por la lengua indígena y en general son los mas jóvenes los que en primer lugar reconocen esta necesidad si quieren subsistir. La sensación de la inutilidad de la antigua lengua para abrirse camino en la nueva situación lleva con facilidad a su devaluación y, más o menos pronto a su abandono.
¿Cómo podría salvarse esta lengua? La primera condición es evidentemente que los propios hablantes lo deseen, que deseen conservar la identidad de su grupo humano y la lengua como signo de identidad. Pero en nuestro mundo actual y desde la aparición de la escritura la perduración de una lengua exige un mínimo de uso escrito, la introducción de la escritura obliga previamente a codificar la lengua, a establecer, aunque sea mínimamente, su gramática y su vocabulario. Es esta codificación lo que a su vez hará posible la enseñanza de la lengua y la producción de documentos escritos que den testimonio de su utilidad. Por supuesto es muy difícil, por no decir imposible, que los hablantes de la lengua amenazada hagan este esfuerzo por si mismos y necesitan no solo la tolerancia sino la ayuda activa desde instancias sociales y políticas de nivel superior, una ayuda que no es nada seguro que se produzca. En lenguas habladas sólo por unos centenares de personas el esfuerzo puede parecer desproporcionado y el éxito no está de ningún modo asegurado. En el caso de lenguas con mayor número de hablantes no es nada seguro que las instancias políticas que podrían comprometerse con su protección consideren justificado un esfuerzo cuyos rendimientos políticos o económicos serían mínimos. Es cierto que existen ejemplos en sentido contrario. Las distintas lenguas esquimales estuvieron durante mucho tiempo abandonadas pero hoy, en cambio, están oficialmente protegidas tanto en Canadá como en Noruega y Finlandia. Pero precisamente la singularidad de estos casos, se trata de unas pocas lenguas que están apoyadas por países poderosos que han cambiado de opinión respecto a ellas y han puesto a su disposición medios considerables, demuestra la dificultad de que esto ocurra con los millares de lenguas que hoy están en peligro.
La informática y las lenguas
UNIVAC, el primer ordenador electrónico, se construyó en 1951 para analizar los datos del censo de población de los EEUU y evolucionó muy rápidamente aumentando su potencia, haciéndose capaz de efectuar otras operaciones administrativas y también de procesar textos con lo que cerró el paso a la difusión de las máquinas de escribir eléctricas e introduciéndose así en gran número de hogares. En 1969 se estableció la primera conexión entre ordenadores a partir de la cual se desarrolló Internet, la red de redes, un sistema que permite almacenar, consultar e intercambiar información prácticamente sin límites y que así se ha convertido en uno de los elementos principales de lo que he llamado el proceso de globalización.
Por supuesto que el ordenador, y los sistemas que se apoyan en él, y en primer lugar Internet, tienen consecuencias lingüísticas de las que voy a comentar algunas. El ordenador tiene unos programas básicos que regulan su actividad y que están constituidos por signos, lo que se llama el "lenguaje de la máquina", de los que algunos son palabras y por supuesto palabras inglesas. Con los programas dirigidos a controlar las distintas actividades de la máquina al servicio de las necesidades del cliente ocurre lo mismo. Pero además, el ordenador necesita dialogar con el usuario, darle instrucciones o proponerle que elija entre varias posibilidades, lo que se llama el dialogo "máquina-usuario". En una primera época los ordenadores sólo utilizaban el inglés pero a medida que aumentaba su demanda en países de lengua no inglesa hubo
que producir programas en otras lenguas. Así, por poner un ejemplo, el programa básico de Windows esta disponible en unas cuarenta lenguas, mientras algunos programas específicos del mismo productor sólo lo están en algunas y alguno muy especifico o de muy reciente creación sólo está en inglés. En el caso del software libre, como el Linux, la producción en las distintas lenguas no depende de razones comerciales sino de la existencia de personas voluntarias dispuestas a ampliar las posibilidades del sistema. Pero el resultado es el mismo, una amplia diferenciación de la oferta según las lenguas. Para poner algún ejemplo concreto se pueden tener en cuenta los programas de corrección ortográfica que recorren un texto para detectar errores y ofrecer soluciones alternativas. Windows ofrece actualmente programas de corrección automática en unas
sesenta lenguas.
Pero hay otro aspecto de la relación entre informática y lenguas que tiene especial relevancia. El inglés, la primera lengua usada en este campo, utiliza el alfabeto llamado latino que es común a la mayoría de las lenguas europeas; el griego, en cambio, utiliza el alfabeto griego; el ruso y otras lenguas eslavas el cirílico. Parecería, por tanto, evidente que la mayoría de los hablantes de Europa desde el principio habrían podido
utilizar máquinas con el mismo alfabeto y con los mismos programas en el orden lingüístico pero no es así, las diferentes lenguas que utilizan el alfabeto latino no utilizan exactamente los mismos signos. El español tiene signos propios como son la "ñ", el signo de interrogación y de admiración al comienzo o los acentos agudos. Otras lenguas tienen signos peculiares, la "ç", los acentos graves y circunflejos, la diéresis y otros todavía que no figuran en el teclado que manejo para redactar estas notas.
La primera codificación que se utilizó comprendía 128 signos (letras, números y otros signos gráficos) pero estaba pensada exclusivamente para el inglés. Posteriormente se duplicó a 256 y entonces ya figuraban la mayoría de signos utilizados por el español. En los años 90, y ante la creciente incorporación de lenguas orientales con sistemas de representación distintos, la Organización Internacional para la Estandarización (ISO) elaboró un nuevo código: Unicode, en el que se mantienen los primeros 128 signos de la primera codificación y los 128 siguientes se multiplican por 16 tablas distintas lo que permite representar prácticamente todas las lenguas con presencia en Internet. Otra cosa es que los sistemas de distribución de información de Internet o del correo electrónico o la máquina que manejamos estén preparados para utilizarlos.
En relación con la evolución que acabo de resumir vale la pena citar un hecho significativo. Los primeros desarrollos de la informática a nivel internacional hicieron caer en la cuenta que nuestros sistemas alfabéticos de escritura, nuestras ortografías, poseen bastantes elementos de irracionalidad y pareció que este desarrollo iba a dar nueva fuerza a las propuestas de racionalización de la ortografía de las lenguas europeas. Y no digamos del absurdo que representa que pueblos como el japonés y el chino, que están en primera línea del desarrollo mundial, se empeñen en mantener complicadísimos sistemas de escritura ideográficos en vez de adoptar un sistema alfabético. Y efectivamente en todos estos casos se iniciaron esfuerzos racionalizadores pero pronto surgieron en todas partes reacciones nacionalistas que consideran que las singularidades del sistema de escritura forman parte de la identidad nacional.
Repercusiones sobre la escritura y sobre la cultura
La aparición de la escritura representó un cambio importante en la existencia de las lenguas, la lengua oral sólo llega donde llega la potencia de la voz del orador y sólo se mantiene mientras éste la emite. El texto escrito, en cambio, puede llegar hasta los confines de la tierra y mantenerse indefinidamente mientras resista su soporte. Pero, además, para que el texto escrito en una lengua sea comprendido por todos sus posibles lectores es necesario haber codificado previamente la gramática de la lengua utilizada y haber establecido el inventario de todas las palabras que forman parte de ella. A lo que puede todavía añadirse que la escritura normalmente requiere una cierta premeditación previa mientras la oralidad es mucho más espontánea. A partir de aquí la lengua escrita se convierte en la forma correcta de la lengua a diferencia de la expresión oral que es
mucho más tolerante con las diferencias individuales o grupales. Desde la introducción de la escritura los productos literarios y científicos se han creado en forma escrita y, a partir de la imprenta recogidos en libros, se han convertido en los instrumentos por excelencia de la continuidad y del progreso de nuestra cultura occidental.
