24.8.10

El monstruo de las madrugadas/Al Pineda

Viene.
Flota.
Se posa sobre mí como una lámina de concreto.
Me presiona el pecho.
Me destruye el alma.
La reinventa.
Me cura.
Devuelve mis ganas de volar.
Pasa la noche conmigo.
Sólo para tener el descaro de largarse de nuevo,
dejándome en el oscuro sitio donde me encontró.
Se va con una sonrisa en los labios.
Los labios que son míos pero no son.



23.8.10

La poética del espacio/Gastón Bachelard



VII. La inmensidad íntima

La inmensidad es, podría decirse, una categoría filosófica del ensueño. Sin duda, el ensueño se nutre de diversos espectáculos, pero por una especie de inclinación innata, contempla la grandeza. Y la contemplación de la grandeza determina una actitud tan especial, un estado de alma tan particular que el ensueño pone al soñador fuera del mundo próximo, ante un mundo que lleva el signo de un infinito.

Por el simple recuerdo, lejos de las inmensidades del mar y de la llanura, podemos, en la meditación, renovar en nosotros mismos las resonancias de esta contemplación de la grandeza. Pero ¿se trata realmente entonces de un recuerdo? La imaginación por sí sola, ¿no puede agrandar sin límite las imágenes de la inmensidad? ¿La imaginación no es ya activa desde la primera contemplación? De hecho, el ensueño es un estado enteramente constituido desde el instante inicial. No se le ve empezar y, sin embargo, empieza siempre del mismo modo. Huye del objeto próximo y en seguida está lejos, en otra parte, en el espacio de la otra parte.

Cuando esa otra parte es natural, cuando no habita las casas del pasado, es inmenso. Y el ensueño es, podría decirse, contemplación primera.
Si pudiéramos analizar las impresiones de inmensidad, las imágenes de la inmensidad o lo que la inmensidad trae a una imagen, entraríamos pronto en una región de la fenomenología más pura -una fenomenología sin fenómenos, o, hablando menos paradójicamente, una fenomenología que no tiene que esperar que los fenómenos de la imaginación se constituyan y estabilicen en imágenes acabadas para conocer el flujo de producción de las imágenes. Dicho de otro modo, como lo inmenso no es objeto, una fenomenología de lo inmenso nos devolvería sin circuito a nuestra conciencia imaginante. En el análisis de las imágenes de inmensidad realizaríamos en nosotros el ser puro de la imaginación pura. Aparecería entonces claramente que las obras de arte son los subproductos de ese existencialismo del ser imaginante. En esta vía del ensueño de inmensidad, el verdadero producto es la conciencia de engrandecimiento. Nos sentimos promovidos a la divinidad del ser admirante.

Desde entonces, en esta meditación, no estamos "lanzados en el mundo" puesto que abrimos en cierto modo el mundo al rebasar el mundo visto tal como es, tal como era antes de que soñáramos. Incluso si tenemos conciencia de nuestro ser raquítico -por la acción misma de una dialéctica brutal- tomamos conciencia de la grandeza. Nos vemos entonces devueltos a una actividad natural de nuestro ser inmensificante.

La inmensidad está en nosotros. Está adherida a una especie de expansión de ser que la vida reprime, que la prudencia detiene, pero que continúa en la soledad. En cuanto estamos inmóviles estamos en otra parte; soñamos en un mundo inmenso. La inmensidad es el movimiento del hombre inmóvil. La inmensidad es uno de los caracteres dinámicos del ensueño tranquilo.

Fondo de Cultura Económica, 2005: Cd. de México

3.8.10

El viajero y su sombra o el paso por la vida/Friedrich Nietzsche


La sombra: Hace tiempo que no te he oído hablar.

El viajero: Parece como si me oyera a mí mismo, con voz más débil.

La sombra: (después de una pausa)- ¿No te agrada tener ocasión de hablar?

El viajero: Por Dios y por todas las cosas en que no creo, ¡oigo a mi sombra!

La sombra: ¿Déjate de eso y no pienses más en ello! ¡Dentro de una hora todo habrá concluido!

El viajero: Justamente pensaba esto, al ver, en un bosque de los alrededores de Pisa, primero dos y después cinco camellos.

La sombra: Tanto mejor, si somos pacientes para con nosotros mismos, los dos, de la misma manera, una vez que nuestra razón se calla: no usaremos frases ásperas en la conversación, y no echaremos las culpas a nuestro interlocutor si no comprendemos sus palabras. Si no se sabe responder completamente, basta que se diga algo: es la condición que exijo para conversar con otro. En toda conversación larga, el más sabio es una vez loco y tres veces bobo.

El viajero: Tu exigencia no es del todo lisonjera para el que te escucha.

