Las doce de la noche con frío
Es la hora de mirar para los cuatro lados,
el silencio deja pensar.
Un relámpago de luz
recuerda cada sesenta segundos
que llevás pegado en tus paredes
el gris que aguantaste todo el día,
volcando fantasmas de una calle a la otra
para confundirte.
Te divertís un rato
jugando al vigilante de tránsito
con los vientos;
las travesuras de muchacho no te quedan bien.
Si hay algo que no se te puede perdonar
es tu falta de gracia ciudadana
pero podés estar tranquilo, ya nadie te va a sacar,
sos un inmigrante más
a quien se le hizo un lugarcito
y después de un tiempo
se lo deja de sentir
como a un órgano que funciona bien.
Las seis en otoño con lluvia
Envidia de ver caer las hojas
de tener ramas, de tener poros.
Poder mojar los dientes
en esa frescura que huye por tus precipicios.
Lluvia, crepúsculo,
es demasiado aunque sea de piedra,
como no comprender que se está de más,
que nadie lo quiere,
que no se tiene movimiento.
A tu alrededor
los hombres tironean
agitan sus piernas buscando senderos,
no levantan los ojos para implorarte nada,
nada esperan de vos.
Te ven reverente
de espejismo húmedo y envejecido.
El rayo no te turba
y el trueno no se aloja en tus aristas
y no segregás aromas
ni siquiera tenés sexo.
El crepitar de gotas
que conmueve a las enredaderas
no te sacude.
Sospecho que sos hueco.
Las doce en verano
Aguja señalando hacia el sol
y abajo el lento movimiento sigue.
Pasos, autos y calor,
no te han hecho para sombra.
En tu órbita no se dicen palabras de amor
el espacio que te rodea
incita a elevar la voz
y a mover los brazos.
Hay un orgullo de Esfinge
en tu ver pasar la historia,
una soberbia de Nilo
de creerse hermoso y no ser más que lo que se refleja.
Las seis de la mañana en primavera
Hay que ponerse en puntas de pie
para ganar un poco de claridad.
Allí llega, de lado de donde solo
habría que esperar las buenas cosas.
Ser el primero en ver acercar la primavera
y no tener colores para festejarlo.
Un brote sería suficiente
para justificar el renacimiento.
Un solo caracol
con su baba fosforescente
que de lejos se confunda con el rocío.
Una grieta por la cual
las brisas formen voces
con las madejas de suspiros
que provocan los amaneceres.
Pero hoy tu estar de reloj vigilante
tiene algo nuevo.
Tus paredes sirven,
en ellas se puede escribir
muera lo que queremos que muera
viva lo que tiene que vivir.
Eloísa Cartonera, 2010: Buenos Aires.