Nota preliminar
En mayo del año oscuro de 1212, un adolescente llamado Esteban de Cloyes, se presentó en la corte del rey Felipe con una carta que, según afirmaba, le había sido entregada por Jesucristo en persona, junto con el encargo de predicar una cruzada. El rey, sin prestarle atención lo envió de regreso, pero el zagal, en vez de volver serenamente a su casa, cayó en un fervoroso delirio y anunció a los cuatro vientos que Dios le había ordenado organizar una cruzada de niños para recobrar de las manos infieles la ciudad santa de Jerusalén.
En menos de un mes las prédicas de Esteban habían conseguido reunir a millares de niños; ante la mirada, unas veces atónita, otras burlona, de los adultos, cerca de 30 mil niños franceses, acompañados por algunos religiosos y de otros peregrinos, emprendieron con él una desastroza marcha a través de Provenza con rumbo a Marsella, desde donde esperaban que el Señor separara las aguas, tal y como lo había hecho con el pueblo judío en el mar Rojo, para que ellos cruzaran el mediterráneo y llegaran a Tierra Santa sin siquiera mojarse los pies. El pastor Esteban viajaba a bordo de un carrito con toldo y los demás a pie.
Al conocerse la noticia, en Alemania, se desencadenó un movimiento semejante, éste al mando de un muchacho llamado Nicolás quien, al igual que Esteban predicaba que el mar se abriría ante ellos. En poco tiempo reunió un ejército de niños que marchaban gustosos a derrotar a los moros.
Sólo el Papa Inocencio trató de disuadirlos, cuando un pequeño grupo llegó a Roma, pero, para entonces, ya nada se podía hacer.
“De los que habían salido de Colonia –cuenta J. Lehmann en su obra Las cruzadas–, menos de la tercera parte llegó a la ciudad portuaria de Génova a finales de agosto. El hambre, la sed y la penalidades del paso por los Álpes habían causado un auténtico desastre, cientosde cadáveres de niños quedaron desperdigados entre las montañas. También la expedición francesa padeció hambre y sed. Muchos murieron de inanición a los bordes del camino; otros volvieron como pudieron y regresaron famélicos a sus casas. Los pocos que lograron alcanzar Marsella o Génova corrieron enseguida a las playas para vivir el gran milagro de que el mar se abriera delante de ellos. Grande fue la decepción al comprobar que no sucedía tal cosa.”
“Muchos pensaron que habían sido engañados por Esteban y emprendieron el regreso como pudieron, pero otros salían todos los días a la orilla del mar en espera de que se cumpliera el prodigio.”
“Algo parecido ocurrió a la cruzada alemana encabezada por Nicolás; tampoco en esta ocasión quiso hacer milagros el Señor. No se sabe con certeza, pero muchos murieron por el camino al igual que las otras expediciones. Algunos consiguieron llegar hasta Brindisi,otros, en especial las niñas, se quedaron en Italia por temor a las penalidades del regreso. Muy pocos fueron los que consiguieron volver a las regiones del Rin antes de la primavera siguiente. Los padres de los niños que habían perecido por el camino, después de haber creído en las promesas celestiales, clamaron venganza terrenal; el padre de Nicolás fue preso y ahorcado.”
“Aparentemente los niños franceses tuvieron más suerte en Marsella. Al cabo de varios días y como el mar insistía en no querer abrirse, dos mercaderes marselleses se declararon dispuestos a transportarlos sin cobrar, para mayor gloria de Dios. Esteban aceptó la oferta, y los dos mercaderes, Hugo el Hierro y Guillermo el Cerdo, fletaron siete barcos y zarparon.”
“Pasaron dieciocho años antes de que se volviese a tener noticia de lo que había sucedido a la cruzada infantil. En 1230, un sacerdote que regresaba a Francia procedente de oriente contó, cómo, cuando era un cura recién ordenado, acompañó a la expedición de Esteban; dos de los siete barcos se habían estrellado contra las rocas durante una tormenta, en la isla de San Pietro, al sudeste de Cerdeña, no hubo supervivientes, todos se ahogaron. En cuanto a los ocupantes de los otros cinco barcos, fueron llevados a Argel por los dos mercaderes y vendidos como esclavos.”
