El mundo externo es una reacción del interno, puesto que lo que sucede dentro del alma es lo que se refleja en los movimientos corporales. Es decir, si el odio nos ataña los espíritus animales se agrupan en el estómago transformando los alimentos en malos humores. Si la alegría nos invade los músculos se avivan y sonreímos. Si la tristeza nos acomete sentimos frío y ataduras en el cuerpo. Si el amor nos aclama los espíritus animales se dirigen al estómago convirtiendo el jugo de los alimentos en sangre nueva. Si tenemos deseo el corazón se agita y los músculos se excitan. O bien al experimentar la admiración se agudizan nuestros sentidos. Pasiones como el amor, el odio, la admiración, el deseo, la tristeza y la alegría, son tan elementales que se viven día tras día. Es así, como a través de las experiencias que el mismo cuerpo nos va narrando con sus gestos, sus formas, sus posturas, sus miradas y caricias nos presentan el mundo material de un cuerpo que habla, de una creadora que siente, de una mujer con emociones, de un ser humano que vive. Pero también está presente ese otro mundo el que sólo uno mismo conoce, el que llevamos dentro como un secreto que a nadie hemos de contar, el de nuestro sueños y miedos, el que no tiene límites, el que nos hace vibrar, es ahí en donde la mente mece el alma.