26.12.11

Lo sagrado y lo divino (antología)/ Selección de Leopoldo Cervantes-Ortiz

 


Jules Supervielle
(Francia-Uruguay, 1884-1960)

Plegaria al desconocido

He aquí que me sorprendo hablándote, Dios mío,
yo, que no sé todavía si existes
ni comprendo la lengua de tus iglesias
susurrantes.
Miro los altares, la bóveda de tu casa
como quien dice simplemente: “Esto es madera, esto es piedra,
aquéllas son columnas románicas, le falta la nariz a ese santo,
y adentro como afuera hay un mismo desamparo entre los hombres.”
Bajo los ojos sin poder arrodillarme durante la misa
como si dejara pasar una tormenta sobre mi cabeza
y no puedo evitar el pensar siempre en otra cosa.
Me pasaré la vida pensando en otra cosa,
y esa otra cosa soy yo, tal vez mi yo verdadero:
es allí donde me refugio, y tal vez sea allí donde tú estás,
creo que nunca podré vivir sino en esas lejanías que me seducen.
El momento presente es un regalo
que no he sabido aprovechar,
no sé bien cómo se usa, lo volteo para un lado y para el otro
y no logro que funcione su difícil mecanismo.
No creo en ti, Dios mío,
pero quisiera hablarte a pesar de todo;
he hablado con las estrellas aunque las sepa sin vida,
con los más humildes de los animales aunque los sepa sin respuesta,
con los árboles que, sin el viento, serían mudos como la tumba.
Y me he hablado a mí mismo aunque no estoy seguro del todo de que existo.
No sé si oyes nuestras plegarias,
las plegarias de los hombres,
no sé si tienes ganas de escucharlas,
no sé si tienes como nosotros un corazón en alerta continua
y oídos siempre abiertos a las noticias más diversas.
No sé si te gusta mirar por aquí.
Pero querría recordarte a tu planeta la Tierra,
con sus flores, sus guijarros, sus jardines y sus casas.
Con todos sus seres; con nosotros que sufrimos y lo sabemos.
Querría dirigirte cuanto antes estas humildes palabras humanas
porque cada cual debe tentar ahora lo imposible
aun si no eres más que un soplo de hace millares de años,
una gran velocidad adquirida, una melancolía durable
que hace aún girar a las esferas en su melodía.
Querría Dios sin rostro y tal vez sin esperanza,
que prestaras toda tu atención, entre tantos cielos vagabunda,
a los hombres que nunca pueden darse un respiro en el planeta.
Escúchame, corre prisa: todos van a desalentarse
y ya no podremos distinguir a los jóvenes de los viejos.
Cada mañana se preguntan si la matanza va a comenzar.
Por todas partes se preparan extraños distribuidores
de sangre, de quejidos y de lágrimas.
Se preguntan si los trigos no esconden ya fusiles.
¿Se acabó el tiempo en que podías ocuparte de los hombres?
¿Te llaman de otros mundos, médico de consulta
que sin saber por dónde empezar deja morir a su clientela?
Escúchame, no soy más que un hombre entre tantos otros:
el alma está a gusto en el cuerpo, el alma no quiere escapar
en un estallido de bomba;
el alma es para nosotros una caricia, un secreto halago.
Déjanos respirar sin pensar en nuevos venenos,
déjanos mirar a nuestros niños sin pensar todo el tiempo en la muerte.
No estamos para batallas, para generales.
Déjanos nuestro ir y venir de rebaño entre cencerros
y olor a leche que se mezcla al olor de la hierba espesa.
Ah, si existes, mi Dios, mira de nuestro lado,
ven y descansa un rato entre nosotros, la Tierra es hermosa con sus árboles,
sus ríos y sus estanques, tan hermosa que uno diría
que la añoras un poco.
No te vayas a hacer el sordo una vez más
ni a sentirte conmigo, Dios, si te tuteo,
si te hablo con tan abrupta simplicidad:
creería menos que en cualquier otro en un Dios que aterrorizara;
y tú, más que por el rayo, sabes expresarte por las briznas de hierba
y los ojos del agua y los juegos de los niños,
lo cual no impide que haya océanos y cadenas de montañas.
No puedes ofenderte porque te digo lo que pienso,
porque reflexiono como puedo sobre el hombre y su existencia
con la franqueza de la tierra y de las diversas estaciones
y tal vez con tu franqueza cuyas lecciones ignoro.
No me faltan disculpas, consiente en aceptar mis pobres sutilezas,
tantas cosas se preparan solapadamente contra nosotros
que, por mucho que hagamos, tememos siempre que nos sorprendan desprevenidos, tememos ser como el toro que no comprende qué sucede:
lo llevan al matadero, no sabe adónde va ,
y justo antes de recibir el golpe mortal sobre la frente
se repite que tiene hambre, y pastaría de buena gana,
¿pero qué pasa con esa gente de delantales llenos de sangre
para que así se empeñen todos en atenderlo esta mañana?