La sombra: ¿Debo, pues, adularte?

El viajero: Yo creía que la sombra del hombre era su vanidad: pero, si fuese así, crea que no preguntaría: "¿Debo, pues, adularte?"

La sombra: La vanidad del hombre, tal como yo la conozco, no pregunta, como yo te he preguntado dos veces si podía hablar, habla siempre.

El viajero: Veo lo descortés que he sido contigo, querida sombra: aún no te he dicho cuánto me alegro, no sólo de verte, sino de oírte. Tú ya sabes que amo la sombra, como amo la luz. Para que haya belleza de rostro, claridad de palabra y bondad y firmeza de carácter, la sombra es tan necesaria como la luz. Las dos no son adversarias: antes se dan amistosamente la mano, y cuando la luz desaparece la sombra escapa detrás de ella.

La sombra: Y yo aborrezco lo que tú aborreces, la noche, y amo a los hombres porque son discípulos de la luz, y me alegro de la claridad de que se iluminan sus ojos cuando conocen y descubren los infatigables conocedores. La sombra que producen todos los objetos, cuando los rayos del sol de la ciencia los ilumina, esa soy yo.

El viajero: Creo comprenderte, aunque te has expresado como lo hacen las sombras. Tú tienes razón: los buenos amigos cambian de vez en cuando, como signo de inteligencia, una palabra oscura, que para los demás es enigma. Y nosotros somos buenos amigos. Algunos centenares de proposiciones pesan sobre mi alma y el tiempo de que dispones para responder es a ellas quizá más corto. Conversemos a toda prisa y en paz completa.

La sombra: Pero las sombras son más tímidas que los hombres: espero que no dirás a nadie el modo como hemos conversado juntos.

El viajero: ¿El modo como hemos conversado juntos? ¡Líbreme el cielo de los diálogos escritos! Si Platón hubiese sentido menos placer en ello, sus lectores hubieran sentido más placer en él. Una conversación que en la realidad agrada, transformada y leída por escrito es un cuadro cuyas perspectivas son todas falsas: todo es demasiado largo o demasiado corto. Sin embargo, bien pudiera ser que participase de lo en que estamos de acuerdo.

La sombra: Basta: nadie verá en ello más que tus opiniones; en cuanto a la sombra, nadie pensará en ella.

El viajero: ¡Quizás te engañes, amiga! Hasta hoy en mis opiniones se ha creído ver más la sombra que a mí mismo.

La sombra: ¿Más bien la sombra que la luz? ¿Es posible?

El viajero: Sé seria, querida amiga, que ya mi primera cuestión exige seriedad.




1. Del árbol de la ciencia. Verosimilitud, pero no verdad: apariencia de libertad, pero no libertad; a causa de estos dos frutos el árbol de la ciencia no corre peligro de ser confundido con el árbol de la vida.

2. La razón del mundo. El mundo no es el substratum de una razón eterna, lo que puede probarse palpablemente por el hecho de que la porción del mundo que conocemos -quiero decir, nuestra razón humana- no es muy razonable. Y si ella no es, en todo tiempo y completamente, sabia y racional, el resto del mundo no lo será más que ella; el razonamiento a minori ad majus, a porte ad totum, puede aplicarse aquí, y con fuerza decisiva.

8. En la noche. Desde que la noche entra, nuestra impresión de los objetos familiares se transforma. El viento atraviesa caminos vedados, murmurando, como si buscase algo, y enojado de no encontrarlo. El resplandor de las lámparas, con sus rayos confusos y rojizos, su pálida claridad, luchando pesadamente con la noche, esclava impaciente del hombre que vela. La respiración del que duerme, su ritmo inquietante, en el cual una inquietud siempre reinante parece tocar una melodía, y conmovido por ella nuestro corazón se oprime, y cuando la respiración disminuye, casi expirando en un silencio de muerte, pensamos: "¡Reposa un poco, pobre espíritu atormentado!" Deseamos a todo viviente, desde que vive en tal opresión, un reposo eterno; la noche invita a la muerte. Si los hombres prescindiesen del sol y dirigiesen la claridad de la luna, el combate contra la noche, ¡Qué filosofía les cubría con su manto! Sólo se observa ya en el ser intelectual y moral, a causa de esas tinieblas y la ausencia de sol que viene a velar la vida, cuán demasiado sombrío se ha vuelto al fin.

46. Cloacas del alma. El alma debe estar provista también de cloacas particulares para sus inmundicias. Muchas cosas pueden servir para ello: personas, relaciones, clases sociales, quizá la patria y aun el mundo, y en fin, para los más orgullosos (quiero decir nuestros buenos "pesimistas" modernos), el buen Dios.

