La puerta
Duermo mirándonos
el árbol de la noche su cisura en el rostro
la puerta contenida
con papeles de ojos quebrados.
No
no temo a los abismos
esa floración oscura en lo alto.
Amo las copas
saciadas de cielo
sobre los árboles
no habita la muerte.
No sobrevive.
Duerme en un antiguo ángel
que viene a mirar mi hálito
cómo mí enemigo huye por debajo del barro.
de la noche.
delante
veredas de aguas
las casas al fondo
la señales detrás del espejo
te ven venir extendida.
cómo se exhala en la flauta
batida al sol
perennes de viajes
la roca al viento
escurren manantiales dormidos
debajo de la puerta
entre los maléolos
un rio
que estila noches en la luz.
Y a ti
el soplo
escondido detrás del tiempo
delante de imágenes blancas
en un sueños mirando la puerta.
Telégrafo de hojalata
A: León Renatto y
Abigaíl Catalina
La memoria que amo es un silbido a medio desierto
asume esa forma de lluvia de tu cuerpo.
Se anuda en la media luz del muro
en papeles entintados de piedras.
Cruza a través del ángel
que pasa silbando por mi calle.
Ilumina veladuras en contra de la noche
de voces deste niño que reaparece
por la esquina de mi telégrafo
debajo de un hilo secreto deste valle.
Esto que ahora nos viaja
es un sueño que nos ve por un espejo
mientras yo ocurro por aquí de sol
se forma de vida el patio perdido.
La lluvia tuya dice misterios
un vaho de objetos
que están en otro lugar conmigo
He visto abrir sueños de viaje
de los ojos del árbol.
Hacia afuera
hacia la espera
se mueven las sombras en la carretera.
Vino una partida intima de luces
la noche a sentarse junto al camino
contra la imagen difusa de la ventana.
Trae su curva eterna y elíptica del fuego.
Deste cielo se descuelgan tus ojos.
Sale la frontera de un mundo detenido
todo por aquí va encalma herido de sal.
Me adiestré al viaje
echado a fondo
a mi peligro
a oír despoblado de montes
a orinar las luces
el arco de la noche
la leche derramada en soledad.
El destello al norte
la boca de piedra arriba.
Al largo
su hocico al sol desperdigado
reflota la punta de sal y arena del icebergs
con mantos de cueros resecos de palabras.
El sol abre su boca al río
huele la quietud del chañar.
Traduzco huellas de caminos
se abren a sí mismo en los ojos.
El borde de arena que mira
el agua que pasa
un viejo automóvil
el pies de los niños
transparentes el frío
la junta de ríos
en el maizal
veo pasar
inmutable la muerte.
La madera de hojas abiertas
en vetas inhóspita del sur
un temporal de tierra en los sueños
surgen del árbol: sillas, mesa
la cama en el filo del acero.
Llevan mordeduras en los brazos
señales terrosas en la boca de sol.
Sin sombras
su ojo seco sobre la puerta se agita
en un pozo de estrellas insondables y sin nombres.
Creo descender de un diminuto sueño
que camina desnudo sobre su ojo
Mi pueblado es una manchita tibia del día
hecha callejón con banderitas de papel
sobre el vientre coloreado de tu arcilla.
Viene recortada a imagen de tu cintura
tatuada su carne de montes con mi voz.
Vicuña se aparece morena deste cielo
baja cerros con la forma de tu pezón
abre su lienzo húmedo y primitivo
del agua transversal que cae a nuestro mar.
No sé qué me duele
cuando extiendes las sabanas
sobre el suave silencio donde deshaces tú trenza.
Hay unos cielos de piedras vacías de lluvias.
verdes telaraña en el piemonte de Elqui.
Se edifican anónimas plazas
Iluminan con ruegos a esperma Virgen.
Con dioses de tambor se hacen
así mismo inmigrante sin poder ni sexo.
En el surtidor de sus muros
los barros se cubren con ojos de botellas
imágenes secas en altares estirados al sol.
Los hombres van ajenos
mientras giran el valle
en sus diminutos patios de tierra sin puertas
Mi padre perdido
se nos aparece en estos días sin rostro.
Él se instruye la memoria.
A secarse de siempre
la raíz de los ojos
desatar sus nudos
en un cuarto oscuro de años.
No sé porque salta
hacia el callejón secreto que nos imaginó la lluvia
en la boca sur de la niñez.
Un quiltro se viene hasta mí
porta en la frente un olvido en un ojo
de su pequeña infancia en la nuestra.
Retraído inverna sus miradas en la hornilla
manchado de noches echa su sueño
en un corazón de los niños .
Un hualle al frío desarma su cuerpo
se crepita contra las manos con diminutos fuegos.
Reconozco a quienes revolotean
palmeras en la rivera de la noche.
Al otro lado el espejo de la memoria
sonidos desaguado en el vaso
se echan sobre los ojos lejanos
menudos días recubiertos de azul.
Aún están los ojos del árbol
ocultos entre las hojas
esperan el silbido secreto de la infancia.
La divisamos y no nos reconoce
ni sabe que aquí vamos pisando la muerte
que van niños corazón de hilo
a través del tinte torcido del valle.
Silenciosamente de arena
es la época con cercos de sol
A su hora
me abriga
como a muerto en la arenisca.
Su dedo dibuja un pez
en otra vida
me sumerge
en un trozo de agua
para vivir
entreteje
la palabra en el vino.
Indestructible sustituye caminos
cubre ese mar que nos hablar
que viene extendido en los sueños.
El día se rehízo de su fuego
alrededor del árbol
la siesta con la madera apilada
la cabra al sol mordisca la voz
en la puertas calaminada
que ahora cruza por el frente
entristecen con el perro
con este desierto
que posee otro desierto
escondido bajo el sol.
Nuestros animales vienen de paso
viajan zigzagueando ladridos
dibujados sobre la arena.
Detrás de un trozo de esos días
reina hasta aquí el patio de voces
en las cajitas de piedras el pacto
de los hijos en la madera.
En los reflejos de un mar escondido
camina la garza en el fondo de un pozo.
Después encontré sus manos
sobre la calamina de la puerta
sobre el mismo óxido
de pequeñas palabras que hicimos en las tardes
detrás de un N° de piedras empañadas
Debajo del matorral vive un retazo de la Cruz del Sur
la abuela las bisabuelas mis nonas
el pan manso con ojos de esperanza.
Oí una canción de aquellas a la puerta
comen un evangelio amanecido de lluvias
visten hacia abajo manos de carbón
y escobas en brotes de mimbres.
Con viejas varillas señalan círculos en la tierra
con marcas de óleo
sobre mi entrada
y a luz del brasero nos cantan
solitarias descascaran del patio perdido
marcas de aguas cicatrizadas
tejas marginadas bajo el parrón.
Ellas mueven mi puerta
la mariposa que cruza la tarde
el manojo reseco de la yerba agridulce
un Rio Viejo ladra sinuoso al sol.
Las iletradas en procesión aún vienen
vestidas a diario con el percal
con sus mismos ojos a oscuras de chonchón
por la cinta resonante de luz en la hojalata.
Y tú en el ojo
Vi tocar la piedra