D.H. Lawrence
(Inglaterra, 1885-1930)


Sombras
(…)
Y si, igual que el otoño se ahonda y se oscurece
siento el dolor de las hojas al caer y tallos que se rompen en las tormentas
y turbulencias y disolución y la zozobra
y luego, suaves sombras profundas plegándose, plegándose
sobre mi alma y mi espíritu, sobre mis labios
dulcemente, como un letargo, o más bien el estupor de una grave, triste canción
cantada más opacamente que el ruiseñor, y así hacia el solsticio
y el silencio de los días cortos,
el silencio del año, la sombra,
sabré entonces que mi vida aún se mueve con la oscura tierra y se humedece
en un profundo olvido, en el lapso de la tierra y su renovación.



Alberto Caeiro [Fernando Pessoa]
(Portugal, 1888-1935)

El guardador de rebaños
(fragmento)

V
Hay bastante metafísica en no pensar en nada.
¿Qué pienso yo del mundo?
¡Qué sé yo del mundo!
Si enfermara pensaría en eso.

¿Qué idea tengo yo de las cosas?
¿Qué opinión tengo sobre causas y efectos?
¿Qué he meditado sobre Dios y el alma
y sobre la creación del mundo?
No sé. Para mí pensar en eso es cerrar los ojos.
y no pensar. Es correr las cortinas
de mi ventana (que no tiene cortinas).

[…]
No creo en Dios porque nunca lo he visto.
Si él quisiera que yo creyera en él,
vendría sin duda a hablar conmigo
y entraría por mi puerta
diciéndome, ¡Aquí estoy!

[…]
Pero si Dios es los árboles y las flores y los montes y el luar y el sol,
¿Para qué le llamo Dios?
Le llamo flores y árboles y montes y sol y luar;
porque si él se hizo, para que yo lo viera,
en sol y luar y flores y árboles y montes,
si él se me aparece como árboles y montes
y luar y sol y flores,
es porque él quiere que lo conozca
como árboles y montes y flores y luar  y sol.

Y por eso lo obedezco (¿Qué más sé yo de Dios que Dios de sí mismo?),
le obedezco viviendo, espontáneamente,
como quien abre los ojos y ve,
y le llamo luar y sol y flores y árboles y montes,
y lo amo sin pensar en él,
y lo pienso al ver y oír,
y ando con él a toda hora.


Marina Tsvietáieva
(Rusia, 1891-1941)

¡En uno de los dos crepúsculos moriré!...

¡En uno de los dos crepúsculos moriré!
Pero en cuál –nadie lo puede saber.
¡Si mi antorcha dos veces se apagara,
con el de la tarde y el de la mañana!

Bailando he pasado por  la tierra, ¡hija del cielo!
¡con mi falda llena de rosas! –¡Sin dañar un solo retoño!
¡En el crepúsculo moriré! No enviará Dios
una noche de águilas para mi alma de cisne.

Finalmente apartaré, sin besarla, la cruz;
por último saludo me lanzaré al cielo generoso.
Una racha de ocaso –una sonrisa por respuesta…
¡En mi última agonía también seré poeta!



e.e. cummings
(Estados Unidos, 1894-1962)

Jehová enterrado, Satán muerto…

Jehová enterrado, Satán muerto,
los medrosos adoran lo Mucho y lo Rápido;
no sintiendo lo malo como malo,
la mansedumbre pasa por bondad;
obedece dice toc, sométete dice tic,
la Eternidad es un Plan Quinquenal:
si la Alegría y el Dolor están en la casa de empeños
¿quién se atreverá a llamarse hombre?

