29.10.14
Daniel Feierstein, de la Red de Estudios sobre Genocidio de la Untref
Raphael Lemkin, el creador del concepto de genocidio, fue a su vez quien creó la definición más potente y precisa del término, calificándolo como "la destrucción de la identidad nacional de los oprimidos y el intento de imposición de la identidad nacional del opresor". Y agregaba que dicha imposición podía hacerse en sus cuerpos (transformando su identidad por medio del terror) o directamente en la tierra que ocupaban (eliminando a la población).
Desatada una de las ofensivas más duras del ejército israelí sobre Gaza, que ya ha superado el millar de víctimas y no parece detenerse, incluyendo entre los asesinados a civiles, mujeres, niños, incluso escuelas y hospitales, cabe volver al jurista judío polaco Lemkin para intentar aportar mayor claridad a las causas y características del conflicto palestino-israelí y a sus tremendas consecuencias.
Si se observa el conflicto no sólo en su ocurrencia actual sino en su historia (esto es, a partir de 1948) se notará que el elemento central que para Lemkin caracterizaba la posibilidad de un genocidio es el que se encuentra aquí en cuestión: que la dirigencia política israelí (de Ben Gurión a Golda Meir, de Begin o Netanyahu) han sistemáticamente negado la existencia de una identidad nacional palestina (esto es, la identidad nacional de los oprimidos en dicha región) y que han ido escalando en aquello que están dispuestos a hacer para impedir que exista.
De allí surgen los argumentos (no sólo esgrimidos por la derecha israelí sino en muchos casos también por la izquierda israelí o incluso diaspórica) de que Jordania, Egipto o Siria deberían haber acogido a los centenares de miles de refugiados de las expulsiones del 48 o del 67 o que el proyecto israelí era el de "una tierra sin nación para una nación sin tierra" (equivalente al mito argentino de la "conquista del desierto"), como si los centenares de miles de habitantes de esas tierras previo a 1948 fueran invisibles o no tuvieran identidad.
Esta histórica negación de la identidad del pueblo palestino ha producido la negación opuesta, que en parte agudiza el conflicto e impide el diálogo: el derecho del pueblo israelí a tener un Estado en la región, sea la más enriquecedora pero hoy inviable propuesta de un Estado binacional o la más posible y realista de dos Estados vecinos conviviendo en paz.
La gravedad de esta nueva ofensiva militar israelí por sobre las anteriores es que se lleva a cabo, como bien ha señalado Robert Fisk, para impedir un gobierno de unidad palestino. Esto es, que su único objetivo (porque no se observa otra racionalidad en este ataque feroz pero absurdo) parece ser la de impedir la conformación de un liderazgo político unificado entre Fatah y Hamas que pudiera (por primera vez desde la muerte o asesinato de Arafat) dar coherencia a un planteo político de recuperación y reclamo en nombre de la identidad nacional palestina.
Y es este intento de destruir la identidad nacional de un grupo (ya no sólo simbólicamente, sino ahora también a través de un ataque sistemático sobre los civiles de la franja de Gaza, sumado a una deshumanización de las víctimas palestinas que no había aparecido en ningún otro momento de la historia israelí) lo que le otorga a este momento del conflicto un cariz genocida.
El irresponsable apoyo de algunas instituciones judías de la diáspora a la ofensiva israelí (que en nada refleja la opinión mayoritaria de las comunidades judías diaspóricas, como demuestra la insignificante presencia de manifestantes en esos actos, como el realizado en Buenos Aires) ha terminado de confundir un panorama donde los antiguos y nuevos antisemitismos se han dado cita, utilizando las injusticias cometidas por el gobierno israelí como excusa para salir a quemar sinagogas en Europa o reflotar las consignas de "muerte a los judíos" o de destrucción del Estado de Israel, consignas que ningún judío puede observar con indiferencia, cuando no hay quien no tenga como mínimo un familiar lejano asesinado hace menos de un siglo en el proyecto genocida más sistemático jamás implementado.
Sólo en el reconocimiento del otro puede radicar alguna posibilidad de enfrentar esta escalada antes de que la tragedia se haga más y más grave, generando más muerte, más dolor y más irreversibilidad. Es indispensable que los israelíes puedan aceptar de una buena vez la legitimidad de la identidad nacional palestina y su derecho a un Estado viable, enfrentando los mitos de que los palestinos serían un pueblo "artificial".
Asimismo, la comunidad internacional debe ser mucho más firme y expeditiva en la exigencia al gobierno israelí del inmediato cese de las acciones militares, el desmantelamiento de las colonias y el inicio de negociaciones para el cumplimiento de las resoluciones de Naciones Unidas que puedan conducir al fin de la ocupación y a la creación de un Estado palestino.
Por otra parte, resulta necesario exigir a las organizaciones palestinas y a los Estados de la región el reconocimiento del derecho a la existencia del Estado de Israel, como modo de desmantelar el lógico terror de un pueblo de sobrevivientes de sufrir un nuevo aniquilamiento.
No es posible dialogar con quien postula la inexistencia del otro. La sociedad israelí no puede aspirar a un fin del conflicto si no acepta la existencia de un Estado palestino. Las organizaciones palestinas no pueden pretender avanzar en las negociaciones si no reconocen la legitimidad de la existencia de un Estado israelí.
En su determinación por negar la identidad palestina (aún al costo de producir un genocidio), la dirigencia israelí avanza sin pausa y cada vez de modo más acelerado hacia el suicidio del propio proyecto de Estado israelí y, en esa marcha al abismo, busca arrastrar a todos los judíos de la diáspora.
Es nuestra responsabilidad decirles basta. No sólo no será con nosotros ni en nuestro nombre, sino que tendrán que hacerlo CONTRA NOSOTROS, negando en ese camino lo poco del espíritu y la ética judíos que aún podría quedarles. No somos quienes criticamos esta política del gobierno israelí los traidores al pueblo judío. Lo son quienes están dispuestos a violar todos los preceptos judíos en aras de un proyecto suicida, inviable y que sólo podrá llevarnos a la tragedia.
Ojalá que seamos capaces de reaccionar a tiempo.