De: Historias de Guatemala
Santiago de Cali, Julio 2.012
Abul–ra, pueblo oriental encallado entre el desierto y el mar, abrigaba la esperanza de que algún día, la gran montaña a su espalda, se curara de sus nubes cobrizas, se vistiera con casimir de selva y le devolviera la vida.
El mar de sus playas ya había dado todo como mar en otros puertos del desierto. La montaña aún nada, solo estorbaba al fúnebre paisaje y entristecía el cielo.
Y ese día llegó.
Un viejo doblemente más sabio que viejo, vivía en lo más alto de la montaña y era artesano y tallador de la madera. No había figura, ni paisaje, ni gesto de animal o de hombre que no pudiera dibujar en un pedazo de madera, con sus gubias y azuelas. Una vez, vaciando en un tronco de nogal negro a una joven mujer por encargo, se quedó dormido. Durante varios minutos le llegó la imagen de estar acostado en un nido de escarabajos plateados siendo él, la presa codiciada de esos hermosos animales. El sueño era repetido.
Al despertar aterrorizado, dejó el trabajo de banco, barrió la mesa, acercó el taburete, la piedra de afilar, trocó los afilados escalpelos en sus manos cansadas y comenzó a tallar escarabajos. No recuerda el viejo, cuantos había hecho cuando paró de labrarlos, los recogió y los colocó en un zurrón que les serviría de nido. Ese día no trabajó más.
Al día siguiente, una gigantesca lengua de lobo lo lamía y lo despertaba aterrorizado (por segunda vez). Buscó un rincón mientras el lobo se abría camino hacia el patio, volteó a ver al lobo de madera que había tallado en el tocador y no estaba, miró el ramo de flores marchitas de verdad, en donde antes estaba el ramo de flores marchitas talladas en madera de guácimo, se topó por accidente con el zurrón y encontró a los escarabajos vivos y sonrientes. Tuvo calma finalmente, lanzó varios gritos antes pero se calmó y pensó en silencio. Acercó una fuente de agua que recién había tallado al nido y de inmediato, al ser mordida por ellos, se reprodujo un río en cascada que salió en borrasca de la casa, bordeó el patio y se perdió en los abismos.
Había encontrado el milagro y con él a muchas fuente de agua, a muchos pájaros, a muchos lobos, a muchas flores. Creó plantas frutales, recogió madera para hacer nubes blancas de verano y luego para hacer nubes de lluvia, sembró miles de semillas de hierba nueva y poco a poco reconstruyó la montaña. Lo único que no quiso tallar fue hombres, sabía que la codicia era una lanza envenenada y sagrada que ellos después, se la clavarían en su corazón o en el de ellos mismos.
Abul-ra despertó de su pasado entonces a partir de la magia de los escarabajos, sin saberlo.
Tiempo después, en Ibis, capital del reino, el rey se llevaba sus manos al mentón repetidas veces, mientras los brujos conserjes le ponían al tanto de ese mágico despertar. Previendo que la hegemonía de su poder se quebrantará, de inmediato, su falso monje chamán, cómplice de todas sus cosas, se puso en agua de mar hacia Abul-ra.
Como cualquier parroquiano, el monje cruzó el pueblo de largo y buscó el sendero a la montaña. Para entonces, Abul-ra ya era atracadero de medianas embarcaciones que traían consigo comerciantes, piratas y prostitutas.
Perdido por días, hambriento por días, tumbando monte, cruzando vorágines de furiosos manantiales, dibujando caminos y recovecos, llegó a la cima y encontró una casa y en ella, encontró a un viejo pequeño que tomaba bebida de mate caliente en el estar de la casa, mientras una horda de pequeños bichos brillaba en el suelo y producía chasquidos con sus alas. El sol tendría dos puñados más de luz entonces.
Los ojos del monje siguieron el jugueteo de los pequeños animales, hasta que su gran sabiduría le avisó que no eran de este mundo y que muy posiblemente, tenían que ver con el milagro y para mas colmo, en plena oscuridad se le ocurrió matarlos.
Cuando el viejo artesano los acomodó en su nido, acomodó también su litera y se acostó feliz, buscando dormirse como un animal.
El chamán fue exactamente hasta el sitio, cerró el moral con los insectos dentro y salió despacio. El lobo fiel que cazaba de vez en cuando pequeños cochemontes y guaguas para el viejo, lo miró la primera vez desde el umbral y lo continuó mirando, mientras sus colmillos desangraban su cuello en el suelo y lo terminó de mirar, cuando los escarabajos mordieron en silencio sus ojos. Miles de insectos brillantes y encendidos escaparon en todas las direcciones hasta perderse en los copos de teca y chagualo.
Los escarabajos plateados habían dado luz a las luciérnagas.