Al venir encontraste el agua
irisada por los prados,
y el rocío en los higos
llenos de aurora. Nada te importaba.
Buscaste la riqueza
en el pasto traicionero.
En la sombra de la noche de estrellas,
que se renovaban titilando.
Tan frágiles y coquetas los miraban,
la luna también.
Con sus ojos de pureza,
y su corona de armonía.
Les robaron sus últimas huellas.
El nuevo idioma,
imperó en sus bocas.
Se quedaron aquí, con su riqueza.
Veían en la oscuridad
aquellos dragones de fuego
que lanzaban llamaradas,
las que murieron ahogadas en el olvido.
¿Dónde están ahora
con sus gigantescas pisadas?
Seguramente en el palpitar
de los nuevos corazones.