Bribones sin sueños avanzan saciados de Sombras,
Fulano es Mengano y Mengano es Zutano;
mientras los Chismes asesinan gritan y suman,
el culto a lo Igual es lo más chick;
con instrumentos nuevos
se mide precisamente lo Nuevo:
si para besar el micro el judío se hace marrano
¿quién se atreverá a llamarse hombre?

los mentirosos invocan a gritos la Verdad,
los esclavos dan taconazos pidiendo Libertad;
donde los Necios son Santos, locos los poetas,
chillan los ilustres ilusos de Progreso;
cuando se proscriben las Almas, enferman los corazones,
con Corazones enfermos, las Mentes no pueden nada:
si el Odio es un juego y el Amor un coito
¿quién se atreverá a llamarse hombre?

Cristo Rey, este mundo hace agua por todas partes;
y salvavidas no hay:
sólo puede caminar sobre las olas Aquel
que se atreve a llamarSe hombre.



Lucián Blaga
(Rumania, 1895-1961)

Las lágrimas

Cuando echado del nido de la eternidad, el primer hombre
pasaba asombrado y pensativo por los bosques y campos,
le apenaban
la luz, las nubes, el horizonte –y de cualquier flor
le punzaba un recuerdo del paraíso.
Y el primer hombre, el errante, no sabía llorar.
Una vez, agotado por el azul tan claro
de la primavera,
con alma de niño el primer hombre
cayó de cara al polvo:
“Padre, arráncame los ojos
o si te es posible fabrica sobre ellos
una telaraña, una mortaja,
para que no vea más
ni flor, ni cielo, ni sonrisa de Eva, ni las nubes,
porque toda esa luz me duele.!

Entonces, El Piadoso, en un instante de misericordia,
le dio las lágrimas.


Czeslaw Milosz
(Lituania-Polonia, 1911)

Sobre la plegaria

Me preguntas, cómo rezar a alguien que no existe.
Sólo sé que la plegaria levanta un puente de seda
por el cual avanzamos como en un trampolín
hasta alzar el vuelo por encima de los paisajes de oro profundo
cambiados por el mágico síncope del sol.
Este puente va hacia la orilla del Reverso
donde el otro lado de las cosas revela un sentido
apenas sospechado de las palabras “esto es”.
Mira, estoy diciendo: nosotros. Y cada uno en su singularidad
siente allí la compasión por los que siguen presos en el cuerpo,
y sabe que, si incluso no existiese la otra orilla,
igual tendrían que entrar en el puente tendido sobre la tierra.



Edmond Jabès
(Francia, 1912-1991)

El más alto desafío
(fragmento)


Y el hombre dijo a ese Dios:
“No oigo sino a Ti; pero no Te oigo.
No veo sino a Ti; pero no Te veo.
No busco sino a Ti; pero no Te busco.
No espero sino a Ti; pero no Te espero.

No concibo sino a Ti, pero no Te Concibo.
No golpeo sino a Ti, pero no Te golpeo.
No me interrogo sino en Ti.
No me valoro sino en relación a Ti.
No soy sino tu palabra en el seno de Tu palabra.
No soy vocablo sino donde Tú estás escrito.”
Y Dios dijo al hombre:
“Soy la despótica, la obsesiva, la más enigmática
de tus creaciones, después del verbo.”
Y el hombre dijo:
“¿Soy el verbo?”
Y Dios dijo:
“Soy la interrogación del verbo.”
Y el hombre dijo:
“¿Soy el verbo en consideración?”
Y Dios dijo:
“Que tu hálito, oh blancura, sea grafía previa
en el mármol negro de Mi palabra. De lo que
se escribe febrilmente de día, las tablillas de la noche nos permitan la lectura.”
Y el hombre dijo:
“Mi lengua es polvo locuaz. Dame otra lengua.”
Y Dios dijo:
“El polvo es mármol y el vacío, universo.”
Y el hombre dijo:
“¿Dónde estoy?”
Y Dios dijo:
“¿Qué importa dónde estás? Donde estás, ya no te veo.”
Y el hombre dijo:
“¿Te di acaso ojos demasiado débiles?”
Y Dios dijo:
“Me has dado ojos de infinito.”
Y el hombre dijo:
“Hunde tu mirada en mí. Llevo en mi seno el infinito.”
Y Dios dijo:
“Que nuestra ausencia sea alianza”.
Y el hombre dijo:
“¿Dónde estás tú?
¿Dónde estoy yo?”