Las técnicas modernas que han conducido a la globalización están alterando profundamente este panorama. Desde la invención del teléfono y del disco la voz humana puede trasladarse a cualquier distancia y mantenerse indefinidamente en el tiempo y con ello el prestigio de la letra escrita disminuye. Muchos de nuestros contemporáneos reciben mas información oral, a través de la radio y de la TV, que escrita, a través de periódicos y libros. Como consecuencia de ello el prestigio de la lengua escrita disminuye y con ello la impresión de que la expresión escrita tiene un rango superior que debe tomarse como modelo.
Un ejemplo, significativo entre otros muchos, puede ser el de las palabras y expresiones vulgares u obscenas que antes eran toleradas en mayor o menor medida en el lenguaje oral pero proscritas en el lenguaje escrito, y más en general en el lenguaje culto, hasta el punto de que no figuraban en los catálogos de la lengua que son los diccionarios, empezando por el propio Diccionario de la Academia, y que hoy han pasado de la oralidad a la escritura, a los periódicos y a los libros.
A lo que acabo de decir se puede objetar que, a pesar de esta ampliación de los ámbitos del lenguaje oral, la informática ha abierto nuevas posibilidades a la escritura, lo cual es rigurosamente cierto. El ordenador en primer lugar y luego la introducción y la generalización de la red Internet, han permitido multiplicar tanto la posibilidad de producir y de intercambiar información en forma escrita como la posibilidad de tener acceso a múltiples fuentes de información, también en lengua escrita. Pero es cierto que el intercambio de información a través de los medios informáticos utiliza un lenguaje menos cuidado que cuando se hacía usando como soporte el papel escrito y basta un ejemplo para mostrarlo: la comparación entre los mensajes electrónicos y las cartas.
Para muchas personas, y a lo largo de generaciones, escribir cartas ha sido una actividad casi cotidiana y a la que se prestaba considerable atención. El estilo epistolar tenía sus propias normas y exigía un cierto planeamiento y un considerable cuidado en su redacción. A su vez el receptor las leía y releía con cuidado y a menudo las guardaba. Y en la vida de una pareja la correspondencia amorosa constituía un elemento importante de la relación y la rotura implicaba la devolución de las cartas recibidas. Los mensajes electrónicos son mucho más espontáneos, menos cuidados en su redacción, más cercanos por tanto al lenguaje oral y, por supuesto, más breves. A menudo reciben una respuesta casi inmediata lo que los acerca más al intercambio telefónico que a la carta.
Para muchas personas el mensaje electrónico es mas laxo en su corrección ortográfica que la carta, lo que puede relacionarse con esta espontaneidad e informalidad del mensaje y también con la despreocupación surgida de la existencia de correctores ortográficos a los que confiar esta tarea. La laxitud ortográfica alcanza su máximo en el caso de los mensajes escritos y enviados por teléfonos móviles. No sólo se simplifica la ortografía sino que se introducen abreviaciones y símbolos que acaban por constituir un código propio, aunque es un código flexible que cada usuario modifica a su manera. En realidad todas estas formas de abreviación del número de signos del mensaje tienen una razón económica evidente, pero ello no deja de implicar una actitud mas libre de las nuevas generaciones ante las normas no solo ortográficas sino sintácticas.
Pero la introducción y el rapidísimo desarrollo de Internet ha tenido otra consecuencia sobre el lenguaje escrito mucho mas importante que la espontaneidad o el descuido al que acabo de referirme, y es el desplazamiento del libro como fuente de información.
En la actualidad existe una fuerte controversia en torno a la posibilidad de reproducir en Internet textos publicados por medios tradicionales así como predicciones divergentes sobre si en el futuro la edición en Internet sustituirá o no a la edición en papel, pero a lo que ahora quiero referirme es a algo que en mi opinión es mucho mas significativo.
Desde la invención de la imprenta nuestra cultura se ha basado en la existencia de unos libros depositarios del conocimiento alcanzado en los que se basaba la enseñanza y en los que los individuos podían tanto ampliar su cultura general como profundizar en los temas de su especialidad o de sus aficiones. Internet, a través de cualquier buscador o por medios más sofisticados, hace innecesario acudir a los libros. Que ello tiene ventajas de cara a la especialización es evidente, pero es igualmente evidente que con ello se hace inútil la base común de cultura general en que se ha basado nuestra tradición cultural.
Las lenguas en el contexto español: catalán/valenciano, gallego y euskera
Aunque la lengua mas favorecida por el proceso de globalización sea, como hemos visto, el inglés, convertido en la lengua de comunicación por excelencia, el español también resulta en alguna medida beneficiado por el proceso pues en muchos países ve aumentar el número de los que lo aprenden como segunda lengua. En cuanto a las lenguas específicas de determinadas comunidades autónomas (catalán/valenciano, gallego y euskera) la situación puede, a mi juicio, resumirse así.
Frente a las numerosas lenguas cuyo futuro parece amenazado por el proceso de globalización, la supervivencia de éstas está claramente asegurada. Se trata en cada caso de un número de hablantes relativamente grande, que en una elevada proporción se solidarizan con el fututo de sus lenguas y la trasmiten a sus hijos y que disponen de estructuras políticas que les permiten asegurar su enseñanza y su uso público. Más todavía, lo que en nuestros días constituye un índice importante de la vitalidad de una lengua, todas ellas disponen de programas y de aplicaciones informáticas de muy diversos tipos y todas ellas tienen una presencia apreciable en Internet. Pero una vez afirmada su supervivencia hay que notar también que el proceso de globalización las somete a una doble presión, por un lado, la necesidad de conocer no sólo el español sino también el inglés como lengua de comunicación internacional y, por otra parte, la llegada a los distintos territorios de una inmigración abundante y que habla otras lenguas. Ambos hechos plantearán retos importantes a los respectivos sistemas educativos.
Lenguas de comunicación internacional.
Una consecuencia muy clara del proceso de globalización es que pone en contacto a muchas personas que hablan lenguas distintas. Para que la comunicación sea posible es necesario que una de las personas interlocutoras además de su primera lengua sea capaz de hablar la lengua de la otra o bien que ambas conozcan una segunda lengua que sirva así de medio de comunicación. Y si son muchas las personas que se encuentran en parecida situación hará falta un acuerdo implícito para decidir cuáles son las lenguas que se utilizarán como medio de comunicación.
En la Edad Media los europeos, y para ser mas exactos los europeos cultos que vivían en el ámbito de influencia de la Iglesia de Roma, de Irlanda hasta Polonia y del Mediterráneo al Ártico, tenían una lengua común que era el latín. En la época de la ilustración el francés se convirtió en la primera lengua de comunicación internacional.
En el siglo XIX se le unieron el alemán y el inglés. A mediados del siglo XX, y coincidiendo con el final de la gran guerra, el inglés se convirtió decididamente en la primera lengua de comunicación internacional. Consiguientemente, una proporción importante de la población mundial lo adquirió como segunda lengua. Dicha proporción sigue aumentando.
Lo acontecido no ha ocurrido por casualidad. Estados Unidos y el conjunto de países de lengua inglesa constituyen la mayor concentración de poder económico en el mundo. En esos países, y muy especialmente en Estados Unidos, se producen la mayoría de innovaciones científicas y técnicas que hacen posible la globalización. Todo ello tiene consecuencias lingüísticas, ya que todas esas novedades científicas y técnicas, sus aplicaciones y sus efectos tienen que ser nombrados y ello implica la aparición continua de nuevas palabras y de nuevas alianzas de palabras. Ello a su vez está facilitado por el hecho de que el inglés es una lengua muy flexible, que admite con facilidad las innovaciones a lo que puede añadirse que no tiene una Academia que la encorsete de modo que es sólo el uso el que sanciona el uso de las nuevas palabras.
Y como la característica principal de la globalización es que las nuevas iniciativas se extiendan por todo el mundo las palabras que las significan en inglés tienden a ser adoptadas por todas las demás lenguas que se llenan así de anglicismos. Es cierto que en algunas lenguas, especialmente en el caso del francés, se llevan a cabo esfuerzos por contener esta avalancha buscando sustitutos en las posibilidades del propio vocabulario
aunque los resultados son más bien moderados mientras en otras lenguas siquiera se intenta.