51. Saber ser pequeño. Junto a las flores, la hierba y las mariposas, es necesario saberse bajar a la altura de un niño, que apenas se distingue de ellas. Pero nosotros, gentes maduras, hemos crecido por encima de estas cosas y no es necesario encorvarnos hasta ellas; creo que la hierba nos odia cuando confesamos el amor que sentimos por ella. El que quiere tomar parte en todas las cosas buenas debe también sujetarse a tener horas en que se sienta pequeño.

55. Peligro del lenguaje para la libertad intelectual. Toda palabra es un prejuicio.

62. Abogado del diablo. "Sólo se llega a ser sabio por la desdicha propia y sólo se llega a ser bueno por la desdicha de los demás"; así habla la filosofía singular que deduce toda moralidad de la compasión y toda intelectualidad del aislamiento de los hombres: con esto intercede inconscientemente en favor de todas las degradaciones terrestres, pues la piedad tiene necesidad del sufrimiento, y el aislamiento, del desprecio de los demás.

64. La virtud más noble. En la primera fase de la humanidad superior, se considera como virtud más noble el valor; en la segunda, la justicia; en la tercera, la moderación, y en la cuarta, la sabiduría. ¿En qué fase vivimos nosotros? ¿En qué fase vives tú?

101. Autores de espíritu de vino. Ciertos escritores no son ni espíritu ni vino, sino espíritu de vino: pueden inflamarse y producen calor.

119. Olor de las palabras. Cada palabra tiene un olor, y del mismo modo que hay una armonía y una disonancia de los perfumes, las hay también de las palabras.

120. El estilo rebuscado. El estilo hallado es una ofensa para el que posee un estilo rebuscado.

205. Neutralidad de la gran Naturaleza. La neutralidad de la Gran Naturaleza agrada (la que se encuentra en montaña, el mar, el bosque y el desierto), pero sólo por poco tiempo: en seguida nos impacientamos. "¿Estas cosas no quieren pues, decirnos nada? ¿No existimos para ellas?" El sentimiento nace de un crimen laesae majestatis humanao.

218. La enseñanza de la máquina. La máquina es un ejemplo del encadenamiento de las multitudes humanas, en las acciones en que cada cual sólo tiene una misión determinada: ofrece el modelo de la organización de los partidos y de la táctica militar en caso de guerra, y, al contrario, no enseña la soberanía individual: hace una sola máquina del gran número y de cada individuo un instrumento utilizable para fin único. Su efecto más inmediato es la enseñanza de la utilidad de la centralización.

249. Positivo y negativo. Ese pensador no tiene necesidad de nadie para refutarle: se encarga él mismo de ello.

306. Perderse a sí mismo. Cuando se ha llegado a encontrarse a sí mismo, es necesario saber perderse de cuando en cuando, para volver a encontrarse después: admitiendo, entiéndase bien, que se sea pensador, pues es perjudicial a éste estar siempre ligado a una sola persona.

307. Cuando hay que apartarse. Debes apartarte, al menos por cierto tiempo, de lo que quieres conocer y medir. Las altas torres que se elevan por encima de las casas, sólo se distinguen desde fuera de la ciudad.

319. Creer en sí mismo. Hoy se desconfía siempre del que cree en sí mismo; antes creer en sí mismo bastaba para que los demás creyesen igualmente en uno. La receta para que se te crea es hoy ésta: "¡No te cuides a ti mismo!¡Si quieres que tu opinión ilumine a los demás, principia por iluminar tu propia cabaña".

327. La naturaleza olvidada. Hablamos de la Naturaleza, y hablando nos olvidamos a nosotros mismos; pero nosotros también somos la Naturaleza, entonces.

330. Los que predicen el tiempo. así como las nubes nos revelan la dirección del viento que corre muy por encima de nuestras cabezas, los espíritus libres más ligeros y más libres, en sus corrientes nos anuncian el tiempo que está por venir. El viento del valle y las opiniones de la plaza pública de hoy no significan nada en lo referente al porvenir; sólo nos hablan de lo que se refiere al pasado.