“Los que no encontraron comprador en Argel fueron conducidos a Alejandría, donde se cotizaban mejor los esclavos francos. La mayoría fueron comprados por el gobernador egipcio para que trabajasen en sus fincas, y un pequeño grupo fue ofrecido en el mercado de esclavos de Bagdad. En total, según el sacerdote, debían sobrevivir unos 700; algunos deellos quedaron libres en el año 1229, cuando el emperador Federico II firmó un tratado con el sultán Malik al-Kamil, pero muchos continuaron en la esclavitud hasta su muerte.”
Marcel Schwob, el exquisito escritor francés, basó en este hecho terrible y no exento de belleza, su obra La cruzada de los niños, misma en la que alcanzó uno de los puntos más altos de su depurada expresión.
En él, tras una ardua y obsesiva preparación, Schwob, fiel a su estética de la elección, se dedicó a imaginar y a seleccionar para nosotros los momentos claves que, una vez reunidos, nos entregarían lo esencial de esta historia.
En su libro “reduce –como bien ha visto José Emilio Pacheco– la tragedia a unos cuantos monólogos que se complementan, se aclaran y se oponen. A partir de su inmenso poder de sugerencia el lector hará todo su trabajo. Su imaginación revivirá desde dentro lo quesienten los niños que esperan llegar a Jerusalén para cumplir la hazaña que tantos guerreros han intentado”.
En estos relatos Schwob soñó para nosotros la angustia de un Papa, la inocencia de los niños, la fe de un clérigo, la desesperanzada esperanza de un leproso... con la intención de que nosotros lleváramos más allá ese sueño, acaso con la intención de que en nosotros ese sueño se cumpliera.
Marcel Schwob (1867-1905) desde muy joven entró en contacto con la literatura clásica bajo la guía de su tío Leon, quien no sólo lo introdujo al mundo de los grandes escritores griegos y latinos, sino también en el arte imposible de la traducción. Desde muy joven,Schwob, lee literatura medieval, filosofía, literatura alemana e inglesa, y tiene entre sus más grandes pasiones la vida y la obra de François Villon. Fue amigo de Oscar Wilde y de Robert Louis Stevenson, de André Guide y de Rémy de Gourmont. Muy joven publicó variospoemas, entre los que hay que destacar un Fausto y un Prometeo, dos libros de cuentos: Corazón doble y El rey de la máscara de oro, títulos que nos muestran ya a un autor del todo maduro a sus 25 años.
Posteriormente escribe tres de sus más bellos títulos: La cruzada de los niños, Vidas imaginarias y El libro de Monelle. Rémy de Gourmont al escribir sobre Schwob dijo que sus libros nos “obligan a reflexionar después de que han agradado por lo imprevisto de los tonos, de las palabras, de los rostros, de los ropajes, de las vidas, de las muertes, de las actitudes. Es un escritor de los más substanciales, de la raza diezmada de los que tienen siempre en los labios algunas palabras nuevas de buen olor”.
*
Circa idem tempus pueri sine rectore, sine duce, de universis omnium regionum villis et civitatibus versus transmarinas partes avidis gressibus cucurrerunt, et dum quaereretur ab ipsis quo currerent, responderunt: Versus Jherusalem, quarere terram sanctam... Adhuc quo devenerint ignoratur. Sed plurimi redierunt, a quibus dum quaereretur causa cursus, dixerunt se nescire. Nudae etiam mulieres circa idem tempus nihil loquentes per villas et civitates cucurrerunt...
Por aquel tiempo los niños, sin guía y sin jefe, corrían precipitadamente de las ciudades y pueblos de todas las regiones hacia el otro lado del mar, y cuando se les preguntó a dónde iban, respondieron: hacia Jerusalén, a buscar la Tierra Santa... Todavía se ignora lo que haya sido de ellos. Muchos volvieron y al preguntarles la causa de su viaje dijeron que no sabían. También por aquel entonces mujeres desnudas que nada decían, pasaron corriendo por las ciudades y por los pueblos...