El hecho de que el inglés se haya convertido en la primera lengua de comunicación internacional tiene consecuencias para el propio inglés. De las comunicaciones verbales que en cada momento se establecen en inglés buena parte de las mismas se producen entre personas para las que el inglés no es su primera lengua y por tanto que en muchos casos utilizan un inglés simple o deficiente. Es cierto que el uso del inglés por parte de quienes empezaron a hablar en otra lengua puede tener a veces consecuencias positivas y así es sabido que hay una generación de escritores nacidos en la India o en el Caribe para los que el inglés no es su lengua nativa y que están contribuyendo poderosamente a la renovación de la literatura inglesa. Pero en conjunto los hablantes del inglés como segunda lengua utilizan un inglés más pobre y menos correcto que los que lo hablan
desde la primera infancia.
En otros tiempos cuando una lengua hegemónica se extendía mucho en el espacio y entraba en contacto con otras, la lengua principal empezaba a mostrar diferencias dialectales según los lugares y así fue como el latín dio origen a las lenguas neolatinas.
No parece que vaya a ocurrir esto con el inglés. Gracias al progreso técnico las conversaciones en inglés pueden mantenerse entre interlocutores que tienen otras lenguas como primeras lenguas pero que están situados en lugares muy alejados del globo por lo que la diferenciación en el interior de la lengua inglesa ya no se está produciendo por razones geográficas sino por especializaciones temáticas (el inglés de los hombres de negocios y de los financieros, el inglés de los científicos y de los técnicos, el de los informáticos, el del espectáculo y los entretenimientos, el de los deportistas…).
Presión sobre las lenguas menores. Amenazas de desaparición y condiciones de
supervivencia
A lo largo de los siglos las distintas lenguas habladas por los seres humanos han evolucionado. Unas han desaparecido al mismo tiempo que surgían otras. La introducción de la escritura dio mayor estabilidad a las lenguas que la adoptaron pero no eliminó su temporalidad. En la actualidad la globalización está provocando la desaparición de lenguas menores en un proceso que se acelera con el paso del tiempo y que desde hace un tiempo ha sido denunciado como una pérdida similar a la que representa la desaparición de especies vivas, animales o vegetales. Aunque se trata de lenguas con muy pocos hablantes e intelectualmente muy alejados de nosotros, la realidad es que todas las lenguas del mundo, mayores y menores, tienen una complejidad similar y que cada una de ellas es reflejo de una cultura especifica.
Pero, ¿es posible salvar una lengua en peligro de extinción? En principio es perfectamente posible. Incluso es posible resucitar una lengua.
El córnico es una lengua celta, como el galés o el irlandés, que se hablaba en la región de Cornualles (Reino Unido) y cuyo último hablante parece que murió en 1777 y solo algunos eruditos guardaban su recuerdo. A mediados del siglo XX algunos nostálgicos de la lengua decidieron iniciar su aprendizaje. Su ejemplo tuvo imitadores y al cabo de un tiempo había un grupo de personas capaces de hablar la lengua entre sí. El paso siguiente se dio con una pareja que había aprendido el córnico y que decidió no solo hablarlo habitualmente entre ellos sino también con los hijos que tuvieran. El ejemplo ha tenido imitadores y hoy existe un cierto número de personas, algo más de 200, que han tenido el córnico como primera lengua aunque hablen también el inglés que sigue siendo la única lengua de la mayoría de la población de Cornualles.
Más espectacular es el caso del hebreo. En tiempos de Jesucristo había dejado de ser la lengua usada por la población judía y había quedado reservada para los usos litúrgicos. A medidos del siglo XIX fue literalmente resucitado y se ha convertido en la lengua oficial del estado de Israel y cuenta hoy con millones de hablantes. Pero se trata de casos excepcionales y que poco tienen que ver con la mayoría de las lenguas que hoy se
encuentran amenazadas.
Se calcula que en el mundo existen alrededor de seis mil lenguas de las cuales más de la mitad tiene menos de 10.000 hablantes y de las cuales la mayoría se encuentra en la cuenca del Amazonas, en las estepas rusas, en Nueva Guinea y en ciertas regiones africanas. Se trata, en la mayoría de los casos, de lenguas habladas por poblaciones que han vivido en pleno aislamiento, es el caso por ejemplo de tribus indígenas que han vivido en la selva amazónica, aislamiento roto ahora por la creciente deforestación que convierte los árboles en pasta de papel e introduce en las tierras deforestadas el cultivo del café. En este nuevo contexto los hablantes de la lengua indígena se ven obligados a aprender, aunque sólo sean los rudimentos de las lenguas de sus nuevos vecinos, pues no hay ninguna esperanza de que los recién llegados se interesen por la lengua indígena y en general son los mas jóvenes los que en primer lugar reconocen esta necesidad si quieren subsistir. La sensación de la inutilidad de la antigua lengua para abrirse camino en la nueva situación lleva con facilidad a su devaluación y, más o menos pronto a su abandono.
¿Cómo podría salvarse esta lengua? La primera condición es evidentemente que los propios hablantes lo deseen, que deseen conservar la identidad de su grupo humano y la lengua como signo de identidad. Pero en nuestro mundo actual y desde la aparición de la escritura la perduración de una lengua exige un mínimo de uso escrito, la introducción de la escritura obliga previamente a codificar la lengua, a establecer, aunque sea mínimamente, su gramática y su vocabulario. Es esta codificación lo que a su vez hará posible la enseñanza de la lengua y la producción de documentos escritos que den testimonio de su utilidad. Por supuesto es muy difícil, por no decir imposible, que los hablantes de la lengua amenazada hagan este esfuerzo por si mismos y necesitan no solo la tolerancia sino la ayuda activa desde instancias sociales y políticas de nivel superior, una ayuda que no es nada seguro que se produzca. En lenguas habladas sólo por unos centenares de personas el esfuerzo puede parecer desproporcionado y el éxito no está de ningún modo asegurado. En el caso de lenguas con mayor número de hablantes no es nada seguro que las instancias políticas que podrían comprometerse con su protección consideren justificado un esfuerzo cuyos rendimientos políticos o económicos serían mínimos. Es cierto que existen ejemplos en sentido contrario. Las distintas lenguas esquimales estuvieron durante mucho tiempo abandonadas pero hoy, en cambio, están oficialmente protegidas tanto en Canadá como en Noruega y Finlandia. Pero precisamente la singularidad de estos casos, se trata de unas pocas lenguas que están apoyadas por países poderosos que han cambiado de opinión respecto a ellas y han puesto a su disposición medios considerables, demuestra la dificultad de que esto ocurra con los millares de lenguas que hoy están en peligro.
La informática y las lenguas
UNIVAC, el primer ordenador electrónico, se construyó en 1951 para analizar los datos del censo de población de los EEUU y evolucionó muy rápidamente aumentando su potencia, haciéndose capaz de efectuar otras operaciones administrativas y también de procesar textos con lo que cerró el paso a la difusión de las máquinas de escribir eléctricas e introduciéndose así en gran número de hogares. En 1969 se estableció la primera conexión entre ordenadores a partir de la cual se desarrolló Internet, la red de redes, un sistema que permite almacenar, consultar e intercambiar información prácticamente sin límites y que así se ha convertido en uno de los elementos principales de lo que he llamado el proceso de globalización.
Por supuesto que el ordenador, y los sistemas que se apoyan en él, y en primer lugar Internet, tienen consecuencias lingüísticas de las que voy a comentar algunas. El ordenador tiene unos programas básicos que regulan su actividad y que están constituidos por signos, lo que se llama el "lenguaje de la máquina", de los que algunos son palabras y por supuesto palabras inglesas. Con los programas dirigidos a controlar las distintas actividades de la máquina al servicio de las necesidades del cliente ocurre lo mismo. Pero además, el ordenador necesita dialogar con el usuario, darle instrucciones o proponerle que elija entre varias posibilidades, lo que se llama el dialogo "máquina-usuario". En una primera época los ordenadores sólo utilizaban el inglés pero a medida que aumentaba su demanda en países de lengua no inglesa hubo
que producir programas en otras lenguas. Así, por poner un ejemplo, el programa básico de Windows esta disponible en unas cuarenta lenguas, mientras algunos programas específicos del mismo productor sólo lo están en algunas y alguno muy especifico o de muy reciente creación sólo está en inglés. En el caso del software libre, como el Linux, la producción en las distintas lenguas no depende de razones comerciales sino de la existencia de personas voluntarias dispuestas a ampliar las posibilidades del sistema. Pero el resultado es el mismo, una amplia diferenciación de la oferta según las lenguas. Para poner algún ejemplo concreto se pueden tener en cuenta los programas de corrección ortográfica que recorren un texto para detectar errores y ofrecer soluciones alternativas. Windows ofrece actualmente programas de corrección automática en unas
sesenta lenguas.
