Germán Machado
Llego tarde a casa después del trabajo. El colibrí ya duerme. No comió. Lo intento despertar para alimentarlo, pero no sale de su bola de plumas, su coraza de sueño. Con los ojos cerrados, su pico entra en la boca de la jeringa pero apenas succiona un par de gotas de néctar. No come. Prefiere dormir. No insisto. Sé que no soy un buen celador para aquel que debe volar y no vuela. Lo dejo. Mañana de mañana me llamará con su zunzún hambriento. Que así sea.