Relato del leproso
Si deseáis comprender lo que quiero deciros, sabed que tengo la cabeza cubierta con un capuchónblanco y que agito una matraca de madera dura. Ya no sé cómo es mi rostro, pero tengo miedo de mismanos. Van ante mí como bestias escamosas y lívidas. Quisiera cortármelas. Tengo vergüenza de lo que tocan. Me parece que hacen desfallecer los frutos rojos que tomo; y creo que bajo ellas se marchitan las raíces que arranco. Domine ceterorum libera me! El Salvador no expió mi pálido pecado. Estoy olvidado hasta la resurrección. Como el sapo empotrado al frío de la luna en una piedra oscura, permaneceré encerrado en mi escoria odiosa cuando los otros se levanten con su cuerpo claro. Domine ceterorum, fac me liberum: leprosus sum. Soy solitario y tengo horror. Sólo mis dientes han conservado su blancura natural. Los animales se asustan, y mi alma quisiera huir. El día se aparta de mí. Hace mil doscientos doce años que su Salvador los salvó, y no ha tenido piedad de mí. No fui tocado con la sangrienta lanza que lo atravesó. Tal vez la sangre del Señor de los otros me habría curado. Sueño a menudo con la sangre; podría morder con mis dientes; son blancos. Puesto que Él no ha querido dármelo, tengo avidez de tomar lo que le pertenece. He aquí por qué aceché a los niños quedescendían del país de Vendome hacia esta selva del Loira. Tenían cruces y estaban sometidos a Él. Sus cuerpos eran Su cuerpo y Él no me ha hecho parte de su cuerpo. Me rodea en la tierra una condenación pálida. Aceché para chupar en el cuello de uno de Sus hijos, sangre inocente. Et caro nova fiet in die irae. El día del terror será nueva mi carne. Y tras de los otros caminaba un niño fresco de cabellos rojos. Lo vi; salté de improviso; le tomé la boca con mis manos espantosas.
Sólo estaba vestido con una camisa ruda; tenía desnudos los pies y sus ojos permanecieron plácidos. Me contempló sin asombro. Entonces, sabiendo que no gritaría, tuve el deseo de escuchar todavía una voz humana y quité mis manos de su boca, y él no se la enjugó. Y sus ojos estaban en otra parte.
–¿Quién eres? –le dije.
–Johannes el Teutón –respondió. Y sus palabras eran límpidas y saludables.
–¿A dónde vas? –repliqué.
Y él respondió:
–A Jerusalén, para conquistar la Tierra Santa.
Entonces me puse a reír, y le pregunté:
–¿A dónde está Jerusalén?
Y él respondió:
–No lo sé.
Y yo le dije todavía:
–¿Qué es Jerusalén?
Y él respondió:
Es Nuestro Señor.
Entonces, me puse de nuevo a reír, y le pregunté:
–¿Quién es tu Señor?
Y él me dijo:
–No lo sé; es blanco.
Y esta palabra me llenó de furor, y abrí la boca bajo mi capuchón, y me incliné hacia su cuello fresco,y no retrocedió, y yo le dije:
–¿Por qué no tienes miedo de mí?
Y él dijo:
–¿Por qué habría de tener miedo de ti, hombre blanco?
Entonces me inundaron grandes lágrimas, y me tendí en el suelo, y besé la tierra con mis labios terribles, y grité:
–¡Porque soy leproso!
Y el niño teutón me contempló, y dijo límpidamente:
–No lo sé.
¡No tuvo miedo de mí! ¡No tuvo miedo de mí! Mi monstruosa blancura es semejante para él a la del Señor. Y tomé un puñado de hierba y enjugué su boca y sus manos. Y le dije:
–Ve en paz hacia tu Señor blanco, y dile que me ha olvidado.
Y el niño me miró sin decir nada. Le acompañé fuera de lo negro de esta selva. Caminaba sin temblar.Vi desaparecer a lo lejos sus cabellos rojos en el sol. Domine infantiun, libera me! ¡Que el sonido de mi matraca de madera llegue hasta ti, como el puro sonido de las campanas! ¡Maestro de los que no saben, libértame!
Relato de los tres pequeñuelos
Nosotros tres, Nicolás que no sabe hablar, Alain y Dionisio, salimos a los caminos para llegar a Jerusalén. Hace largo tiempo que vagamos. Voces ignotas nos llamaron en la noche. Llamaban a todos los pequeñuelos. Eran como las voces de los pájaros muertos durante el invierno. Y al principio vimos muchos pobres pájaros extendidos en la tierra helada, muchos pajaritos con el pecho rojo. Después vimos las primeras flores y las primeras hojas y tejimos cruces. Cantamos ante las aldeas, como acostumbrábamos hacerlo en el año nuevo. Y todos los niños corrieron hacia nosotros. Y avanzamos como un rebaño. Hubo hombres que nos maldijeron, no conociendo al Señor. Hubo mujeres que nos retuvieron por los brazos y nos interrogaban cubriendo de besos nuestros rostros. Y también hubo almas buenas, que nos trajeron leche y frutas en escudillas de madera. Y todo el mundo tuvo piedad de nosotros. Porque no saben a dónde vamos y no han escuchado las voces.
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