Pero hay otro aspecto de la relación entre informática y lenguas que tiene especial relevancia. El inglés, la primera lengua usada en este campo, utiliza el alfabeto llamado latino que es común a la mayoría de las lenguas europeas; el griego, en cambio, utiliza el alfabeto griego; el ruso y otras lenguas eslavas el cirílico. Parecería, por tanto, evidente que la mayoría de los hablantes de Europa desde el principio habrían podido
utilizar máquinas con el mismo alfabeto y con los mismos programas en el orden lingüístico pero no es así, las diferentes lenguas que utilizan el alfabeto latino no utilizan exactamente los mismos signos. El español tiene signos propios como son la "ñ", el signo de interrogación y de admiración al comienzo o los acentos agudos. Otras lenguas tienen signos peculiares, la "ç", los acentos graves y circunflejos, la diéresis y otros todavía que no figuran en el teclado que manejo para redactar estas notas.
La primera codificación que se utilizó comprendía 128 signos (letras, números y otros signos gráficos) pero estaba pensada exclusivamente para el inglés. Posteriormente se duplicó a 256 y entonces ya figuraban la mayoría de signos utilizados por el español. En los años 90, y ante la creciente incorporación de lenguas orientales con sistemas de representación distintos, la Organización Internacional para la Estandarización (ISO) elaboró un nuevo código: Unicode, en el que se mantienen los primeros 128 signos de la primera codificación y los 128 siguientes se multiplican por 16 tablas distintas lo que permite representar prácticamente todas las lenguas con presencia en Internet. Otra cosa es que los sistemas de distribución de información de Internet o del correo electrónico o la máquina que manejamos estén preparados para utilizarlos.
En relación con la evolución que acabo de resumir vale la pena citar un hecho significativo. Los primeros desarrollos de la informática a nivel internacional hicieron caer en la cuenta que nuestros sistemas alfabéticos de escritura, nuestras ortografías, poseen bastantes elementos de irracionalidad y pareció que este desarrollo iba a dar nueva fuerza a las propuestas de racionalización de la ortografía de las lenguas europeas. Y no digamos del absurdo que representa que pueblos como el japonés y el chino, que están en primera línea del desarrollo mundial, se empeñen en mantener complicadísimos sistemas de escritura ideográficos en vez de adoptar un sistema alfabético. Y efectivamente en todos estos casos se iniciaron esfuerzos racionalizadores pero pronto surgieron en todas partes reacciones nacionalistas que consideran que las singularidades del sistema de escritura forman parte de la identidad nacional.
Repercusiones sobre la escritura y sobre la cultura
La aparición de la escritura representó un cambio importante en la existencia de las lenguas, la lengua oral sólo llega donde llega la potencia de la voz del orador y sólo se mantiene mientras éste la emite. El texto escrito, en cambio, puede llegar hasta los confines de la tierra y mantenerse indefinidamente mientras resista su soporte. Pero, además, para que el texto escrito en una lengua sea comprendido por todos sus posibles lectores es necesario haber codificado previamente la gramática de la lengua utilizada y haber establecido el inventario de todas las palabras que forman parte de ella. A lo que puede todavía añadirse que la escritura normalmente requiere una cierta premeditación previa mientras la oralidad es mucho más espontánea. A partir de aquí la lengua escrita se convierte en la forma correcta de la lengua a diferencia de la expresión oral que es
mucho más tolerante con las diferencias individuales o grupales. Desde la introducción de la escritura los productos literarios y científicos se han creado en forma escrita y, a partir de la imprenta recogidos en libros, se han convertido en los instrumentos por excelencia de la continuidad y del progreso de nuestra cultura occidental.
Las técnicas modernas que han conducido a la globalización están alterando profundamente este panorama. Desde la invención del teléfono y del disco la voz humana puede trasladarse a cualquier distancia y mantenerse indefinidamente en el tiempo y con ello el prestigio de la letra escrita disminuye. Muchos de nuestros contemporáneos reciben mas información oral, a través de la radio y de la TV, que escrita, a través de periódicos y libros. Como consecuencia de ello el prestigio de la lengua escrita disminuye y con ello la impresión de que la expresión escrita tiene un rango superior que debe tomarse como modelo.
Un ejemplo, significativo entre otros muchos, puede ser el de las palabras y expresiones vulgares u obscenas que antes eran toleradas en mayor o menor medida en el lenguaje oral pero proscritas en el lenguaje escrito, y más en general en el lenguaje culto, hasta el punto de que no figuraban en los catálogos de la lengua que son los diccionarios, empezando por el propio Diccionario de la Academia, y que hoy han pasado de la oralidad a la escritura, a los periódicos y a los libros.
A lo que acabo de decir se puede objetar que, a pesar de esta ampliación de los ámbitos del lenguaje oral, la informática ha abierto nuevas posibilidades a la escritura, lo cual es rigurosamente cierto. El ordenador en primer lugar y luego la introducción y la generalización de la red Internet, han permitido multiplicar tanto la posibilidad de producir y de intercambiar información en forma escrita como la posibilidad de tener acceso a múltiples fuentes de información, también en lengua escrita. Pero es cierto que el intercambio de información a través de los medios informáticos utiliza un lenguaje menos cuidado que cuando se hacía usando como soporte el papel escrito y basta un ejemplo para mostrarlo: la comparación entre los mensajes electrónicos y las cartas.
Para muchas personas, y a lo largo de generaciones, escribir cartas ha sido una actividad casi cotidiana y a la que se prestaba considerable atención. El estilo epistolar tenía sus propias normas y exigía un cierto planeamiento y un considerable cuidado en su redacción. A su vez el receptor las leía y releía con cuidado y a menudo las guardaba. Y en la vida de una pareja la correspondencia amorosa constituía un elemento importante de la relación y la rotura implicaba la devolución de las cartas recibidas. Los mensajes electrónicos son mucho más espontáneos, menos cuidados en su redacción, más cercanos por tanto al lenguaje oral y, por supuesto, más breves. A menudo reciben una respuesta casi inmediata lo que los acerca más al intercambio telefónico que a la carta.
Para muchas personas el mensaje electrónico es mas laxo en su corrección ortográfica que la carta, lo que puede relacionarse con esta espontaneidad e informalidad del mensaje y también con la despreocupación surgida de la existencia de correctores ortográficos a los que confiar esta tarea. La laxitud ortográfica alcanza su máximo en el caso de los mensajes escritos y enviados por teléfonos móviles. No sólo se simplifica la ortografía sino que se introducen abreviaciones y símbolos que acaban por constituir un código propio, aunque es un código flexible que cada usuario modifica a su manera. En realidad todas estas formas de abreviación del número de signos del mensaje tienen una razón económica evidente, pero ello no deja de implicar una actitud mas libre de las nuevas generaciones ante las normas no solo ortográficas sino sintácticas.
Pero la introducción y el rapidísimo desarrollo de Internet ha tenido otra consecuencia sobre el lenguaje escrito mucho mas importante que la espontaneidad o el descuido al que acabo de referirme, y es el desplazamiento del libro como fuente de información.
En la actualidad existe una fuerte controversia en torno a la posibilidad de reproducir en Internet textos publicados por medios tradicionales así como predicciones divergentes sobre si en el futuro la edición en Internet sustituirá o no a la edición en papel, pero a lo que ahora quiero referirme es a algo que en mi opinión es mucho mas significativo.