Octavio Paz
(México, 1914-1998)

El desconocido

La noche nace en espejos de luto.
Sombríos ramos húmedos ciñen su pecho y su cintura, su cuerpo azul, infinito y tangible.
No la puebla el silencio: rumores silenciosos,
peces fantasmas, se deslizan, fosforecen, huyen.

La noche es verde, vasta y silenciosa.
La noche es morada y azul.
Es de fuego y es de agua.
La noche es de mármol negro y de humo.
En sus hombros nace un río que se curva,
una silenciosa cascada de plumas negras.

Noche, dulce fiera,
boca de sueño, ojos de llama fija,
océano,
extensión infinita y limitada como un cuerpo acariciando a obscuras,
indefensa y voraz como el amor,
detenida al borde del alba como un venado a la orilla del susurro o del miedo,
río de terciopelo y ceguera,
respiración dormida de un corazón inmenso que perdona:
el desdichado, el hueco,
el que lleva por máscara su rostro,
cruza tus soledades, a solas con su alma,
ensimismado en su árida pelea.
Su pensamiento recorre siempre las mismas salas deshabitadas,
sin encontrar jamás la forma que agote su impaciencia,
el muro del perdón o de la muerte.
Pero su corazón aún abre las alas
como un águila roja en el desierto.

Suenan las flautas de la noche.
Canta dormido el mar;
ojo que tiembla absorto,
el cielo es un espejo donde el mundo se contempla,
lecho de transparencia para su desnudez.

Él marcha solo, infatigable,
encarcelado en su infinito,
como un fantasma que buscara su cuerpo.


Allen Ginsberg
(Estados Unidos, 1926-1997)

Dios

El marinero de 18 años “se había congraciado con Dios”.
Una palabra. Una D mayúscula. ¿Quién es Dios? –yo creí verlo una vez y oír su voz, que ahora suena como la mía,
y si no soy Dios, entonces ¿Quién es Dios? ¿Jesús Dios de la Biblia?
¿La Biblia de quién? ¿Antiguo JHVH? ¿La palabra de 4 letras sin vocales o la palabra de Dios de 4 letras? ¿D-I-O-S?
¿Alá? Algunos dicen que Alá es grande, aunque si te burlas de su nombre ¡muerto estás!
El Único Sabio de Zoroastro solía ser grande y la versión de los momrmones obtuvo pedigríes y genealogías absolutos.
El Dios del Papa ¿es el mismo que el de los teleevangelistas de la Infalible Iglesia Bautista del Sur?
¿Cómo es la plaza aquella con el Alá del Ayatolá, Billy Graham con Nixon en sus rodillas, la deidad Armagedón de Donald Reagan?
¿Y el Dios del rabino Lubovicher negando tierra a cambio de paz?
¿El Dios de Yaser Arafat es el mismo de Shamir? ¿Y Magna Mater?
Qué pasó con Afrodita, Hécate, Diana de muchos senos en Éfeso, ¡La Venus gordita culona de Willendorf más vieja que Yavé y Alá y el sueño de Zoroastro!
más vieja que Confusio, Lao Tsé, Buda y los 39 patriarcas.
¿Es real un Dios? ¿Hay un solo Dios? ¿Cómo es que hay tantos Dioses
–peleándose entre ellos, pobres mayas, aztecas, peruanos adoradores del sol? Soñadores hopo peyote en torno al fuego en media luna.
¿Soy yo Dios, hice el universo, lo soñamos juntos o me caí por el tobogán sobre el planeta, en busca de progenitores?
Yo sé que no soy Dios, y ¿tú? No seas tonto.
¿Dios? ¿Dios? ¿El Dios de todos? No seas tonto.


Pablo Antonio Cuadra
(Nicaragua, 1912-2002)

Salmo de la noche oscura

La noche es antigua y reservada.
Ángeles oscuros la custodian apagando la comunión de las palabras.

(…)

Planeta, 2002: Ciudad de México