350. La máxima dorada. Se ha encadenado muy bien al hombre para que olvidase portarse como un animal ; y en verdad, se ha hecho más dulce, más espiritual, más alegre, más reflexivo que todos los animales. Pero desde entonces sufre por haber faltado, durante tanto tiempo, el aire libre y los movimientos libres;estas cadenas, no obstante, no son otra cosa que sus pesados y significativos errores de las representaciones morales, religiosas y metafísicas. Sólo cuando la enfermedad de las cadenas llegue a ser vencida, el primer gran fin podrá ser totalmente alcanzado: la separación del hombre y del animal. Así, pues, nos encontramos en medio de nuestro trabajo para romper nuestras cadenas y son necesarias para ello las más grandes precauciones. Sólo al hombre ennoblecido puede serle dada la libertad de espíritu; sólo él se interesa por el aligeramiento de la vida, que pone bálsamo en sus heridas ; él es el primero que puede decir que vive a causa de la alegría y ningún otro fin; y en todos otros labios, la divisa sería peligrosa : Paz en derredor y buena voluntad para con todas las cosas próximas. Esta divisa para los individuos les hace soñar con una palabra antigua, magnífica y conmovedora a la vez, que había sido hecha para todos y ha quedado por encima de la humanidad, como una divisa y una advertencia, una divisa que hace perecer el cristianismo. Parece que no han llegado aún los tiempos en que todos los hombres podrán tener la suerte de esos pastores que vieron el cielo iluminarse por encima de ellos y que oyeron estas palabras: "Paz en la tierra, buena voluntad para con los hombres" El tiempo pertenece aún a los individuos.



La sombra: De todo lo que has anunciado, nada me ha agradado: queréis volver a estar próximos a las cosas próximas. Esto nos será muy útil, a nosotros también, pobres sombras. Pues debéis confesarlo, nos habéis calumniado demasiado hasta aquí.

El viajero: ¿Calumniado? Pero ¿por qué no os habéis, pues, defendido? estabais bien próximas a nosotros para hacerlo.

La sombra:Justamente nos parecía que estábamos demasiado cerca de vosotros para poder hablaros de nosotras mismas.

El viajero: ¡Excelente! ¡Ah!, las sombras sois "gentes mejores" que nosotros, según observo.

La sombra: Y no obstante, nos llamáis "indiscretas" a nosotras que sabemos perfectamente callar y esperar; ningún inglés nos gana en eso. Es verdad que estamos siempre, casi siempre, junto al hombre, pero no participamos en su domesticidad, cuando el hombre aprehende la luz, nosotros aprehendemos al hombre: es la medida de nuestra libertad.

El viajero:¡Ah! la luz aprehende con más frecuencia aún al hombre, y entonces vosotras le abandonáis también.

La sombra: Con harto pesar he debido abandonarte muchas veces: para mí, que estoy ansiosa de saber, hay muchas cosas en el hombre que no he podido aclarar, porque no puedo siempre estar junto a él. Aceptaría hasta ser tu esclava, en pago del conocimiento completo del hombre.

El viajero: ¿Y sabes tú, sé yo, si bajo esta condición de esclava te convertirás en dueña? ¿O bien si serías esclava, pero despreciada por tu amo, tu vida sería humillante y fastidiosa? ¡Contentémonos, no hay otro con la libertad que has tenido -y que he tenido yo-, pues el aspecto de un ser sin libertad envenenaría mis más grandes alegrías, la mejor cosa me repugnaría, si alguien debiese partirla conmigo: no quiero esclavos en torno de mí. Por esto no puedo sufrir al perro, el perezoso que mueve el rabo, que se ha hecho "cínico" sólo en calidad de esclavo del hombre, y que éste alaba, diciendo que es fiel a su amo y le sigue como su...

La sombra: Como su sombra, así dice él. Quizá te haya hoy seguido demasiado. Hoy ha sido el día más largo, pero hénos ya en su término, y ten un poco de paciencia aún. Este césped es húmedo y me siento estremecer.

El viajero: ¿Es que ya es hora de separarnos? Para acabar ha sido preciso que te hiciese daño; he observado que te volvías cada vez más sombría.

La sombra: He enrojecido en cuanto me es posible enrojecer. Me he visto muchas veces humillada a tus pies como un perro, y entonces tú...

El viajero: ¿Y no podría ahora mismo hacer algo para agradarte?¿No tienes deseo alguno que llenar?

La sombra: Sólo el deseo que sentía el "perro" filósofo ante el gran Alejandro: "Dame un poco de mi sol, que comienzo a sentir demasiado frío"

El viajero: ¿Qué debo hacer?

La sombra: Marcha bajo esos pinos y mira hacia las montañas; el sol se hunde.

El viajero: ¿Dónde estás? ¿Dónde estás?


F I N



Quizá sea la autonomía un actuar inflamado de poder. Tal actuar se encuentra siempre delimitado por una circunstancia, contexto, destino, naturaleza, infranqueables... y es donde regresa al juego la libertad, como posibilidad de emanciparnos, no en lo sustancial, sino en lo esencial, desde nuestro posicionamiento psíquico, para re-evolucionar la exaltación íntima ante el  Espíritu Cosmos...



Editores Mexicanos Unidos, 1974: Cd. de México