Desde la invención de la imprenta nuestra cultura se ha basado en la existencia de unos libros depositarios del conocimiento alcanzado en los que se basaba la enseñanza y en los que los individuos podían tanto ampliar su cultura general como profundizar en los temas de su especialidad o de sus aficiones. Internet, a través de cualquier buscador o por medios más sofisticados, hace innecesario acudir a los libros. Que ello tiene ventajas de cara a la especialización es evidente, pero es igualmente evidente que con ello se hace inútil la base común de cultura general en que se ha basado nuestra tradición cultural.
Las lenguas en el contexto español: catalán/valenciano, gallego y euskera
Aunque la lengua mas favorecida por el proceso de globalización sea, como hemos visto, el inglés, convertido en la lengua de comunicación por excelencia, el español también resulta en alguna medida beneficiado por el proceso pues en muchos países ve aumentar el número de los que lo aprenden como segunda lengua. En cuanto a las lenguas específicas de determinadas comunidades autónomas (catalán/valenciano, gallego y euskera) la situación puede, a mi juicio, resumirse así.
Frente a las numerosas lenguas cuyo futuro parece amenazado por el proceso de globalización, la supervivencia de éstas está claramente asegurada. Se trata en cada caso de un número de hablantes relativamente grande, que en una elevada proporción se solidarizan con el fututo de sus lenguas y la trasmiten a sus hijos y que disponen de estructuras políticas que les permiten asegurar su enseñanza y su uso público. Más todavía, lo que en nuestros días constituye un índice importante de la vitalidad de una lengua, todas ellas disponen de programas y de aplicaciones informáticas de muy diversos tipos y todas ellas tienen una presencia apreciable en Internet. Pero una vez afirmada su supervivencia hay que notar también que el proceso de globalización las somete a una doble presión, por un lado, la necesidad de conocer no sólo el español sino también el inglés como lengua de comunicación internacional y, por otra parte, la llegada a los distintos territorios de una inmigración abundante y que habla otras lenguas. Ambos hechos plantearán retos importantes a los respectivos sistemas educativos.
Témoris Grecko
De pronto uno está en una enorme lengua de arena. Ve gente con gran valor. Y mucho miedo. Uno se pregunta: "lo mío es valor... o es miedo... o soy tonto". Da igual. Uno se ha puesto en el frente. Y suena el silbido de los aviones y todos corremos y cae la bomba y qué bueno que no fue encima de nosotros. Luego uno checa el Facebook. Y ve que después que de que mataron a dos compañeros, y hay que rescatar a cuatro colegas --uno de ellos es tu amigo--, siempre hay gente que afirma --porque tienen tooodas las pruebas en la mano-- que estamos vendidos. Seguro a mí me pagan los malosos. Y mientras yo pierdo el tiempo en defenderme de idiotas, mis amigos pierden la vida. Así pasó en Homs, hace tres semanas.
18.3.12
Consciousness, lost and found/Slowpoke
HOT, COLD, SUN, RAIN
Practical Spirituality, Irregular Philosophy, and Personal Civics
Consciousness, Lost and Found
by sl0wpoke
People say consciousness is a problem. The origin of the problem, as posed to philosophy and science, is actually quite straightforward. We live at a point in history where no facet of the universe seems to lie beyond the reach of scientific explanation, including consciousness itself. There is something about the subjective experience of consciousness, however, that makes these explanations deeply unsatisfying. Satisfactory explanations are thus pursued through various alternative theories of mind that are difficult to ground in the scientific tradition, and the problem thus arises.
What is truly odd, however, is that even though there are two sides to the debate over the problem, only one side seems to view the problem as problematic. Mechanists, such as Dennett, argue straightforwardly and forcefully that every aspect of consciousness can be grounded in an empirically observable phenomenon, given sufficient time and scientific resources. Proponents of the irreducibility of consciousness, such as Chalmers and Searle, argue that consciousness is the root of all immediate experiences and understandings, which are by their very nature a priori irreducible. Most of the debate seems to focus upon the problem of whether physical things, as we know them, are adequate to account for the complex and varied phenomena of consciousness. The mechanists seem to overlook the admittedly difficult-to-discern motivations that makes the anti-reductionists resist reductionist explanations so strenuously, while the anti-reductionists seem oblivious to the fact that their defenses are essentially nothing more than alternative reductionist explanations based on a non-standard metaphysics.
The debate between these two views evokes very strong reactions, and there seems to be little possibility of philosophically reconciling the two. The progress of scientific explanations of the mind suggests that they may prevail in the long run, but the persistence of anti-reductionist accountings of consciousness also seems to suggest that the anti-reductionist program has an effectively infinite space into which to retreat. (There are, it seems, always new places to which to re-locate spirits and essences.) This kind of impasse, when it appears, is often symptomatic of a fundamental difference of values, but it is deeply troubling to think that the physical or non-physical nature of consciousness should come down to a value judgment. Such a judgment would present a very unappealing choice indeed, between either a disingenuous escape into self-directed self-delusion, or a grim nihilism alienated from the very substance of the most vivid and immediate features of personal experience.
The choice, however, between a physical and a non-physical consciousness is a false one. The real question should not be what consciousness is made of, but in what sense we should think of consciousness as real.
The problem of the problem.
For thinkers like Dennett, consciousness is not a problem at all. Everything that consciousness does can be accounted for, in principle, by a biological mechanism, and the realization of this possibility is enough to make the problem vanish. Dennett’s audaciously titled “Consciousness Explained” (1991) is a meticulous, powerful, and extremely persuasive argument to exactly this effect, and I will proceed from the assumption that Dennet’s argument therein is correct. In this admirable work of philosophy, Dennett skillfully deconstructs the classical arguments against a purely physical basis for consciousness, revealing that the disassembly of their pretenses leaves little more than very subtly concealed, baseless assumptions. There is, however, an important philosophical wrinkle that even Dennett does not seem to notice, and that seems to pass by uncommented elsewhere: the very fact that anti-reductionist theories of consciousness can be engaged so effectively by a mechanist argument implies that these anti-reductionist theories are, in fact, mechanist theories in disguise.
The apotheosis of this kind of mechanism masquerading as idealism is Chalmers’ proposal for a “nonreductive explanation” of consciousness. Chalmers suggests that consciousness ought to be considered as something of an elemental physical force, comparable to gravity or electromagnetism. Certainly, the idea of an as-yet undefined physical force does make consciousness a problem, and the simultaneous elusiveness and irreducibility of this sort of ‘mind-force’ makes the problem hard. Dennett dismisses this proposal by incisively and very correctly pointing out that positing such irreducibility is completely unnecessary from a scientific perspective. If, the argument goes, all the functions and behaviors of consciousness can be elucidated in terms of physical processes, then consciousness itself has been elucidated in terms of physical processes. Beneath this argument is a fundamentally philosophical proposition: a thing is exactly the sum of its distinguishing features. This basic proposition is significant because it can be located not just in mechanist arguments, but also, perhaps surprisingly, in anti-reductionist arguments such as Searle’s “Chinese Room” and the substance of subjective experience posited in the philosophical literature under the name of ‘qualia’. Where anti-reductionists thus part ways with the mechanists is in the sorts of things they consider “distinguishing features”: anti-reductionists consider subjectivity itself, or else some hidden force, to be an irreducible, distinguishing feature, while mechanists do not.
Anti-Reductionists seem unwilling to abandon scientific explanation, but just as unwilling to abandon their assertion that consciousness itself is lodged in an elusive substance or force that is fundamentally distinct from any other kind of physical thing. This conflict is the real heart of the problem of consciousness, but the passion it generates is much more than sentimental attachment to an illogical idea. What anti-reductionists really yearn for is a consciousness as real as the other objects of scientific study.
The real and its discontents.
It deserves to be asked why the idea of an irreducible consciousness is so strongly appealing. Certainly, the anti-reductionist view presents a zoo of logical contradictions, but these contradictions nonetheless seem to be grasping strenuously at something. Dennett seems content to dismiss the anti-reductionist furor as a misguided attachment, but such dismissals do not make for a very satisfying explanation of their motive or persistence. The anti-reductionists are struggling to express something problematic in the language of science. The problem may lie with the thing being expressed, but it may just as easily lie with the language in which it is being expressed.
