Oh señor, usted sabe bien que la vida está llena de infinitos absurdos, que con total desvergüenza no tienen siquiera necesidad de parecer verosímiles, porque son verdaderos.
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A nada quiero llegar, señor. Sólo a demostrarle que se nace a la vida de varios modos, en tantas formas: árbol o piedra, agua o mariposa… o mujer. ¡Y a que se nace también personaje!
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¡Si fuera posible prever todo el mal que puede salir del bien que creemos estar haciendo!
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El drama para mí está todo aquí, señor; en la conciencia que tengo de que cada uno de nosotros –vea– se cree “uno” pero no es verdad: y es “tantos”, señor, “tantos”, según todas las posibilidades de ser que hay en nosotros: “uno” con éste, “uno” con aquél, ¡diversísimos! Y con la ilusión, mientras tanto, de ser siempre “uno para todos”, y siempre “este uno” que nos creemos, en cada uno de nuestros actos. ¡No es verdad! ¡No es verdad! Nos damos cuenta bien, cuando en alguno de nuestros actos, ante un hecho desgraciado, de repente nos quedamos como asidos y suspendidos: nos damos cuenta, quiero decir, de no ser todos en ese acto, y que por lo tanto constituiría una atroz injusticia juzgarnos por ese solo acto, tenernos asidos y suspendidos, en la picota, para toda la vida, ¡como si ésta quedara sumada íntegra en él!
Losada, 2000: Buenos Aires