Science today has established itself as the powerful and very successful arbiter truth. As such, Science has become the language of truth. Inhabitants of the modern world are at great pains to argue otherwise. Every language, however, is haunted by some unutterable. The undesired consequence of the triumph of Science is that some features of human experience are not easily articulated in the language of Science, which places them dangerously near to the realm of the unreal. The subjective experience of consciousness is just such a disturbingly inexpressible thing. While prior eras of thought could attribute this most basic and immediate phenomenon to ‘spirit’ or ‘God’, the language of Science has no words for such things. The reduction of consciousness itself to simpler terms is not problematic for the language of Science, but it nonetheless represents a radical shift of worldview.
Science works in such a way that its objects of concern are public and universal. A scientifically recognizable phenomenon must be something that can be demonstrated to others in a reproducible way. This principle lies at the heart of all empiricism: real things are distinguished from unreal things (lies, hoaxes, delusions, hallucinations, flights of fancy, semantic confusions) by an experiment that situates them within the structure of already agreed-upon things. The power and utility of empiricism is quite evident, and I don’t think it needs discussion here. The modern ethos very often, however, goes beyond a mere acknowledgment of empiricism, assuming instead something much stronger: empirically real is absolutely real.
The reason that I agree with Dennett’s arguments is that consciousness does have behaviors and functions whose underlying mechanisms are, in principle, scientifically demonstrable. What the arguments of Dennett and other mechanists overlook, however, is that consciousness also has fundamentally private aspects that cannot be experimentally reproduced in the empirical sense. The anti-reductionists are mistaken to conflate these private aspects of consciousness with empirically describable features, but they are right in their intuition that some part of this bigger picture eludes even the most thorough empirical reduction. The brute fact is that there is, by definition, nothing objectively or publicly demonstrable about subjective experience. (This fact is what motivates the well-known philosophical problem of how we, as conscious beings, know that other beings are conscious.) If we adopt the view that, with no exceptions, everything real is scientifically describable, then it must be that subjectivity is not real.
Consciousness, according to the mechanist account, is scientifically describable because it can be fully characterized in terms of empirically observable features. Taking this thesis as given, a number of difficult philosophical questions clear right up. For example, the problem how one conscious being can tell if another being is also conscious is fully resolved because, in principle, one such being can go down a list of features to look for, attempt to locate them all, and reach a logical conclusion. Disturbingly, however, new and equally difficult philosophical questions appear in some unexpected places. It may be one thing, in the mechanist scheme, for you to determine whether or not I am conscious, but how can you determine whether or not you yourself are conscious? If you’re reading this sentence right now you probably see nothing particularly problematic in the judgment that you are conscious. It’s just obvious. That, however, is exactly the problem. The fact that you are conscious is so blatantly manifest that it seems to need no explanation at all.
To claim something as ‘obvious’ is not generally regarded to be a scientific explanation. Nonetheless, I find it nothing short of incredible that you, the reader, would regard your own consciousness as nothing less than obvious. Let’s suppose, however, that you really aren’t satisfied with this obvious fact: you want a real, scientific explanation. The good news is that, according to the mechanist perspective, an explanation is available or will be forthcoming in the near future. It is instructive, however, to apply Occam’s Razor at this juncture, and to ask what we actually gain by theory that over-explains the already obvious.
The mechanist state, and the zombie apartheid.
In “Consciousness Explained”, Dennett draws a fascinating connection between social justice and the idea that consciousness is fully empirical. This connection occurs in the context of a deconstruction of Chalmers’ strange philosophical device of the “zombie”, a being that is functionally indistinct from conscious beings but somehow is not itself conscious. Dennett mercilessly excoriates Chalmers’ apparent return to the strange idea of “indiscernible identicals”, and compares the arguments necessary to assert the unconsciousness of a philosophical zombie to those arguments made against the humanity of oppressed people in racist or classist societies. This line of argument is quite convincing; arbitrary and insubstantial distinctions between humans are indeed at the heart of racism and classism. If consciousness is just some undetectable, undefinable essence that can nonetheless be somehow discriminated, the door is opened to all kinds of blatant prejudice. It is interesting to ask, however, whether a radically empiricist accounting of consciousness is capable to producing its own kind of dystopias.
Suppose that you are not satisfied with the obviousness of your own consciousness; you demand scientific verification. True scientific verification, however, is not something that you can do yourself. Evidence for your own consciousness must be reproducible outside of your own personal experience of the situation, and it must be possible for others to view the results and agree on them. Taking this as given, you assemble your friends and conduct a scrupulously careful and well-designed experiment to test whether or not you are conscious. Much to your surprise, however, your friends view the results and come to the unanimous conclusion that you are not actually conscious all; feelings to the contrary must have been just an anomaly stirred up by some unusual external sources of interference. You dispute the results, and so the experiment is repeated again, and then again. Each time, the conclusion reached is the same. Your friends must conclude that, charming character though you are, you’re just not conscious.
It’s one thing to be judged unconscious by a few friends who are nonetheless quite fond of you. What if, on the other hand, the matter of the population of unconscious persons was taken up by the state? Might the state might judge the population of unconscious people to be a nuisance, like stray animals? What if the state even regarded them as a danger, considering their obvious proclivity for mistakes and their almost certain lack of any kind of moral agency? Any well organized society would certainly have a corps of professionals charged with monitoring and evaluating the consciousness of its citizens, and something would certainly need to be done with all of the unconscious people dwelling uncomfortably close to the conscious. Perhaps they could just be imprisoned, or, in a society wishing for a more flattering veneer of compassion, indefinitely institutionalized? If appearances were no object, perhaps the state could simply have unconscious people executed? Everyone has to make a few sacrifices, after all, to maintain a well-ordered society. If you yourself were judged unconscious by such a menacingly state-appointed panel of physicians, surely you would appeal desperately for the truth of your own consciousness, no matter how scientific the refutations presented.
I should be clear, at this juncture, that I do not mean to suggest that mechanist theories of consciousness bear any such authoritarian intent, nor do I mean to suggest that their necessary consequence is a dystopian state in which otherwise upstanding people are coldly adjudicated to be subhuman. What the fable of the zombie apartheid exhibits, however, is a world to which has been dealt a crushing blow to the sanctity of private mental life and to the traditional idea of individual agency. In such a world, your most immediate experiences are nothing but a hollow illusion acted out by incomprehensible, alien forces beyond your understanding and control. In such a world, each one of us turns out, under the gaze of science, not to be quite who we thought we were. Certainly, there is a very real loss in this outcome, and it is this loss that the anti-reductionists surely must sense, and it must be the horror they feel at this sensation that motivates them to struggle so fiercely against reductionist explanation.
The problem with anti-reductionists arguments is that, no matter how clever, they are doomed perpetually to retreat ever-further out of the reach of ever-newer scientific developments. The failure of an anti-reductionist explanation of consciousness is inevitable. The demise of subjective, conscious experience, however, is not.
An explanation of the explanation of consciousness.
The mechanist position proceeds from the very reasonable assertion that things are nothing other than their distinguishing features. If science can reduce those distinguishing features to physical processes, than those things are also physical processes. The fact that such a reduction is emotionally disturbing to behold is not sufficient reason to reject the deduction; it is certainly not an excuse for attempts to escape into pseudoscientific fantasy. Even so, there is something fundamentally different in the reduction of consciousness to physical processes; it appears to radically undermine the worth and veracity of subjective experience by reducing it to things that we can never quite see or fully understand. If we can’t trust our own subjective experience, what can we trust?
One argument is that the remedy lies in the internalization of the facts of natural science as it is understood today. If only we really convincingly saw ourselves as physical processes, the argument goes, there would be nothing disturbing or frightening about reducing consciousness to these very same processes. There is some truth to this view of things, but the truth is not quite a complete one — at least, not if science is to successfully stand in for religion, as it seems it is being called upon to do in this scenario. The lack is well-illustrated by a small thought experiment. Suppose you very successfully convince yourself of the truth that even your most intimate conscious experiences, from which are woven your very identity as a human being, are nothing other than the interplay of physical forces X, Y, and Z. You take X, Y, and Z to be almost sort of personal totems; they are the real truth of your being, even if you aren’t always able to perceive their activity. One day, a startling scientific breakthrough is announced: the theories of forces X, Y, and Z are proven to be completely wrong, and must be replaced by A, B, and C, which are strange and radically different. From the perspective of science, this is completely unproblematic; theories come and go. For individuals, though, theories of self do not come so cheaply; the new development results in a necessary trauma, as you really honestly and sincerely saw X, Y, and Z as your true self, and it turns out that you were mistaken all along. Science, by its very construction, must reject any theory that is convincingly contradicted by observation, and it is of the strongest necessity that there is no telling which theories may be discarded, or what may replace them. Humans, however, rely very crucially upon persistent, relatively unchanging ideas about themselves in which to ground their identity and orient themselves in the world. The prospect of an existence in which our most basic views of ourselves and of the world are ceaselessly rent asunder and reassembled can only be described as hellish. Such a metaphysical suffering may be manageable, but it is certainly not pleasant.
Consciousness is a special kind of problem because it represents the first and most basic fact of existence. Conscious experience is the means by which we build all of our internal models of the world. Without these world-models, we’re hopelessly adrift and helpless. If consciousness itself is just another kind of model, upon which the others are based, the picture of reality begins to look very tenuous indeed. Our models are based on consciousness, and consciousness is based, it would seem, upon a world that lies forever beyond our grasp. Doesn’t all this follow from a reductionist account of consciousness? No, actually. It doesn’t follow at all.
Ontology and metaphysics matter very much at junctures such as this one because they illuminate the foundational assumptions underlying arguments that might otherwise dazzle us with their vivid complexity. There is an irreducibly metaphysical axiom at the heart of all the despair over the reduction of consciousness to physics, and this axiom deserves a close examination. The axiom is this: there is a real world of objects that are outside of, and fundamentally separate from, subjective experience. That is not a scientific deduction. It is not even an obvious fact. It is a pure decision. If this decision is reversed, if we reject the idea of a universal, objective reality, then all the existential horror evaporates.
It will be immediately objected that such a rejection is solipsistic and fundamentally incompatible with scientific thought. This objection holds no water. The idea of a universal, objective reality is only necessary in order to prevent circular definitions. It is not at all clear why circular definitions should be everywhere forbidden, or whether their exclusion may actually prevent the description of very real and very important phenomena. It is true that circularity may introduce paradox, but no matter how confounding or strange paradox may be, there is no universally recognizable principle dictating that paradoxical statements may not be true or meaningful. While arguments to the contrary are delivered very passionately, they are nonetheless at great pains to justify themselves as anything more than axiomatic insistence.
Circularity immediately eludes the alienation of reductionist explanation by way of a beautifully simple argument. Suppose that you grasp that your consciousness is reducible to basic physical processes X, Y, and Z. What makes the reality of physical processes X, Y, and Z apparent is their empirical demonstration. Empirical demonstration is founded upon direct observation, that is, seeing for one’s self. Seeing for one’s self is conscious event. Therefore, processes X, Y, and Z depend upon your consciousness just as much as your consciousness depends upon X, Y, and Z. Since this is so, there is no reason to privilege your understanding of X, Y, and Z as “more true” or “more real” than your own subjective experience. Ergo, your conscious experience is exactly as real as it was before you conceived of it in terms of physical processes.
The mechanist solution to the problem of consciousness could avoid all the humanistic grief it causes if only it would forgo the insistence on having the last word. Consciousness is such that, properly speaking, there can be no last word.
The monstrosity of Hofstadter.
Of all the authors I know, Douglas Hofstadter comes closest to grasping these facts directly. Hofstadter is a truly unique thinker, in that he admits the mechanistic explanation of consciousness, while still acknowledging the irreducibility of the subject. What’s more, Hofstadter even seems to understand the deep relevance of circularity and self-reference to the problem of consciousness. Hofstadter’s magnum opus, “Godel, Escher, Bach: An Eternal Golden Braid” (often referenced as “GEB” for short), is a vast, playfully brilliant, and strikingly original exegesis of the complex and strangely consciousness-like behaviors of self-reference as it appears in art, music, symbolic logic and other kinds of abstract systems. GEB stands alone as a truly unique work of literature and philosophy, and is well-deserving of its status as a modern classic. Even so, GEB is more poesis than analysis. Well aware of this fact, Hofstadter published “I Am A Strange Loop” (“Strange Loop” for short) in 2007, nearly three decades after the original publication of GEB, as an attempt to refine and more directly articulate the core philosophical ideas of GEB as they pertain to the problems of consciousness. While I have tremendous respect for Hofstadter as a thinker, and tremendous admiration for his intellectual works, I must humbly insist that there is more to say on the matter, and that it ties directly to the problem of an external, substantive reality.
Hofstadter clearly recognizes the importance of circularity in the development of a phenomenon like consciousness, and he even hints at something like irreducibility in his references to formal undecidability in symbolic logics, but he seems unable to break free of the idea of an external reality. While this inability in no way hampers the theoretical development, it nonetheless tinges the exposition with a faint but ineffable tone of sadness. Hofstadter himself makes this tension evident in the “teleportation to mars” scenario, which appears late in “Strange Loop”, and which I’ve discussed elsewhere. To briefly recapitulate, Hofstadter sketches a hypothetical future in which human teleportation is possible, but only in a purely “informational sense” that does not actually relocate the teleported subject, but merely reproduces a perfect copy of it elsewhere in space. Hofstadter then posits a variation on the scenario, wherein the teleportation procedure results in the death of the original subject, e.g. teleportation from Earth to Mars produces an identical subject on Mars, but results in the death of the subject on Earth. As Hofstadter tells it, this scenario reads like a tragedy of subjectivity: even though the self on Earth knows objectively that a perfect copy with all its distinguishing features lives on elsewhere, it still cannot help but feel sorrow and fear at the prospect of its own inevitable demise. The conclusion, although Hofstadter doesn’t seem to state it directly, is that objectified knowledge of the self is not a substitute for subjective experience of the self. Reflected into the problem of consciousness, a reduction of consciousness to objective terms cannot replace the subjective experience of those very terms. Hofstadter’s teleportation story is a vivid, and beautifully sensitive portrayal of exactly what kind of loss the passage from subjectivity to objectivity presents. In the telling of this story, Hofstadter directly reveals the agony of the problem of consciousness: it is none other than the agony of a world divided into internal and external parts.
It’s important not to get lost in mysticism if we’re to understand why the problem really is bound up in the internal-external division. The best way to do so is to deconstruct Hofstadter’s teleportation tale a bit further. I’ll do this by making explicit the assumption of a substantive external reality, from which a reductio ad absurdum appears. The argument is as follows: Suppose that you are the subject on Earth, who is doomed to die as a result of the teleportation procedure. Suppose also that there is a substantive external reality that exists independently of your subjective experience. Since external reality is independent of your subjectivity, it must be that only the objective changes to your circumstances (i.e. the corporeal facts of your death) will have observable effects in the real world, while the subjective changes to your circumstance (i.e. whatever your experience of death and thereafter happens to be) should make no difference. (Interestingly, this is the source of the bleakness perceived by some in the prospect of soullessness: it makes no difference to the world whether or not your subjective self is snuffed out.) Your dual self, on Mars, is a perfect copy of the you (subject and object) on Earth, and so should be functionally indistinct from the self on Earth in all situations. Quantifying over “all situations”, however, is an extremely strong generalization. “All situations”, however, is also unavoidable if the self on Mars is to be considered truly indistinguishable from the self on Earth. Since all situations must be considered, let’s consider the specific situation of how the self on Mars reacts, in terms of its objectively observable behavior, to the death of the self on Earth. Denote by S the situation in which the self on Mars is aware of the demise of the self on Earth. Denote by R the reaction of the self on Mars to the death of the self on Earth, and put aside its details beyond the requirement that it consists of some empirically discernible event. Would the reaction of the self on Earth in situation S be identical to R?
If the reaction is not identical then we’ve already derived an absurdity; the self on Mars was assumed to be a perfect reproduction, and could not be if its functional behavior differed in any way. Suppose, then, that the self on Earth would react with R in situation S. This supposition, however, presents a difficulty, because it is not clear who the subject is in the definition of S. That is, it is not clear who occupies the place of the self on Earth in: “the situation in which the self on Mars is aware of the demise of the self on Earth.” Perhaps S is obtained by the self on Earth imagining what would happen, and concluding that its reaction would be R — but an exercise of subjectivity (i.e. imagination) would be necessary in order to produce this conclusion, which would make the indistinguishability of the two selves, which has been taken as an objective fact, contingent upon an exercise of subjectivity! Perhaps it is instead the case that S is obtained by direct observation of some other objective event, i.e. perhaps the self on Earth had been produced by a prior teleportation, providing the opportunity to observe its particular reaction in that prior situation. It has already been assumed that both the self on Earth and the self on Mars react with R when contemplating the death of their predecessor-selves as a result of the teleportation procedure. The rub, however, is that the observation of R for the self on Earth was obtained by an earlier, identical teleportation procedure which, itself, produced an identical copy of the subject. If the definition of “indistinguishable reactions” is to have any veridical force, then it must be that that the situations that produced those reactions are also identical. In particular, the earlier teleportation procedure from which was obtained the observation that Earth-self’s reaction was R must also have produced an functionally identical copy. More to the point, Earth-self had a predecessor-self that also would have reacted with R! But how can this be empirically determined? Either there must be an infinite regress of observations of prior-selves, which would seem to be impossible, or there must be a prior-self whose reaction differed. If, however, some prior self failed to react with R, it must be that the teleportation procedure does not produce an identical copy, which contradicts the original assumptions — reductio ad absurdum.
The preceding argument may seem rather long, but I feel it is important to firmly ground the seemingly-mystical rejection of an external reality on a logical premise. Hofstadter’s tragedy of the subject is not mere sentimentalism, but an incisive demonstration of a logical contradiction subtly introduced by the conjunction of reductionist explanation and the assumption of substantive, external reality. It is even more illustrative, I think, to show what happens to Hofstadter’s tale when the assumption of an external reality is removed.
Reintroduce all the assumptions of Hofstadter’s original teleportation scenario, and also explicitly assume that there is no substantive, external reality that is separable from subjective experience. A direct consequence of this new assumption (or rather, the negation of the old assumption) is that life decidedly does not go on as normal for the self on Mars; this self, in all its distinguishing features, only represents a substantive object insofar as its characteristics are subjectively experienced by the self on Earth. There is no puzzle about whether it is possible for me to subjectively die on Earth while objectively surviving on Mars, for the simple reason that it is not possible to cleave one from the other. If subjectivity vanishes, then for all meaningful epistemological purposes so do all the things it experiences — the whole universe as you know it is kaput! But isn’t that just solipsism? Weirdly, no, it is not. The foundation of solipsism is the idea that only knowledge of one’s own mind is sure, and at no point did I promise or assert sure knowledge of your mind or its subjective experiences. What many people find disturbing about reductionist explanations of consciousness is that they undercut even the certainty of knowledge about one’s own mind, since mind would thus apparently be at the mercy of physical forces that are alien to direct experience. But what, then, is left if neither external nor internal knowledge is sure? Does everything really just disappear with the subject?
The answer is that nothing actually disappears at all. The assertion I’ve been driving at all along is that the subject depends on the object, and the object depends on the subject. If one vanishes, then it follows logically that other should vanish with it. The subtlety is that it really doesn’t mean anything to say that “the subject vanishes” or “the object vanishes”, since both of these tacitly presume an observer (God? The Universal Hive-Mind? The Laplacian Demon? The Leviathan of State?) before whom they appeared in the first place. Bluntly, there is no reason whatsoever to presume such an observer. (This should not necessarily be read as a declaration of atheism, but I do not wish to pursue theological matters here.) Yes, if the subject disappeared, then so would the object. Following exactly the same reasoning, the disappearance of the object should also herald the disappearance of the subject. This means, in particular, that a subject without any objective formations is just as much an absurdity as an object with no subjective content. Nothing can disappear with subjectivity or objectivity for the straightforward reason that appearance and disappearance are themselves subjective or objective functions. The very act of inquiring after what happens with the expiration of subjectivity is itself a subjective act — we are already talking about not an absolute truth, but the subjectivity of subjectivity. The result of such puzzling appears to be none other than Hofstadter’s ‘strange loop’. What is different is that there is no longer anything either inside of or outside of the loop. What is interesting is that the absence of any such thing, inside or outside, is decidedly not strange.
Consciousness is not the problem.
I assert that what I’ve developed in the above is wholly compatible with mechanist explanations of consciousness; at no point have I required any functions of the mind that are beyond the grasp of scientific explanation. What is different is that reductionist theories no longer have the last word on what is real or unreal; a loop in the reasoning has been closed, with the result that some decided-upon facts will become undecidable. Science has robbed subjective experience of its privilege as the final word on matters of truth, but acknowledgment of the subjective roots of empiricism rob it of the very same privilege The casualty of this exchange is the aesthetic appeal of a “ground truth” or a “hard foundation” from which all other truths can be systematically derived. Truth no longer comes about as a procedural matter of fact, but as a contingency of the situation itself. Some modern thinkers (Alain Badiou, in particular) seem to be already aware of this dynamic, but their work is, to the best of my knowledge, concerned with deep theoretical work in ontology and metaphysics, and has yet to be applied to the purportedly thorny problem of consciousness, which sits awkwardly at the boundary between physics and metaphysics.
The question remains: Why introduce all this extra confusion, when we could be contented with an exhaustively reductionist theory of everything, with objectivity situated firmly at the foundation of the universe? The answer, I think, is that such a universe is fundamentally alienated and bleak. I firmly believe that we should not look askance at facts just because they are unpleasant, but it is important to recognize that foundational world views are not facts — they are choices. The situation of basic views as choices, rather than self-evident facts (whatever those are), does not mean that all are morally equal. Some views are inconsistent with themselves. Some views are too impoverished or simplistic to account for the inscrutable breadth and depth of human experience. Some views are so severe and rigid that they sacrifice truth in the name of their own symbolic order and internal stability. Some views are so fantastical and diffuse as to be totally vacuous. The choice among these is certainly not easy, and there may be no reliable criteria for doing so — especially considering that new ideas are arising all the time. It is important, however, to understand that a picture of the world that makes you unhappy may not be necessary. You should not carelessly replace it with a flattering self-delusion, but neither should you grimly bear its awful weight. A persistent feeling of despair or emptiness is itself nothing other than the sign of a deep contradiction in your view of your self and your world — such contradictions can be, and must be resolved. As much as I agree with Dennett and the many others who have destroyed and discredited the strange and whimsical theories of the anti-reductionists, I also feel very strongly the urgency that drives the anti-reductionists to such baroque flights of intellectual fancy: if the world of subjective experience is smashed to lifeless atoms, then something important really is lost. There is a beauty and dignity to human experience that, no matter how well-analyzed by scientific explanation, is not and cannot be reducible to scientific terms. The tension between the status of the human being and the progress of science has become almost unbearably strong in our lifetimes, and it is important that we find a reconciliation. Such a tension is not bearable forever.
The good news is that the war between science and humanity must not be borne forever. If only we stop clinging to some very old but wholly unjustified habits of thought, the conflict disappears. In the end, nothing could be more scientific than to reject an assumption that has outlived its usefulness, and nothing could be more human than to rejoice at the freedom it brings.
Further reading.
David Chalmers. “Facing Up to the Problem of Consciousness”. 1995. Available here.
Daniel Dennett. “Facing Backward on the Problem of Consciousness”. 1995. Availablehere.
Daniel Dennett. Consciousness Explained. 1991.
Douglas Hofstadter. I Am A Strange Loop. 2007.
weedypersistence.wordpress.com
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